A nada de haber cumplido cinco años de circulación en la región, la revista en su edición latinoamericana, que abarcaba Perú, Panamá, Venezuela, Colombia y Ecuador, desapareció. Lo cuento con el lamento propio de una relación laboral terminada, y recojo para mi beneficio las grandes satisfacciones, las amistades sólidas y, afortunadamente, los detractores y críticos de mi trabajo que me otorgaron los más de cuatro años que me desempeñé como corresponsal en Ecuador.
La que es considerada la revista de rock y cultura pop más importante del planeta fue fundada en San Francisco, Estados Unidos, en noviembre de 1967, por el crítico de música Ralph J. Gleason y por Jann Wenner, quien sigue siendo el editor general. Inicialmente la revista se identificó con la contracultura hippie, aunque se alejó de la prensa clandestina de la época, evitó ciertas políticas radicales de ésta y adoptó estándares periodísticos más tradicionales. En los años 70, época de gran hervidero político, social y cultural, Rolling Stone dejó una huella por sus trabajos contundentes, críticos e innovadores, y puso en la palestra de las nuevas letras periodísticas a autores como Hunter S. Thompson y Truman Capote. En más, Rolling Stone tuvo que lidiar con el aparecimiento de nacientes revistas que se acercaron a los ámbitos de sus coberturas, por lo que tuvo que reinventarse y para ello se acercó a un nicho de lectores más jóvenes que el de sus inicios, aunque se mantuvo tomando posiciones fuertes respecto de temas trascendentales como la política internacional de los Estados Unidos, el calentamiento global y los descalabros económicos.
En fin, relatar la historia de la revista, incluyendo a las estrellas que recorrieron sus páginas y a las que narraron esos recorridos, sería tarea infinita, además que algo redundante en razón de la popularidad de la que gozan las ediciones que todavía existen (que son la mayoría), y, en sí, de la marca como pieza clave en la construcción de un imaginario colectivo sobre la cultura popular occidental vinculada a la música.
De ahí que la intención de este post sea, por un lado, expresar el desencanto -que ya esbocé al inicio- por el hecho de que ya no tendré la oportunidad de ocupar mis esfuerzos narrativos en tan prestigiosa plataforma, pero más que todo porque considero que dentro del mercado editorial de las revistas que a duras penas alcanzan a circular en el Ecuador, se sentirá la ausencia irreparable de un medio con contenidos de verdadera calidad. Lo digo como lector, en serio, ni siquiera tiene que ver con el ingreso económico que por lo demás era poco atractivo, sépanlo de una vez. Sin embargo, existe otra razón que contiene una especie de peso colectivo, y es la que se refiere a la imposibilidad de continuar con la labor de difundir a nivel regional los más variados intríngulis relacionados a la música que se produce aquí. Y eso, realmente, me provoca bronca, porque sé lo que ha significado para muchas bandas que su trabajo haya sido reseñado en RS. Me refiero a la proyección, a la relevancia y a la trascendencia que van de la mano con el nombre merecidamente bien reputado de la revista, y al consecuente beneficio para los músicos que aparecen en sus páginas; desde ningún punto de vista hablo del execrable complejo que embadurna el ego de algunos periodistas, aquél que les hace creerse otorgadores de un favor cuando deciden prestar atención a determinadas manifestaciones artísticas. En mi caso, no me consideré más que una especie de canal facilitador cuando se trató de temas estrictamente musicales, claro que cuando los abordajes se diversificaron entre la política y el cine, como ocurrió con varios trabajos que publiqué, ya la responsabilidad sobre el contenido y la opinión no cayeron encima de nadie más que de mí.
En fin, relatar la historia de la revista, incluyendo a las estrellas que recorrieron sus páginas y a las que narraron esos recorridos, sería tarea infinita, además que algo redundante en razón de la popularidad de la que gozan las ediciones que todavía existen (que son la mayoría), y, en sí, de la marca como pieza clave en la construcción de un imaginario colectivo sobre la cultura popular occidental vinculada a la música.
De ahí que la intención de este post sea, por un lado, expresar el desencanto -que ya esbocé al inicio- por el hecho de que ya no tendré la oportunidad de ocupar mis esfuerzos narrativos en tan prestigiosa plataforma, pero más que todo porque considero que dentro del mercado editorial de las revistas que a duras penas alcanzan a circular en el Ecuador, se sentirá la ausencia irreparable de un medio con contenidos de verdadera calidad. Lo digo como lector, en serio, ni siquiera tiene que ver con el ingreso económico que por lo demás era poco atractivo, sépanlo de una vez. Sin embargo, existe otra razón que contiene una especie de peso colectivo, y es la que se refiere a la imposibilidad de continuar con la labor de difundir a nivel regional los más variados intríngulis relacionados a la música que se produce aquí. Y eso, realmente, me provoca bronca, porque sé lo que ha significado para muchas bandas que su trabajo haya sido reseñado en RS. Me refiero a la proyección, a la relevancia y a la trascendencia que van de la mano con el nombre merecidamente bien reputado de la revista, y al consecuente beneficio para los músicos que aparecen en sus páginas; desde ningún punto de vista hablo del execrable complejo que embadurna el ego de algunos periodistas, aquél que les hace creerse otorgadores de un favor cuando deciden prestar atención a determinadas manifestaciones artísticas. En mi caso, no me consideré más que una especie de canal facilitador cuando se trató de temas estrictamente musicales, claro que cuando los abordajes se diversificaron entre la política y el cine, como ocurrió con varios trabajos que publiqué, ya la responsabilidad sobre el contenido y la opinión no cayeron encima de nadie más que de mí.
Pero ahora que la revista ha dejado de circular por el hecho de que la editorial mexicana Mapas (la misma que edita Gatopardo), que es la que la tenía a su cargo, resolvió no incluirla en sus planes para este año, amigos músicos, me veo obligado a comunicarles que no podré seguir sirviendo como ese vínculo que me consideraba entre su trabajo y el consumo cultural de los lectores (y melómanos, debería decir). Por lo tanto, absténganse de seguir llamándome para rogarme que les consiga un espacio en la revista.
Mentira. Eso fue broma.
Lo que no lo es, es la posibilidad de que otra editorial quiera hacerse cargo de la publicación en los próximos meses, con lo que se reactivaría el espacio para la difusión, la crítica, y los bien ganados y perdidos amigos.
Hasta entonces.
Pd: aunque lamentable, la salida de circulación de la revista cae en el momento en que mayor desencanto siento en relación al movimiento musical ecuatoriano, no tanto respecto al aspecto musical, pero sí al que se podría considerar político, social y hasta performativo. Pero ese es tema para otro trance de opinión, que vendrá después.