Los silencios de las pequeñas muertes

jueves, abril 02, 2009



(Imagen tomada de www.elcomercio.com)


El silencio más sublime lo experimenté una vez en Interlaken, Suiza, cuando, estando a miles de metros de altura, el paracaídas se abrió y me disparé hacia la estratosfera. Estabilizado tras la cruda resorteada, el instructor que me llevaba sujeto a él con un mosquetón me dijo en un inglés muy alemán que me relajara y disfrutara. Entonces abrí los ojos y me atreví a mirar alrededor y hacia abajo: el cielo en un celeste completo, sin una sola nube, y lagos y montañas nevadas de los Alpes contorneando el momento perfecto. No existía el menor murmullo en mi cercanía. Se había detenido el tiempo y el espacio había hecho mutis. Los pies colgados todavía no querían alcanzar el piso. Sentía controlarlo todo. La gente ahí abajo era minúscula. Y la placidez de la afonía allá arriba era gloriosa.
El descenso coqueteando con el viento fue otro asunto. Las piruetas ensayadas para imprimirle vértigo a mi bajada me llenaron de adrenalina y hasta de un nerviosismo que se pasmó en mis músculos tiesos. Pero el silencio de arriba fue embriagador, impoluto, poético, aniquilador de impurezas.
Dopamina distinta, dolorosa, amarga, despiadada, fue la que produjo el silencio sepulcral de ayer en la tarde. A eso de las 18h05, el delantero paraguayo Edgar Benítez nos heló la sonrisa que ya andaba chueca. No es momento para evaluar el desempeño de los jugadores y menos de particularizar ciertas deficiencias. Es decir, no quiero hablar de los especulativos porqué. Hoy solo quiero rememorar otro silencio.
Un cañonazo englobó la red norte del Atahualpa. Todos de pie, estábamos prestos a explotar luego del último pitazo. Tan solo faltaba el último. Había medias jarras de cerveza para ser lanzadas al aire en ofrenda al triunfo. Estábamos agarrados de las manos, con las manos en los bolsillos, con las manos tapándonos la boca, con las manos sudorosas. Estábamos a nada de eso, pero el cañonazo de Benítez, el paraguayo, no el esmeraldeño, nos mató. Las almas al piso, sí, el cuerpo helado, la conciencia en caos y ese silencio olímpico como el mismo estadio repleto de tricolores desgarradas. Tomarse la cabeza, tirarse de los pelos, frotarse los ojos, mirarse de reojo con el vecino de grada para compartir la misma frustración. Dejar la boca abierta sin querer creerlo para que el aire ya frío nos haga retozar. Y siempre esperar a que el juez de línea levante la banderola y anule el gol. Esa última esperanza, como el pitazo que esperábamos para estallar y luego caminar de retorno con la cabeza erguida y ese sentimiento de complacencia que cuando es nacional es más fuerte, nunca llegó.
Solo llegó el silencio y se quedó mudo como todos. Matándonos un ratito. De esos silencios mudos que matan, no de los que aúllan por dentro, aunque sea por dentro, pero que expelen fortuna.

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1 comentarios

  1. justo en ese minuto estaba pagando el medio litro de coca cola más caro de mi vida, en la cafetería de la san francisco, mientras destapaba la botella heladita decía, voy a disfrutar tanto esta coca cola, y miraba de reojo la tele, mientras me alegraba por haberle regalado mi entrada a mi mamá, no pude ir al estadio, por mi trabajo, miré el reloj, decia 47:xx del segundo tiempo, me prestaba a sorber cuando de pronto entró a mí oreja el estruendoso grito... ??? de quién??? PAR "1" ECU 1 cambió en la pantalla... porque solo se veía público... fue la coca cola más amarga que he tomado en mi vida. Y mi mamá? Pues saabiendo que solo 2 veces ha ido al estadio... me entristecí mucho por ella. Mucho. Digno de una entrada en el blog.

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