Los gatos persas: suerte o muerte
martes, enero 25, 2011
En Irán no es posible hacer rock que huela a Occidente. No es posible hacer rock. Los gatos persas son una banda que nunca fue, que trató, pero que murió en el intento. En Irán tampoco es posible hacer cine que critique los desvaríos del totalitarismo. El director Jafar Panahi (ganador en 2000 del León de Oro en el Festival de Cine de Venecia por su película El círculo, y del Oso de Plata en Berlín, en 2006, por Fuera de juego) cumple, desde finales de 2010, una condena de seis años de prisión y de 20 de inhabilitación para filmar, escribir guiones, viajar al exterior y dar entrevistas a medios locales y extranjeros. La causa: su abierto apoyo al líder de la oposición Mir Hosein Musaví, quien en 2009 perdió las elecciones presidenciales frente a Mahmud Ahmadineyad en una contienda viciada que fue criticada por la comunidad internacional.
De censura también sabe Bahman Ghobadi, director de Los gatos persas (2009, Selección Oficial en Cannes 2010), quien vive exiliado en Nueva York junto a su novia, la periodista iraní-estadounidense Roxanna Saberi, que en 2009 estuvo presa en Irán durante seis meses acusada de trabajar como encubierta para el gobierno de Estados Unidos, y quien comparte con el director el crédito por el guión de este filme.
Bahman Ghobadi plantea la película como un docu-ficción donde actores no profesionales hacen de ellos mismos. Una pareja de músicos jóvenes, Negar y Askan, recorre Teherán buscando con quien formar una banda de indie rock y huir a Londres para ahí dedicarse a la música. El recorrido por la ciudad es una ventana para que los personajes que van apareciendo, músicos verdaderos de distintas tendencias, aporten su visión acerca de las condiciones en las que padecen la opresión. Pasan por la historia figuras del indie pop, del heavy metal y del rap. La diversidad no es obstáculo; es, más bien, utopía de comunidad.
Hamed es un personaje del under de Teherán, hábil para manejarse por fuera de la ley: reproduce y comercia discos piratas, soborna a los funcionarios que aplican la represión y apoya las causas disidentes. Hamed se vuelve booking agent, productor y mesías del proyecto de Negar y Askan. Cree en su apuesta y en su talento, por eso les ayuda a gestionar pasaportes y visas falsas. En ese propósito transcurre el filme, mientras como banda sonora suenan temas del espectro musical de Teherán, interpretados por varios grupos locales. El documental ficcionado toma entonces los matices del videoclip que todos ellos quisieran protagonizar. Los gatos persas es la road movie urbana de una vida de anhelos truncados, y su cinematografía, apenas prolija y a la vez trepidante, carga la adrenalina que da el haberla realizado en la clandestinidad.
La banda junta la alineación. Los músicos montan un concierto, el de inauguración como grupo y el de despedida de su ciudad. Cuando todo parecía logrado, Hamed, el que elaboraba los papeles falsos, cae en manos de la policía. Lo sueltan luego, pero desaparece durante días para alejarse del peso del fracaso. Askan lo encuentra, ebrio en una fiesta secreta. Mientras intenta reanimarlo, la policía llega y carga contra todos. Askan intenta escapar, salta desde una ventana y se estrella contra el pavimento. Los gatos persas nunca pudieron ser. Lo que podría parecer un drama sensacionalista es, para quienes la padecen, la película de sus vidas.
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