Esta otra revolución*

jueves, abril 30, 2009



Mi tía Consuelo tiene más de 60 años. Antes de cumplir 20 vino de un pequeño pueblo de Tungurahua para estudiar Economía en la Universidad Central del Ecuador. Antes de eso, su infancia y juventud aguantaron las carencias más comunes de los pueblos remotos de los Andes, de los que tantos hay, olvidados, desconocido por los poderes, apenas registrados por la historia.

Causa era en la primera mitad de los setenta, aun en las aulas precarias de los colegios de pueblo, empezar a tomar conciencia de que el estado de cosas que se vivía debía tener responsables. Aun allá arriba se pensaba en pragmático, se les reconocía a los devastadores de la política pues se vivía en directo los descalabros que reforzaban su condición de rezagados a pesar de los brotes de desarrollo que aupó el boom petrolero. Se sabía de los malos manejos de fondos públicos, de la corrupción que campeaba en el sistema, se lamentaban las primeras olas de emigración. En consecuencia, con el malestar atravesando la cotidianidad, se empezó a moldear un germen de algo que no podía ser anhelado sino como revolución. Y a eso se abocó mi tía, de conciencia.

En el continente se vivían procesos con los pasos ya avanzados en esos trajines, aunque con menos éxito de lo deseado. Una maquinaria imperialista había anclado en las naciones levantadas para auspiciar escuadrones de choque que impidieran el avance de ese “fantasma” que se lo figuraba envuelto en una capa roja. Los idealistas de la revolución se cubrían las espaldas en la espesura de los montes llevando al hombro fusiles de horma rusa. Los simpatizantes, en los pueblos y en las ciudades, hacían fuerza creyendo en el modelo cubano y en sus íconos. El contexto sociopolítico regional conminaba a muchos allegados a la izquierda a congeniar con una lucha de esa especie, pero en un momento del camino la utopía empezó a caerse y en el Ecuador las ansias de justicia social que veía en la revolución con las armas el camino inevitable se desvaneció entre crímenes de lesa humanidad imprescriptibles.

Avanzados los ochenta se instauraba otro periodo de desgobiernos que hacía palidecer los ideales. Mi tía veía frustradas sus esperanzas y entonces habría de sumirse en estos últimos 30 años de aberraciones políticas a las que las generaciones posteriores les seguimos develando sus deudas.

Pero pasó el tiempo y desde hace poco más de dos años esas esperanzas le volvieron a palpitar adentro, con ritmo distinto. La madurez le hace entender que los de hoy son otros tiempos y que lo que sigue considerando una revolución necesaria está ya siendo llevada con otras perspectivas, por eso volvió a creerla posible cuando pensó que ya no tendría tiempo para vivirla.

El énfasis en la inversión social para los sectores menos favorecidos que ya se palpa (su revancha personal reivindicada), la defensa de la dignidad y la soberanía de la nación y el desarrollo de un sentido de corresponsabilidad entre ciudadanos y gobernantes para sostener con largo aliento este proceso que no es ni fácil ni inmediato, le animan lo suficiente para decirle hoy a su nieto que cree que el Ecuador que le tocará vivir a él será mejor de lo que fue para ella.


*Publicado el 30 de abril de 2009 en El Telégrafo.

You Might Also Like

0 comentarios

Submenu Section

Slider Section