Esteban Tapia: pedagogía alimentaria

jueves, julio 26, 2018



Lejos de la ostentación que envuelve al oficio culinario, este chef ecuatoriano pone en el centro de su práctica la justicia social, la investigación y la enseñanza.

Un cocinero bajito y acuerpado, vestido con chaqueta blanca y delantal rojo, tiene encantado al público, no precisamente por la sazón de su comida –eso vendrá después- sino por su habilidad expresiva y su buen humor. Esteban Tapia, el chef (hoy de 44 años), da una clase magistral que incluirá una degustación. Frente a él hay una veintena de personas acomodadas en mesas con manteles y vajilla reluciente. Estamos en Turín, Italia, en los últimos días de septiembre de 2016. La ciudad está de fiesta bajo un sol inmenso, ha sido tomada por el Salone del Gusto Terra Madre, el más importante encuentro internacional dedicado a la cultura de la alimentación, que organiza cada dos años Slow Food, asociación surgida en Roma hace más de tres décadas para proteger la comida local y tradicional de los embates de la agroindustria alimentaria. La sede principal del evento es el fastuoso parque del Valentino, donde se han instalado alrededor de 800 expositores provenientes de 160 países, mientras que otras plazas y centros de convenciones acogen una colosal programación de conferencias y talleres. Uno de esos encuentros, que lleva por título La cocina del Ecuador, es el que ahora conduce Tapia con mucho afán.

El chef presenta la cocina del Ecuador presentando la geografía del Ecuador: Andes, Costa y Amazonía. Ha escogido el género de los envueltos, preparaciones que dan cuenta de tradiciones y técnicas transversales a las distintas regiones. Lo asisten su esposa, Verónica Burbano, y Estefanía Baldeón, una chica originaria del Puyo que realizó estudios en la Universidad de Ciencias Gastronómicas de Slow Food, al noroeste de Italia. El menú incluye un tamal de maíz con cerdo, un bollo con atún y un maito de pescado de río. Las preparaciones serán envueltas, respectivamente, en hojas de achera, de plátano y de bijao, una planta de hojas grandes y sólidas que abunda en la Amazonía. Rápidamente, el cocinero demuestra que lo suyo es más la exposición pedagógica que el puro espectáculo. “Cada envuelto nos va a permitir hablar de la realidad alimentaria del país”, dice, y al tiempo que alista el tamal, esboza lo que ocurrió luego de que en 2013 se celebrara el Año internacional de la quinua: debido a la alta demanda, el costo del quintal pasó de 30 dólares a 120 dólares. Los campesinos se dedicaron entonces al monocultivo de ese cereal, pero al tiempo que hacia afuera se acrecentaba su reputación por sus probadas cualidades nutritivas, ellos dejaron de comerlo ya que todo lo producido iba para el comercio. En consecuencia, decayó la calidad de su alimentación, y los suelos se degradaron por la falta de variedad en los sembríos. Tapia marca un punto al señalar que las modas alimentarias suelen tener su lado oscuro. Una traductora pone en italiano, con bastante precisión, lo que el cocinero cuenta con bastante solvencia.

El tamal está listo, y en el plato lleva una porción de salsa de ají con tomate de árbol. Todo resulta novedoso para los comensales. Todo parece convencerlos. Todo sabe bien. “Bellisimo!”, dice un hombre mientras raspa con el cuchillo la masa que ha quedado pegada en la hoja de achera.


Tapia se mueve ahora hacia la Costa para presentar el bollo de pescado, y entonces se refiere al caso del plátano: hubo una vez en que en las fincas lo normal era encontrar entre 10 y 15 variedades de la fruta. Hoy existen mayoritariamente dos, el barraganete y el dominico. De nuevo, las presiones de la exportación mermaron la diversidad. Y ya que está en eso, aprovecha para adentrarse en los conflictos de otro ecosistema. Cuenta que el 80% de los manglares de Ecuador, hábitat de cangrejos y conchas negras, han sido arrasados para construir piscinas de producción de camarones, camarones que, al ser el segundo producto no petrolero de exportación (detrás del plátano), deben mantenerse en acelerado rendimiento para satisfacer las demandas de los mercados internacionales. Con una mano Tapia presenta las bondades de una cocina sustanciosa y diversa y con la otra expone los problemas que la amenazan. Lejos de comportarse como un funcionario obligado a enseñar las mejores postales, muestra con honestidad los turbios matices.

Los bollos se han servido. El público está atraído por la coloración militar de esa masa densa que mezcla plátano verde y pasta de maní, y por los generosos trozos de pescado que hay en el interior, a los que el chef ha espolvoreado coco rallado. Para acompañar hay salsa de ají con pepas de sambo. De nuevo, todo es una novedad afortunada.

Llega el momento del maito. Tapia le da el paso a Estefanía Baldeón para que lo presente. En las hojas de bijao se colocan varios trozos de pescado de río y se los condimenta simplemente con sal y chillangua, una suerte de cilantro silvestre también originario de la Amazonía. Con las hojas se hace un sólido paquete y se lo coloca directamente al fuego. Baldeón explica que se trata de una comida transportable, sana y resistente que la gente de la selva suele llevar en sus largas jornadas de cacería. Cuenta también que las plantas selváticas que acabó de usar las trajo en su maleta superando todos los controles de aduana. Si los comensales ya tenían el paladear revoloteado, ahora se les instala en el imaginario una amena dosis de exotismo.

Tan contundente parece haber sido la clase que alguien del público pregunta si toda la comida en Ecuador viene envuelta como los tamales. El pedagogo Tapia retoma la palabra y explica que en el país hay 12 culturas gastronómicas y que, de acuerdo a una investigación en la que participó, se registran al menos 800 platos patrimoniales. Los envueltos, aclara, han sido solo una pequeña muestra.

***

En la casa de los abuelos maternos, una casa grande al norte de Quito, siempre había mucha gente. Además de los ocho hijos que tuvo la pareja, el abuelo, que era secretario del Congreso Nacional, frecuentemente traía invitados. Era normal que en los almuerzos hubiera 20 personas en la mesa. La cocina se mantenía en constante producción, se encendía a las 5 de la mañana y se apagaba a las 10 de la noche. Era el epicentro de un hogar que parecía un restaurante de familia. Ahí, de la mano de su abuela Feliza Serrano, Esteban Tapia se encontró con la cocina. A los seis años preparaba los desayunos para sus familiares.

Pasó el tiempo y la afición tuvo un ligero extravío. Tapia empezó a estudiar Economía, primero en la PUCE y luego en Universidad Central, y aguantó dos años, hasta que le dijeron que en el Centro de Formación Hotelera Alberto daban cursos de cocina. Fue, probó y recondujo su camino. “Creo que fue la mejor decisión de mi vida”, dice ahora, sentado en su oficina en la Universidad San Francisco de Quito, donde trabaja como docente desde 2016.

A partir de que a los 19 años iniciara su relación formal con la gastronomía, pasó por diversos cursos en Ecuador y el extranjero, entre ellos uno de gestión hotelera en La Habana y uno de cocina regional en el sur de Francia. Como era común para los cocineros nóveles en la segunda mitad de los noventa, él también trabajó en hoteles y grandes empresas (Dan Carlton, American Suites, EMSA-Alimentación), donde el oficio parecía estar destinado a la preparación de cantidades industriales de comida. Al cumplir los 24 años sintió que el trabajo lo estaba consumiendo. En esa época nació su primera hija, Maité (que hoy tiene 20 años y estudia Gastronomía). “Un día me di cuenta de que ella estaba creciendo y yo no estaba creciendo con ella –dice-, así que dejé el trabajo en los hoteles y empecé a dar clases en un instituto”. De esa forma, el cocinero empezó a convertirse en pedagogo.

Desde 2001 Tapia impartió clases de cocina en prácticamente todos los institutos y universidades de Quito con estudios afines. En 2009, cuando fungía como coordinador de la carrera de Gastronomía en la Universidad Internacional, tuvo un encuentro decisivo cuando un alumno le habló por primera vez de Slow Food. Tapia se identificó de inmediato con esa organización cuyos principios, aunque más amplios y ambiciosos, suelen condensarse en la lucha por el acceso a alimentos “buenos, limpios y justos”, como reza su lema. Slow Food tiene presencia en 160 países con grupos locales denominados convivium, y funciona como una red que vincula a los diversos actores del sistema alimentario. El cocinero se unió al único convivium que en esa época existía en Ecuador, y meses después vivió otro momento determinante al ser aceptado para participar en el Salone del Gusto Terra Madre de 2010. “Llegar a ese festival fue la experiencia gastronómica más impactante que he tenido en mi vida –dice-. Al ver la interacción de cocineros, antropólogos, historiadores, nutricionistas, agricultores, pescadores, todos pensando en sistemas buenos, limpios y justos, me dije que eso es lo que realmente me interesaba”. Tapia terminó de entender que en el variopinto horizonte de la práctica culinaria, él evitaría el ambiente presuntuoso y buscaría comprender los claroscuros del entramado alimentario de su país. “Mis principales preocupaciones –dice- son la justicia en relación a la producción de alimentos, porque los productores son muy maltratados en el aspecto social, económico, cultural; y la otra tiene que ver justamente con la cultura, con cómo los alimentos son una especie de palanca que permite crear identidades.” Su vínculo con Slow Food se hizo tan sólido que actualmente funge como coordinador de esa red en Ecuador, y además de la docencia, en su práctica consta como otro pilar una estrecha relación con diversas organizaciones, entre ellas el Colectivo Agroecológico, la Red de Guardianes de Semillas y la fundación internacional Heiffer. Adicionalmente, en su casa ubicada en Tumbaco mantiene una suerte de restaurante ocasional, que se pone en servicio bajo reservaciones y en el cual explora técnicas ancestrales de preparación de alimentos.

Su horizonte de investigación se amplió aún más cuando, entre 2013 y 2017, se sumó al Ministerio de Cultura para trabajar en el proyecto Patrimonio Alimentario, un gran estudio para identificar, salvaguardar y promocionar la diversidad culinaria del país. El proyecto involucró a un equipo multidisciplinario y, entre otras cosas, reunió suficiente información para armar un Atlas alimentario, el sustento que aquella mañana en Turín le permitió explicar que en su país existen al menos 800 platos patrimoniales. Mientras Tapia recorría el Ecuador a bordo de esa investigación, fue dándole sustancia a una pregunta que le resultaba capital: ¿Qué es la cocina ecuatoriana?

-¿Qué es la cocina ecuatoriana?

-La cocina, en general, es un reflejo de una sociedad, y nuestra cocina tiene un proceso histórico de mestizaje y reúne productos nativos y otros que han llegado de afuera y la han enriquecido, y por eso tiene muchos ámbitos. Hay la cocina del hogar, la de las comunidades, la típica, la tradicional, y ahora el surgimiento de una cocina de vanguardia con enfoque hacia lo local, que es algo interesante, sobre todo con cocineros jóvenes. Sin embargo, todas estas cocinas necesitan ser valorizadas y promocionadas.

-¿A quién le corresponde esa tarea?

-El trabajo más importante lo debe hacer cada uno. Debemos aprender a comer más comida de casa, no dejarnos influenciar tanto por la comida rápida, que está arrasando con la comida tradicional. Por el lado de los cocineros y las escuelas, se necesita hacer investigación, entender que nuestra riqueza gastronómica es grande, y poner énfasis en el aprendizaje de la cocina ecuatoriana. Por otro lado, hay una paradoja en el acceso a productos. Muchas comunidades se quedan con sus cosechas dentro de sus territorios, las cosas se pudren en las fincas mientras que los mercados están llenos de productos que vienen de afuera, y no solo del extranjero sino de afuera de las localidades. En la Amazonía se come pescado de la Costa pero no pescado de los ríos amazónicos, y eso es grosero. Para resolver estos problemas todavía falta mucha educación, mucha investigación.

-Pese a todas esas carencias, existe un discurso bastante chauvinista acerca de la comida ecuatoriana.

-Creo que sí hay chauvinismo, y sobre todo, entre los cocineros, hay mucha máscara. Hace falta humildad y trabajo para mejorar la alimentación desde el origen. Los campesinos, los pescadores y los recolectores son quienes más problemas de nutrición tienen, y un país o un sistema alimentario no pueden desarrollarse en esas condiciones. Ventajosamente, también hay una ola de cocineros y agroecólogos jóvenes que van a impulsar un mejor día para todos. Es hora de que los viejos demos espacio para que ellos nos superen.


***

Enero de 2018. Esteban Tapia inicia un nuevo semestre en la Universidad San Francisco de Quito. A la clase denominada Productos, raíces y matices, que comprende la investigación de productos locales y la creación de un proyecto culinario, asisten apenas dos estudiantes, pero eso no modifica su disposición. El profesor entra en materia para hablar de soberanía y seguridad alimentaria, de nutrición, sanidad, identidad y otros asuntos imprescindibles en la formación de un cocinero. Los alumnos reaccionan poco a sus preguntas, acaso dejando en evidencia que dichos temas todavía no son parte de sus competencias. La cocina es una carrera que ha cobrado una gran popularidad en el país. En la actualidad existen al menos 12 mil estudiantes en universidades, escuelas e institutos. Desafortunadamente, no son muchos los maestros que, como Esteban Tapia, se han comprometido con la enseñanza de la cultura alimentaria local.

Horas más tarde inicia la clase de Cocina ecuatoriana. En esta ocasión asisten más de veinte alumnos de primero y segundo año. El tema del día es entradas y envueltos de la Costa. En la pizarra, Tapia escribe el extenso menú que se preparará más adelante: corviches, muchines, empanadas, tamales, bollos, ayacas, bolones, patacones. Los estudiantes van conociendo los pormenores de esos platos que, relegados en el imaginario colectivo al ámbito de lo popular, hasta hace poco parecían impensables para un pensum de estudios. Uno a uno, Tapia los disecciona por diversos costados. Al corviche –dice por ejemplo- se lo llama así porque alguna vez se lo rellenaba con corvina, hasta que la corvina subió de precio y se la tuvo que reemplazar por albacora. Al hablar de que al pescado se lo debe pasar por un refrito, lanza una pregunta que hace trastrabillar a los alumnos: todos pueden preparar un refrito, pero tienen dificultad para explicar lo que es. Tapia ordena las cosas. El refrito es un rehogado que se consigue sometiendo a los elementos –ajo, cebolla- a fuego bajo para que los sabores se expandan. Por el contrario, al saltear se somete a los elementos a fuego alto para que los sabores se concentren. Tapia pide precisión en las palabras. Lo deja claro: la terminología culinaria ensambla semántica y técnica. “Me parece que Esteban es un muy buen chef y me gusta como profesor. Siento que voy a aprender bastante en esta clase”, dice Emilia Espinosa de los Monteros, una alumna de primer año. “Esteban es un profesor completo, sabe mucho sobre técnica, pero también sobre cultura e investigación. Con él aprendemos bastante sobre cocina ecuatoriana”, opina Freddy Llerena, estudiante de tercer año.

El grupo pasa al área de cocinas. El ruido de los extractores de humo y el rechinar de los utensilios en metal desatan una sinfonía industrial. Al cabo de dos horas, las entradas y los envueltos de la Costa se disponen sobre una mesa de mármol negro. Tapia toma fotografías para, como hace con cada plato que se prepara en sus clases, compartirlas luego en su cuenta de Facebook. Usualmente las acompaña con comentarios de este tipo: “Algunos le llaman trabajo, yo le llamo pasión por la cocina, compromiso con lo que hacemos y responsabilidad con el entorno en que vivimos”.

Publicado en Mundo Diners
Junio 2018
-->

You Might Also Like

0 comentarios

Submenu Section

Slider Section