Ilusoria elección informativa*

viernes, octubre 09, 2009



(http://musgosu.files.wordpress.com/2007/12/television.jpg)



Entre los varios temas para discutir que han disparado los proyectos de Ley de Comunicación, aquel de la supuestamente libre opción del receptor para elegir qué contenidos consumir, se ha desperdigado por varios frentes. Han aparecido artículos de opinión de analistas que desde cierta torre de cristal academicista consideran a las audiencias del país homogéneamente preparadas para discriminar lo enriquecedor de lo superfluo, como si en el elevado consumo de programación basura de parte del público no incidiera un habitus mecanizado que es causa y consecuencia de la pobre oferta mediática.

Es cierto que a las audiencias ya no se las considera pasivas, pero lo activo de la recepción aplica más a las potenciales reflexiones respecto de los contenidos que a los hábitos de consumo reflejos ante determinada programación.

A través de alguna plataforma virtual de socialización, este mismo tema provocó intervenciones que resbalaron en razonamientos vacuos, asentados en elucubraciones sobre lo apocalíptico que podría resultar tal o cual proyecto aún en discusión (especialmente aquel cuyo nombre no quisiera mencionar pero que empieza con P y termina con anchana). En ese tono, fue común la conclusión de que es facultad única y definitiva del receptor elegir qué contenidos consumir y cuáles no. Lo problemático reside en que tal conclusión parte del conformismo con un universo de contenidos en gran porcentaje triviales que los medios han mantenido como fórmula de rentabilidad desde hace décadas. Es decir, de la cómplice aceptación de tener que escoger entre varias porciones de lo mismo o apagar el televisor. ¿Son en el fondo diferentes, por ponerlo como muestra, los talk shows sensacionalistas, los noticieros con alto contenido de crónica roja y las revistas televisivas de varieté farandulera?

“Los medios nos dan lo que consumimos”, fue otro de los comentarios expresados en medio del debate virtual y mediante el cual se hizo expresa la admisión de que toda la responsabilidad queda del lado del receptor y que este mismo justifica el albedrío de los medios para emitir lo que les plazca. Pero si los medios nos dan lo que consumimos es porque en primera instancia consumimos lo que nos dan sin ofrecernos mejores opciones. Por lo tanto, aquella libertad de elección de contenidos se vuelve una ilusoria libertad pues estos no son realmente distintos. No se pude llamar libertad de elección a la opción de tener que escoger entre la basura y la nada, o entre opciones que solamente muestran diferencias superficiales cuando apelan a lo que en el sistema de los medios se llama mimetismo: la imitación de una fórmula que ha probado generar los réditos suficientes.

Entonces, la apuesta va por introducir una variedad que baste para que la elección se ejerza entre alternativas verdaderas, distintas en cantidad y calidad. Para ello se necesitará que la Ley de Comunicación incluya mecanismos de fomento a la producción y cuotas de programación de los contenidos apropiados en horarios de alta sintonía, y, por supuesto, dispositivos de regulación independientes de los gobiernos que exijan que esto se cumpla, porque, está por demás claro, eso de la autorregulación de los medios es también ilusorio.


*Publicado en El Telégrafo el 9 de octubre de 2009.

You Might Also Like

0 comentarios

Submenu Section

Slider Section