En este festival musical que se desarrolla en Barcelona durante días que circundan al solsticio de verano, el cuerpo y el alma, el interior y el exterior, la forma y el fondo de los individuos se entregan al convite sonoro que, durante ciertos picos de las madrugadas, ansiamos eternos.
Como carnaval que es, la máscara, el disfraz, el accesorio más inocuo o el más rimbombante cumplen con la tarea de desarticularnos de esa normalidad que en la cotidianidad nos hace nosotros mismos. Sumergidos en ese alterego o allá, montados en los climax que se haya decidido adoptar para la velada, el asunto cobra la forma que uno quiera darle a ese pedazo de vida. Y la música, que en ese momento inunda el mundo, se vuelve el credo que todo lo puede.
Las siguientes son personas que quisieron compartir conmigo su disfrute. Gracias por sus poses.