Camino al urbicidio*

lunes, enero 12, 2009



Vivo en el quinto piso de un conjunto de edificios. El complejo fue levantado por la empresa a la que denomino el Mc. Donald´s de la construcción: aspecto atrayente, precios asequibles, inmediatez en la producción y gran volumen de ventas. Por dentro, materia prima deleznable, perjuicio a mediano plazo tras el uso corriente del producto (ni siquiera debido al abuso), explotación del capital humano que la mantiene andando.

Desde este punto aún se pude ver a través de la ventana la condensación del concreto habitacional como en una amalgama cubista: geometría disparatada encerrando historias infinitas. Y por detrás de ella apenas las copas de unos árboles con el vaivén atolondrado. El sol todavía penetra por mi ventana.

Alguna vez, medio en serio medio en broma, reflexionaba acerca de la afectación personal del ciudadano según distintas problemáticas sociales, y estructuré la idea en lo que arbitrariamente imaginé como una “teoría de los círculos concéntricos”. Ubicándome como sujeto en el núcleo empecé pensando en la emigración de ecuatorianos al extranjero. Los primeros casos aprehendidos sobre el fenómeno se sucedían allá en el fondo, en los círculos más lejanos a mi realidad, hasta que llegó el día, con la complejización del caso en medio de una crisis estructural, en que alguien muy cercano a mí, por no ser yo mismo (todavía), resultó ser ya un emigrante. Lo mismo pensé luego con el problema de la inseguridad ciudadana como trasfondo. Los relatos y las cifras antes de un mayor agravamiento del caso hablaban de víctimas para mí lejanas y desconocidas, ubicadas todavía en los círculos más apartados de mis relaciones. Al poco tiempo, mis padres ya habían terminado siendo asaltados con armas de fuego (si bien yo no todavía, la paranoia colectiva ya me ha vuelto una víctima simbólica).

Últimamente me he dado por adaptar esta antojadiza noción a la frenética urbanización en la ciudad. “La ciudad entendida como experiencia urbana es ante todo una experiencia física”, argumenta el filósofo Olivier Mongin, “el deambular del cuerpo en un espacio donde predomina la relación circular entre un centro y una periferia”, acota. Un centro físico, zonal, o un centro donde se ubica el ciudadano, donde me planto yo para vivir la experiencia de la urbe mientras espero que sus flagelos me alcancen.

Más que la percepción la propia experiencia urbana me lleva a asumir con pesar que Quito se configura cada vez más desde la perspectiva del urbanista, desde la mirada que concibe lo urbano como fuente de explotación de la máxima plusvalía; donde la maqueta, el plano y la relación distante del planificador se privilegian por encima de un imaginario de ciudad donde los caminantes, el paisaje y el espacio público citadino entendido como espacio de práctica plural sean las directrices del desarrollo. La ciudad objeto en lugar de la ciudad sujeto, cuyos muros van levantándose con premura para de a poco ir eclipsándonos el horizonte al menos cercano.

Tal vez llegue el día en que esa experiencia en la urbe muera, o, quizás, lo que es sinónimo, el día en que yo ya no pueda experimentarla desde aquí. El Mc. Donald´s de la construcción planea levantar para noviembre próximo otra torre frente a mi ventana.


*Artículo publicado el 12 de enero de 2009 en El Telégrafo.

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2 comentarios

  1. Muy bueno, aprendiendo a vivir entre cemento, vidrio y acera. Algo insensato, no!!!!! Saludos.

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  2. Saludos a ti, Fito. Gracias por pasar de visita.

    S.

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