Ritmos de una causa globalizada

lunes, febrero 18, 2008



Hace unos días, un amigo entusiasta de las novedades musicales me mostró un disco que a él le había agradado muchísimo. Me dijo que eran temas de pop y rock anglosajones interpretados por músicos de Buena Vista Social Club.
Inmediatamente me surgió al duda sobre cuál de las dos partes, los cubanos o las figuras anglo, eran las que habían incentivado tal experimentación. La intuición me llevó a concluir, casi inmediatamente, aunque sin saber la respuesta certera, que al menos los cubanos no debían ser.
Empezamos a escuchar el disco en el radio de mi auto mientras dábamos una vuelta por las calles en contrasentido de La Mariscal, y la primera impresión que nos otorgó fue simpática. El piano de Chris Martin con la intro de Clocks vuelta, de pronto, una liviana descarga sonera, enriquecida con el desliz sabroso de un güiro en primer plano. Enseguida, la voz de Martin tal cual aparece en su tema original, acompañando esa versión sonera del hit de Colplay.
No obstante, mis dudas empezaron a endurecerse. No podía expresarme con el mismo entusiasmo que mostraban mis amigos escuchas a medida que íbamos oyendo los temas. Aparte de que no todos los tracks me provocaban mayor agrado, creo que me afectaba el pensar sobre la posibilidad de que esos músicos cubanos, rescatados a la observancia mundial a partir del proyecto de Ray Cooder, estaban siendo, esta vez, por decirlo medio deliberadamente, utilizados para alimentar la sapiencia de algún productor que encontró en estas colaboraciones un buen experimento (aún no explotado entre el cúmulo impensable de tiros al aire que se han escuchado desde que la globalización apareció como buena excusa o desde que se asumió sin límites aquello de la música como lenguaje universal. Digamos: The Beatles en tropical, Bossa n´Stones, tributos tanto a Lavoe, Mano Negra como a Queen) para ampliar las ofertas de las industrias culturales leoninas.




(Kenny Young, productor de Rhythms del mundo)

Por lo tanto, una investigación somera hacía falta para entender un poco más de lo que se trataba. Rhythms del mundo, así se llama el disco (sí, escrito en inglés y español como para acentuar ese encuentro) es un proyecto del productor, hit maker y activista por la conservación del ambiente Kenny Young, a quien, como cuenta en el sitio oficial del disco, le surgió la idea a partir de la ira que le provocó el desastre humano resultante del paso del tsunami por el sudeste asiático en 2005. Pensó cómo ayudar a las víctimas de la tragedia y puso en marcha este proyecto, aupado por la experiencia que le arrojó la fundación de APE (Artists' Project Earth) y ELF (Earth Love Fund, en asociación con Sting), y con ellos la producción de discos compilatorios de intenciones reflexivas sobre el cambio climático y la conservación, como “Earthrise", en el que participaron U-2, Paul McCartney, Sting, Pink Floyd, Elton John, Paul Simon, REM, Peter Gabriel, Queen, Seal, o la coproducción de “Spirit of the forest”, un documental sobre la destrucción del bosque lluvioso de la Amazonía.
¿Pero cuál era la relación entre los embates del tsunami y un disco con la participación de músicos cubanos y figuras anglo de la música popular? Ninguna otra más certera que la potencial recaudación de fondos para ayudar a los damnificados. El productor explica que la idea surgió de una conversación entre colegas y que la resolución se sostuvo en un sencillo ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué no juntar a esos admirados músicos de Cuba con algunos de los figurines de la música popular más sonada?
Y al respecto, ninguna objeción y más bien un reconocimiento a lo loable de la causa.

El disco incluye versiones de temas de Artic Monkeys, U2 (con su fatigante omnipresencia), Franz Ferdinand, Maroon 5, Jack Jonson, Radiohead, entre otros, y la participación como featurings de cantantes cubanos (desconocidos para mí) como Coco Freeman y Vania Borges, y de las estrellas Omara Portuondo e Ibrahim Ferrer, por quienes, seguramente, el disco aparece con la presentación auspiciosa de Buena Vista Social Club, aunque aparte de ellos, figuras que formaron parte del disco y del documental que fuera ampliamente difundido a inicios de la década del 2000, el único otro nombre conocido de esa tropa es el de Barbarito Torres, quien figura entre la lista extensa de músicos interpretando el laúd.

Mi sospecha sobre las posibles intenciones ambiciosas de la producción fueron disipándose a medida que me enteraba del proyecto, más aún cuando advertí que las noticias sobre las ventas del disco lo habían ubicado en los primeros lugares de las preferencias en Europa y Estados Unidos (una paradójica y curiosa dialéctica: mientras en esos continentes se encuentran los países cuyas industrias y políticas de explotación más contaminan y devastan, también se encuentran los individuos con mayor poder adquisitivo del mundo, con dispositivos de información más efectivos para enterarse de las novedades artísticas del mundo, y con la mayor disposición cultural para consumir productos culturales diversos), y con eso la recaudación de fondos para la asistencia a los afectados por el tsunami iba agrandando sus cuentas (el proceso siguiente de entrega de recursos y de aplicación de la asistencia es completamente desconocido para mí, por lo que mantendré al respecto más el escepticismo que la esperanza absoluta).
Lo que no fue aumentando fue mi agrado por los resultados del experimento. Y sobre eso, simplemente una evaluación desde mi criterio. De entre los 15 temas rescato Dancing Shoes de Artic Monkeys, Killing me softly en la voz de Omara Portuondo, The dark of matinee de Franz Ferdinand, Don´t know why cantada por Vania Borges, mientras que a U2 le agradecería bastante por su participación y le instigaría a evitar seguir haciéndose el Mesías del rock.


Killing my softly, donde Portuondo hace en español una versión de la letra original, es un verdadero deleite en feeling de bolero. Don´t know why tiene similar resultado pues la versión se vuelve apropiación de la magnética voz de Borges. The dark of matinee y Dancing shoes guardan su espíritu dance rock y a eso se le añade, a manera de pista de remix, una base latina cadente en tropicalidad lo mismo que las versiones originales sostienen en temple rock. Mientras tanto, temas como el de Maroon 5 o el de Dido y Faithless suenan, como se diría con lo más corriente del lenguaje: forzado, es decir, de eso que hace pensar que si esa es la idea, a cualquier tema de cualquier género se le podría cuadrar a la velocidad pertinente como para que agarre clave 3-2 o 2-3, y a eso se le podría montar una rumba o un son como para hacerse digna de una compilación de este tipo.
En realidad, supongo que de eso mismo se trataba. Imagino que estás no fueron las primeras opciones que tomaron en cuenta sino las que recibieron la aprobación de sus disqueras para sumarse a este compilado. Y como esas eran las bandas con las que contaba el productor de RDM, había que ubicar el tema que más encajara y lograr que sus intenciones altruistas embonaran con la mano más creativa para que la participación resultara más o menos pertinente. Y para ello, qué mejor que los músicos cubanos.

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