Islamismo radical a la francesa*

miércoles, enero 07, 2015


Mohamed Merah

En un país donde los asesinatos en serie, las matanzas escolares o los atentados a gran escala no son noticia frecuente, una sucesión de crímenes cometidos a sangre fría produjo el efecto que produciría un terremoto de grado ocho en una llanura de clima plácido.

Hacia el primer trimestre de 2012, en Francia se sentía el brío de lo que sería un año electoral, pero nada parecía especialmente inquietante, o no más que de costumbre. Hasta que llegaron las noticias: el 11 de marzo, en Toulouse, al sureste del país, el militar francés de origen marroquí Imad Ibn-Ziaten apareció muerto, en el parqueadero de un gimnasio, con un tiro en la cabeza. Había ido a encontrarse con alguien supuestamente interesado en comprar la motocicleta que estaba vendiendo. En el anuncio de venta, publicado en Internet, el hombre había señalado que era militar para aclarar que no usaba la moto para su trabajo y que por tanto, estaba como nueva. Cuatro días más tarde, en Montauban, a 50 kilómetros de Toulouse, a otros dos militares, Abel Chennouf y Mohamed Legouad, franceses de origen argelino, se les encontró muertos al pie de un cajero automático cerca del cuartel donde estaban acantonados. Un tercer militar que estaba con ellos quedó gravemente herido en la cabeza. Días después, el 19 de marzo, tres niños y un adulto judíos fueron asesinados fuera de la escuela Ozar Hatorah, en Toulouse.

El hecho de que las primeras víctimas fueran militares no fue lo que guió las primeras pistas. Más bien, al ser ellas de origen magrebí, y judías las siguientes, la policía creyó que podía tratarse de crímenes producidos por la extrema derecha. Para entonces, solamente dos indicios quedaban claros: el asesino había usado una pistola Colt 45 y, según las grabaciones de las cámaras de seguridad, se movilizaba en una moto Yamaha T-MAX 530. La prensa, entonces, lo llamó “el asesino del scooter”. En los días que siguieron, la pista de la extrema derecha quedó descartada y las investigaciones llegaron hasta un hombre llamado Mohamed Merah, un francés de 23 años, de origen argelino, que ya había estado en la mira de los servicios secretos por presuntos vínculos con grupos terroristas islámicos.

En medio de ese clima aparecieron un video -La inocencia de los musulmanes- y unas caricaturas que publicó el semanario Charlie Hebdo. En ambos se satirizaba a Mahoma, el profeta del Islam, y el resultado fue una serie de reacciones violentas en una parte de la comunidad musulmana. Poco tiempo después se anunció la desarticulación de una célula islamista que planeaba ataques internos. Francia, la nación europea con la más grande población de confesión musulmana (entre cinco y seis millones según el Ministerio del Interior, de los cuales un tercio se declara creyente y practicante), se enfrentaba a un desconocido fenómeno de violencia que se estaba gestando dentro de sus fronteras. El año 2012 terminó dejando latente un conflicto en el que el Islam parecía el villano.


***

El desenlace del caso de las muertes de militares y judíos llegó el miércoles 21 de marzo. Tras 10 días de pesquisas, hacia las tres de la mañana, agentes de la RAID, el grupo de operaciones especiales de la policía francesa, intentaron tomar por asalto el apartamento de Mohamed Merah, ubicado en un primer piso, en un suburbio de Toulouse, pero él los recibió abriendo fuego e hirió a tres. Los policías comenzaron una negociación vía walkie-talkie, guiada por “Hassan”, un agente que ya había interrogado a Merah en noviembre de 2011 para averiguar qué había ido a hacer en las zonas tribales de la frontera afgano-paquistaní.

-¿Qué es lo que quieres hacer, qué quieres de nuestra parte? –preguntó “Hassan”- ¿Certezas? ¿Garantías?

-No, yo no quiero nada. Si ustedes entran, sé que lo van a hacer con una granada ensordecedora, de humo o lacrimógena, pero yo estaré listo para recibirlos. Deben saber que yo me los llevaré conmigo, que no me iré solo. Además, si me rindo, ¿para qué habrá servido todo lo que hice?

Mohamed Merah no se rindió. Permaneció arrinconado en el baño de su departamento durante 32 horas, pero hacia las 11 de la mañana del jueves 22 los oficiales de la policía entraron y, tras un cruce de balas, el cuerpo delgado de Mohamed Merah quedó inerte. Se dijo que un francotirador apostado en el edificio del frente le había dado el tiro definitivo.

Merah era una suerte de yihadista freelance, un combatiente por la llamada Guerra Santa que se autoreclutó y puso su voluntad y sus recursos para entrenarse en el extranjero y cometer ataques dentro de su país. A esa forma de operar, que también incluía la autoinstrucción por medio de sitios de Internet con contenidos de propaganda islamista, algunos la llamaron neoyihadista. El móvil de sus actos se hizo público meses después, cuando medios locales reprodujeron extractos de los diálogos que la noche de su muerte él mantuvo con “Hassan”. Entre muchas otras cosas, se le escuchó decir que luego de recorrer varios países del Magreb y de Oriente Medio llegó a una zona tribal de la frontera entre Pakistán y Afganistán, donde pudo entrenarse en el uso de las armas con una filial de Al Qaeda. Al explicar porqué había escogido a esas víctimas, dijo: “porque los militares están comprometidos en Afganistán y matan a mis hermanos”, y porque “los judíos matan a inocentes en Palestina”. Antes de morir, Merah también declaró ser musulmán y haber tenido como prioridad avanzar con la yihad (la “Guerra Santa”) en Francia.

Los investigadores entendieron que ese “autorreclutamiento” constituía una nueva forma de integración a las redes del terrorismo internacional, y que la manera dispersa en la que emergían los nuevos combatientes y el hecho de no aparecer ligados a ninguna organización, volvía complicada la tarea de rastrearlos. Pero si bien Mohamed Merah hizo su entrenamiento en tierras tribales, su adoctrinamiento ideológico se habría consolidado en la más larga de sus estancias en prisión, en Francia, donde pagó varias veces por delitos comunes. “Fue ahí que me convertí seriamente a la religión”, le dijo aquella noche a “Hassan”. El hombre que acababa de cometer el mayor atentado en territorio francés desde 1996 (cuando terroristas ligados al Grupo Islámico Armado (GIA), de Argelia, hicieron explotar una bomba en el sistema de trenes de París y mataron a cuatro personas) confirmaba lo que estudios previos habían señalado como un riesgo: en las cárceles, delincuentes jóvenes son proclives a ser seducidos por imanes autoproclamados que insuflan discursos radicales. Todo parecía indicar que, si antes los grandes aparatos terroristas se componían en buena parte de estudiantes e intelectuales, hoy los protagonistas empezaban a ser jóvenes de barrios desatendidos por las autoridades. El sociólogo Farhad Khosrokhavar, director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales y autor de los libros El Islam en las prisiones (2004) y Cuando habla Al Qaeda, testimonios detrás de los barrotes (2006), le dijo al periódico Le Figaro: “Ciertos detenidos son más susceptibles de radicalización que otros y ante eso la institución carcelaria está largamente indefensa. El nuevo modelo de radicalización tiene efecto en las personas psicológicamente inestables y frágiles, y para eso la prisión se vuelve el lugar ideal.” Aunque no existen cifras oficiales -dice el mismo sociólogo-, se calcula que alrededor de la mitad de los 63 mil presos que componen la población carcelaria francesa sería de confesión musulmana.

Ante el riesgo de que tras los atentados de Merah se desatara un clima de tensión entre musulmanes y judíos, representantes de ambas religiones se reunieron con Nicolas Sarkozy, entonces presidente de la república, y pidieron a sus comunidades evitar confrontaciones. Dalil Boubakeur, rector de la Gran Mezquita de París, dijo que “la religión musulmana era en un 99 por ciento pacífica, ciudadana, responsable y no violenta”, y pedía que se “evitara toda estigmatización entre el Islam y el autor de los atentados.” Autoridades palestinas en Francia condenaron “con el mayor rigor los aborrecibles asesinatos”, y hasta el primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina, Salam Fayyad, envió un comunicado para decir  que “era tiempo de que ese tipo de criminales dejaran de reivindicar sus actos terroristas en nombre de Palestina y de pretender defender la causa de sus niños.” Gilles Bernheim, el Gran Rabino de Francia, dijo que “musulmanes y judíos condenaban las generalizaciones que se pudieran hacer al vincular la situación política internacional que se vive en Oriente Próximo con los actos monstruosos cometidos en Toulouse y Montauban.” Y como Francia se encontraba en plena época electoral, los pedidos también se dirigieron a los candidatos presidenciales, para que evitaran “aprovechar y manipular políticamente” los acontecimientos. Aferrada a un discurso de defensa de la seguridad nacional y de combate a la inmigración, Marine le Pen, la candidata del partido de extrema derecha Frente Nacional, usufructuó del momento y en un mitin llegó a preguntarse “cuántos Mohamed Merah habrán en los barcos y en los aviones que cada día llegan a Francia llenos de inmigrantes”, y anticipó entre otras cosas que de llegar a ser presidenta ordenaría que “las prédicas fueran sistemáticamente vigiladas en las mezquitas.” Por esos días, sus declaraciones cobraron protagonismo en todos los medios, su candidatura subió algunos puntos porcentuales y hasta se llegó a creer que disputaría la segunda vuelta (finalmente quedó tercera). El revuelo hizo pensar que una buena parte de la sociedad francesa se identificaba con postulados que hacían ver al Islam como un conglomerado uniforme y amenazante. Un sondeo hecho en abril por la encuestadora Ipsos decía que la palabra Islam evocaba una opinión “muy mala” en el 81 por ciento de los encuestados. Candidatos de centro y de izquierda deploraron las declaraciones de Le Pen y finalmente, en medio de la campaña, el tema sirvió para encender los debates. El 6 de mayo de 2012, François Hollande ganó las elecciones con un programa de 60 puntos en el que prometía, apenas, “ser muy vigilante en la acción contra el terrorismo”. El nuevo gobierno socialista heredó un conflicto que no esperaba y, a pesar de que autoridades judías y musulmanas se habían unido en un mensaje de prudencia, los sucesos de Toulouse y Montauban ya habían provocado algunos resquemores.


***


La zona de Chateau d´Eau, en el distrito 10, es uno de los tantos enclaves de París con el ambiente de un congreso de naciones. Están los bares de tendencia, las peluquerías afro y la presencia musulmana en carnicerías halal y restaurantes de comida turca. Está también la concurrida mezquita Ali, donde El Hadi Nour, un elegante argelino de bigote impecable y hablar sereno, enseña árabe y dirige lecturas del Corán. 

-Existen jóvenes, como Merah, que por problemas afectivos y psicopáticos se encierran en una ideología creada por ellos mismos y que dicen haber sido escogidos por la providencia para actuar en la sociedad. Ellos pueden resultar peligrosos, pero son casos totalmente aislados, y no por eso se puede pensar que el Islam es una amenaza.

El Hadi Nour me ha citado en uno de los cafés más concurridos de la zona, ha preferido no tratar el tema dentro de la mezquita para que sus opiniones no se interpreten como una postura de su congregación. Las diversas instituciones musulmanas en Francia, como las que se pronunciaron tras el caso Merah, son autónomas entre ellas, persiguen intereses particulares y constituyen representaciones cívico-religiosas de distintas comunidades asentadas en el país (la argelina, la marroquí, las antillanas). A pesar de que Nour no se siente representado por ninguna de ellas, considera pertinentes sus llamados a la calma, pero cree que la estigmatización es una secuela inevitable. 

-El problema es que con casos como ese todos los ciudadanos de origen musulmán, franceses o no, practicantes o no, resultan señalados con el dedo. Eso hace que exista una tensión, que se la siente sobre todo en las declaraciones de políticos de extrema derecha y en la cobertura mediática.

A pocas cuadras de la mezquita, el sector cambia de confesión. En la zona de Cadet, en el distrito 9, hay siete sinagogas, varias librerías de teología, mística y filosofía judía, restaurantes, supermercados y carnicerías kosher. La mayoría de las personas se niega a hablar y lo hace mostrando una mueca de desdén. “Ese no es asunto nuestro”, dice el encargado de una sinagoga. “No tengo nada que decir”, responde un carnicero. “Estamos ocupados”, dicen dos jóvenes que preparan sándwiches de falafel. Solamente el señor Mordehai, propietario de la librería La foi du livre, parece haber estado esperando que alguien le preguntara. Cruza los brazos y se acomoda en el sillón de su escritorio. Algo en su rostro dice que tiene una ira por exponer.

-Tensión ha existido siempre, el problema es que cada vez se estigmatiza más. No se puede señalar al Islam por lo que ocurrió, pero los musulmanes deberían manifestarse para demostrar que no están de acuerdo con los miembros radicales. El no hacerlo es una forma de complicidad.

Poco después de que ocurriera lo de Merah, unos cuantos jóvenes de origen magrebí fueron a provocar a Mordehai en su librería. “Sale juif” (judío sucio), fue lo que escuchó. Pudo controlar la situación, pero para estar seguro notificó a la policía.

-¿Sabe lo que me dijeron? ¡Que mejor cerrara el local! Cuando quienes se supone que están para protegerte no lo hacen, te sientes rechazado. Así nos sentimos en comparación a otras comunidades. Aquí no es como en Estados Unidos, donde los judíos están integrados.

Mientras que para El Hadi Nour son la extrema derecha y ciertos enfoques de la prensa los factores que movilizan rechazo hacia su comunidad, Mordehai mira al gobierno socialista de François Hollande como cómplice del repudio que reciben los judíos.

-Aquí muchos musulmanes hacen manifestaciones, queman banderas de Israel, gritan en contra de los judíos y nadie hace nada. Hace falta la voluntad del Estado. Si el gobierno tuviera una posición clara en el conflicto Israel-Palestina, todo fuera distinto.

-¿Cuál es la posición que debería tener el gobierno?

-Una posición menos laxa. El problema es que el gobierno es pro-árabe, por eso nos sentimos rechazados. La verdad es que no veo lejano el momento de hacer las maletas e irme de aquí. A veces tengo miedo de que mis hijos sean maltratados.

Encendido de un momento a otro, como una alegoría del hervor oscilante que genera este tema, el inicial ánimo conciliador de Mordehai devino en un catártico listado de resentimientos. Pero, cerca de su librería, esa vehemencia fue matizada por la única autoridad judía que aceptó ser entrevistada. El señor Gamo es el responsable de la sinagoga Rachi, una de las siete de la zona de Cadet. Me recibe en el pasillo de entrada al templo. Gamo viste con la clásica corrección ceremonial de traje negro y camisa blanca.

-El gobierno es pro-árabe a nivel diplomático, pero eso no quiere decir que sea pro-musulmán. El gobierno fue claro al condenar los asesinatos de Merah y al solidarizarse con nuestra comunidad. La emergencia del islamismo radical en Francia es un problema para todos, no especialmente para nosotros.

“Mire”, dice señalándome la cámara de vigilancia que hay en ese pasillo pintado entero de un amarillo pálido. “Eso es lo que siempre hemos tenido. Luego del affaire Merah no hemos tomado ninguna otra medida de seguridad.” Yo había ingresado a la sinagoga por mi cuenta, porque la puerta principal estaba abierta.

-Que los judíos seamos objeto de ataques no es nuevo, siempre ha sido así. Lo que creo que va a causar una verdadera subida de tensión es la llegada de la crisis económica. Ahí se nos va a culpar de todo. Usted sabe lo que se dice de los judíos.

***


Con el caso de Mohamed Merah apareció de nuevo la estela de fluctuante polémica que dejó, en abril de 2011, la entrada en vigor de la ley que prohíbe el uso del niqab (el velo que deja al descubierto los ojos) y la burka (el velo integral afgano) en el espacio público francés. Ese mismo año, a través de la resonancia que le dieron los medios, rebrotó también el inconcluso debate sobre la prohibición en las escuelas públicas de signos que manifiesten ostensiblemente una pertenencia religiosa, sobre todo a partir de denuncias de que alumnas musulmanas asistían con la cabeza cubierta con un foulard. Otro conflicto que se reavivó, pero que siempre mantuvo la controversia, fue el de los llamados rezos de calle. Dada la incontenible afluencia a las mezquitas de las calles Myrah y Polonceau, en el barrio La Goutte d´Or, distrito 18, al dar la hora del rezo obligatorio de los viernes, los fieles que no encontraban espacio en el interior se acostumbraron a tender alfombras en las calles y las veredas aledañas, y con eso la convivencia se transformó en un caos.

En La Goutte d´Or, la intersección que forman las calles Myrah y Léon es la misma África. El 90 por ciento de los habitantes proviene de ese continente y la mayoría es de confesión musulmana. En medio, quebrando la constante, está el café de Isabelle Cherchevsky, una francesa de ojos claros y ninguna filiación religiosa.

-Fue durante más de veinte años que la gente se tomó las calles para rezar, no era cualquier cosa. A mí me insultaban con palabras gruesas cuando pasaba por ahí al momento de los rezos, y me decían que debía cerrar el café mientras duraran. Pero aparte de eso, no hemos tenido inconvenientes.

-Sí, fueron más de veinte años de tener que aceptar eso –dice una mujer de alrededor de setenta años que en ese momento cena en el café-, de tener que soportar manifestaciones de una cultura muy distinta a la francesa, y todo sin que yo sepa por qué teníamos que soportarlo. A mí, como vecina, no me interesa tener ninguna relación especial con esta gente. Me conformo con que no se metan conmigo y yo no me meto con ellos. En mi edificio ya convivo con gente que proviene de muchos lugares, pero en realidad quisiera irme al campo, de donde vengo, a vivir mi vejez en paz.

Fueron más de veinte años porque, tras varias mediciones de fuerza entre el poder público y autoridades musulmanas, en septiembre de 2011 se habilitó un antiguo cuartel de bomberos para que los viernes las comunidades de las dos mezquitas en conflicto se reunieran allí.

-Nosotros no rezábamos en la calle por voluntad o por gusto, sino porque no teníamos suficiente espacio en nuestras mezquitas, pero aquí estamos satisfechos –dice Assani Fassassi, Secretario de la Federación Francesa de Asociaciones Islámicas de África, Comores y las Antillas.

Allí, hacia las dos de la tarde, los dos galpones acondicionados, de 1200 metros cuadrados el uno y 800 el otro, también han quedado estrechos. Lo que ocurría en las calles de La Goutte d´Or ocurre también en los parqueaderos del antiguo cuartel. Ocurre, al menos, puertas adentro: un impresionante tapiz humano ondea con sincronía ante el eco abombado de las plegarias que llegan desde el hangar mayor. Se calcula que cada viernes se juntan ahí cuatro mil musulmanes.

-Por el momento aquí estamos bien –dice el fiel Bamody Diakite-. El lugar es espacioso y podemos orar sin molestar a nadie, pero en vista de la cantidad de gente que viene, parece que va a quedar pequeño.

Aquellas viejas disputas despertaron nuevos debates a través de los medios, y con eso las implicaciones del carácter laico del Estado volvieron a exigir revisiones. En medio de ese ambiente explotó, a través de Youtube, La inocencia de los musulmanes. El 11 de septiembre de 2012, los 14 minutos de un video satírico en el que se retrataba a Mahoma como inepto, matón, pedófilo y con orientación homosexual, hicieron que, principalmente en países de Oriente Medio, miles de musulmanes, entre ellos varios grupos radicales, salieran a protestar contra lo que consideraron una blasfemia contra su profeta. Después de la confusión inicial acerca de su origen, se supo que esa película había sido producida por Nakoula Basseley Nakoula, un egipcio-estadounidense, cristiano copto, que cargaba un relevante prontuario delictivo relacionado con drogas y estafas financieras, y una indecible aversión hacia los musulmanes.

A pesar de que más tarde se aclaró que las manifestaciones provocadas por la película no juntaron más de unos cuantos miles de personas, y que no se estaba gestando el choque de civilizaciones que algunos medios hicieron creer, los desmanes fueron funestos. En Libia, el consulado estadounidense fue asaltado y en el ataque murieron el embajador Christopher Stevens y dos miembros de su equipo. El atentado fue atribuido a islamistas radicales. En El Cairo, ese mismo día, asaltaron la embajada de Estados Unidos y reemplazaron su estandarte por una bandera negra con un símbolo escrito en caracteres blancos: la shahada, la inscripción de la profesión de fe islámica que dice “No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta”. La insignia del salafismo yihadista, la corriente islamista que legitima la violencia armada como una obligación religiosa, quedaba izada.

Aquél, que parecía un conflicto lejano, aterrizó una semana más tarde en París. El sábado 15 de septiembre de 2012, alrededor de 250 personas se juntaron frente a la embajada estadounidense para protestar contra La inocencia de los musulmanes. Varios llegaron como barras bravas, ondeando un par de banderas salafistas, y unos cuantos llevaban el vestuario identificativo de esa corriente: barbas abultadas y túnicas largas sobre pantalones tipo pescador. Lanzaron cantos de alabanza a Alá y hubo quienes soltaron gritos contra los judíos. La mayoría rezó sobre el pavimento de Champs-Élysées, en medio de un cerco de policías que al final del día detuvieron a 150 personas y que, después de interrogarlas, dijeron que había una decena que denotaba probables vínculos con grupos extremistas. Aunque a pocos les correspondía el membrete, trascendió a grandes voces que el acto fue motivado por grupos salafistas. El salafismo, el movimiento ultraortodoxo que busca imitar la arcaica forma de vida de los salaf, los primeros compañeros del profeta, preconiza que el Islam debe regir el conjunto de los comportamientos humanos, y entre otras premisas rechaza toda influencia occidental y nociones como democracia y laicidad porque cree que corrompen la fe musulmana. Ver a varios salafistas manifestarse en pleno centro de París hizo a las autoridades reconocer que había una amenaza. “Esas pocas personas, que no deben ser confundidas con la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos –dijo Manuel Valls, el estrenado Ministro del Interior-, caricaturizan al Islam que es practicado en nuestro país. No podemos soportar que se den los rezos en la calle ni que se lancen gritos hostiles contra países aliados. No podemos olvidar lo que pasó en marzo con Mohamed Merah. Hay jóvenes en nuestros propios barrios que pueden ser tocados por esa ideología de odio, por eso hay que combatirla. La amenaza existe.”


***


-Yo no puedo decir si existe o no una amenaza terrorista –dice El Hadi Nour, el director de lecturas del Corán de la mezquita Ali-, pero al menos se sabe que Merah era un individuo completamente aislado y que los jóvenes que podrían actuar así son unos pocos. Luego del 11 de septiembre, en Occidente se forjó un nuevo principio: cuando los políticos no pueden solucionar en el corto plazo los problemas económicos, encuentran las ocasiones para desarrollar una política del miedo.

El sociólogo Samir Amghar, autor del libro El salafismo de hoy. Movimientos sectarios en Occidente, explica que entre los 12 y 15 mil salafistas que existirían en Francia, unos 200 presentarían perfiles que harían pensar en sus intenciones de emprender la yihad armada. El resto, la mayoría, se adscribiría a la corriente piadosa o quietista del salafismo, que se concentra en la prédica y en la formación religiosa.

-Yo siempre he considerado al salafismo puramente formal –continúa El Hadi Nour-. No hay ninguna espiritualidad. Para ellos se debe tener la barba crecida y una determinada vestimenta para poder estar en la religión.

El 19 de septiembre, una semana después de que La inocencia de los musulmanes inflamara el ambiente, el semanario francés satírico de actualidad Charlie Hebdo publicó una edición con tres páginas dedicadas a burlarse de esa película, de los salafistas y de Mahoma. Mientras el propio Islam se abstiene de representar gráficamente a su profeta para evitar que la idolatría a una imagen se sobreponga a sus enseñanzas, en la revista francesa Mahoma aparecía burlado. Una de las caricaturas parodiaba a una escena de Le Mépris, de Jean-Luc Godard. En lugar de Brigitte Bardot está el profeta, boca abajo, desnudo, preguntando, como Bardot en el filme: “¿Y mis nalgas, te gustan mis nalgas?” Era la tercera jugada de ese tipo que realizaba Charlie Hebdo. Por reproducir en 2006 unas caricaturas de Mahoma, originalmente publicadas en el periódico danés Jyllands Posten, el semanario tuvo que afrontar juicios por “injuria con base religiosa”. En noviembre de 2011, por haber publicado una edición llamada Charia Hebdo en referencia al propósito de algunas fuerzas islamistas de aplicar la charia –el severo código del Derecho islámico que busca regir todos los aspectos de la vida- en algunos países de la “primavera árabe”, a Charlie Hebdo le incendiaron las oficinas.

En Francia, el affaire derivó en un debate inagotable que enfrentó a quienes defendían el derecho absoluto a la libertad de expresión y a quienes reclamaban por la violación a lo sagrado. En medio de la polémica, se supo que en un par de quioscos de revistas algunos musulmanes habían comprado todos los ejemplares para que la ofensa no quedara disponible, pero en el quiosco de Chateau d´eau, un lugar minúsculo, desbordante de lo más exquisito de la prensa mundial y que queda a pocos pasos de la mezquita Ali, aquellos días fueron como cualquier otro.

-Ningún musulmán vino a comprar la revista porque a ellos no les importan esas cosas –dice el encargado del puesto-. La gente que viene a esta mezquita es tranquila, educada. Los que la compraron, por novelería, fueron los franceses bobo (contracción de “bohemios-burgueses”). Eso es lo único que pasó: que la revista, que cada vez se vende menos, se agotó.

Este capítulo dejó consecuencias de distinto orden. En las redes sociales, extremistas pedían la cabeza de los directivos de la revista, en tanto que unas organizaciones musulmanas hablaron de “islamofobia” e “incitación al odio” y otras sugirieron a sus miembros “no caer en la provocación y expresar su indignación por los medios legales”. Y mientras los directivos de Charlie Hebdo y el Primer Ministro Jean-Marc Ayrault buscaron zanjar el alboroto invitando a “acudir a los tribunales a quienes creyeran que sus convicciones habían sido heridas”, para el fin de semana que siguió a la publicación el gobierno francés tuvo que ordenar el cierre de sus escuelas y dependencias diplomáticas en una veintena de países musulmanes. Se temía que las protestas resultaran fatales.

La última pieza del dominó cayó el sábado 6 de octubre de 2012, cuando una nueva célula terrorista fue desarticulada en Cannes, Estrasburgo, y en las localidades de Torcy y Seine-et-Marne. Dos semanas antes, una tienda judía de comestibles en Sarcelles, en la periferia de París, había sido atacada con una granada de mano y el incidente dejó un herido leve. Entre los destrozos quedaron fragmentos de la granada y, en ellos, trazos del ADN de Jérémie Louis-Sidney, un delincuente de 33 años que en 2008 había sido condenado a dos años de prisión por tráfico de drogas. Luego de ese atentado, los servicios especiales detuvieron a 11 personas de entre 18 y 25 años. Contaron los agentes que cuando quisieron apresar a Louis-Sidney, que se había refugiado en Cannes, en el departamento de una de sus dos esposas (el salafismo secunda la poligamia por medio de matrimonios religiosos que ministros de culto ofician en la intimidad familiar), él los atacó con una Magnum 357 hasta vaciar el tambor. Pero no le sirvió de nada. Murió en el acto. Los agentes también dijeron que en las casas de algunos de los detenidos se encontraron 27 mil euros en efectivo, propaganda islamista, cuatro testamentos y una lista de asociaciones israelitas ubicadas en la periferia parisina: posibles próximos objetivos. Los historiales de los apresados habrían calzado con el perfil del yihadista de nueva generación: varios habían tenido su paso por prisión debido a delitos menores, se habían convertido al Islam de corriente radical y habían entrado en el radar de Inteligencia como sospechosos de haber viajado a Siria para intentar unirse a grupos extremistas. Como Mohamed Merah, Jérémie Louis-Sidney habría adoptado el salafismo como una forma de construirse una identidad que no fuera la de un “asimilado” a la cultura occidental, y con sus acciones habría buscado combatir a una sociedad que, desde su perspectiva, era vista como opresora. Esas son, según el sociólogo Samir Amghar, autor del libro El salafismo de hoy, algunas de las características de los nuevos combatientes.


***


A esa secuencia de casos, que durante 2012 le significaron a Francia un nuevo frente de conflictos internos, se sumaron los efectos colaterales. La tensión subió de tono cuando aparecieron en escena los integristas de la extrema derecha: tentativas de incendio a negocios de musulmanes, acoso en lugares de culto y cementerios, graffitis ofensivos, cabezas de cerdo colgadas y excrementos ensuciando paredes. El Observatorio contra la islamofobia indicó que las muestras de hostilidad de ese tipo habían aumentado, hasta octubre, en un 42 por ciento respecto al año anterior. El 20 de ese mes el grupo de extrema derecha Bloque Identitario tomó la mezquita de la localidad de Poitiers, al suroeste de París, con una puesta en escena abiertamente anti-Islam.

Algunos análisis vieron en eso el encendido de la mecha. El sociólogo Raphaël Liogier, autor de Mito de la islamización, le dijo a la revista musulmana Oumma que “lo peor está aún por llegar” y que veía posible la emergencia en Francia de un asesino como Anders Breivik, el ultraderechista noruego que el 22 de julio de 2011 asesinó a 77 personas en una isla cerca de Oslo. Y mientras el Consejo Representativo de Culto Musulmán se quejaba de que el tratamiento político y mediático exacerbaba el miedo frente al Islam, el 25 de octubre de 2012 un estudio hecho por Ipsos para el periódico Le Figaro indicaba que el “43 por ciento de franceses considera al Islam una amenaza”.

A inicios de 2013, la guerra que el gobierno francés le había declarado al terrorismo hecho en casa se volvió de exportación. Por pedido del presidente interino de Malí, Dioncounda Traoré, François Hollande ordenó la intervención militar francesa en el país africano a partir del 11 de enero. Urgía impedir el avance de las tropas islamistas aliadas a AQMI, Al Qaeda en el Magreb Islámico, que desde junio de 2012 se habían apoderado del norte de ese país y avanzaban hacia el sur intentando imponer la charia en todo el territorio. Hacia finales de enero, las tropas francesas, en apoyo al ejército maliense y a una fuerza aliada de países africanos, había logrado liberar Tombuctú y evitar la toma de ciudades claves como Sévaré y la capital Bamako. En Malí, antigua colonia francesa, no había sino el agradecimiento desbordado para el gobierno de Hollande, pero en Francia se empezaron a revelar nuevos movimientos de franceses yihadistas deseosos de sumarse al frente abierto en el desierto de Sahel. A inicios de febrero se detuvo a dos franceses, un franco-argelino y un maliense, sospechosos de pertenecer a una red de islamistas que, según expertos, buscarían combatir en esa región antes de regresar para cometer atentados en Francia, y se advirtió que, si hasta hace poco el fenómeno contaba con franceses de origen magrebí, ahora empezarían a aparecer los de raíces subsaharianas. Se habló entonces de la black jihad. Tal como en ocasiones anteriores, los sospechosos del más reciente caso fueron detenidos en la periferia de París, aquella a la que el Ministro del Interior se había referido cuando dijo: “Existe una amenaza terrorista en Francia. Las redes terroristas están en nuestros barrios.”



***


Cuando en Francia se habla de los barrios, generalmente se piensa en las zonas suburbanas desatendidas por el gobierno y con alta concentración de inmigrantes, pero al tratarse de este tema también se piensa en sectores del pleno centro. La calle Jean-Pierre Timbaud, en el barrio Belleville, distrito XI, es una torre de Babel de 13 cuadras. Su fama de “territorio islamizado” se la dan las cuatro primeras cuadras cuesta abajo desde el metro Couronnes. De ahí en más, la calle es un collage cosmopolita de sabores y de credos: las tiendas y los bares, la bohemia y la burguesía, tan parisina, tan juvenil.

En esas cuatro cuadras de la calle Timbaud, el mundo es musulmán en su más diversa complejidad. Tras las vitrinas de las boutiques femeninas, a los maniquíes se les pierden las formas bajo la mustia sobriedad de las galabiyas, lisas y oscuras como el invierno. Desde afuera de una de ellas -sin saber con certeza si a un hombre se le permite o no ingresar- le pregunto a la responsable si puedo hacerle una entrevista, pero cuando le explico sobre qué, me dice: “No estoy autorizada a hablar”.

Los únicos establecimientos no musulmanes son dos bares plantados ahí como por una jugarreta: el uno se llama El Asesino y el otro Caníbal. Es un viernes oscuro y con cinco grados. Es día de rezo obligatorio, pero hacia las doce en la mezquita del barrio los fieles apenas empiezan a reunirse. Las galabiyas para hombres, claras y oscuras, con o sin bordados al contorno del cuello, se ofrecen en bazares cargados de todo: comestibles, juguetes, alfombras con brújulas incorporadas para que los rezos no pierdan el rumbo. El responsable de una de esas tiendas es un hombre joven que no debe llegar a los treinta, rubio y con los ojos azules, la barba pelirroja, tupida, jeans por debajo de una túnica pálida.

-¿Qué sintió cuando supo de la existencia de la película La inocencia de los musulmanes?

-No estoy muy al tanto de eso, yo practico mi fe en mi intimidad –dice con un gesto desinteresado-. Pero creo que la gente tiene derecho a decir lo que le parece.

-¿Y sobre las caricaturas de Charile Hebdo?

-Tampoco sé mucho, ni siquiera tengo televisor.

En la calle Jean-Pierre Timbaud se concentra un puñado de librerías islámicas, con los estantes llenos de libros acerca de cómo el Islam debe regir en diversos aspectos de la vida: la enfermedad, el matrimonio, las relaciones íntimas. Hay libros sobre espiritualidad, jurisprudencia, política en Medio Oriente, historia de las civilizaciones, viajes, cocina y ediciones del Corán para padres e hijos. El propietario de la librería El Falah es marroquí, seguidor del pensamiento de León Tolstoi. Prepara una tesis filosófica sobre la desobediencia civil y la no violencia.

-No estoy de acuerdo con las reacciones violentas a esa película y a las caricaturas de Charlie Hebdo, pero tampoco estoy de acuerdo con la manera en que se denigra a nuestro profeta y en general a los musulmanes. No es valiente atacarnos de esa forma, nadie se atrevería a hacer algo así sobre el holocausto, por ejemplo.

-¿Hay un ensañamiento particular contra los musulmanes?

-La gente hace eso porque en la actualidad somos vistos como el rezago del mundo, y de crear esa imagen se encargó Occidente, algunos políticos, los medios. Yo hablo árabe y francés, y cuando veo en los noticieros las traducciones que hacen de los entrevistados que hablan en árabe, me doy cuenta de cómo ponen las cosas al revés.

-Pero es cierto que dentro del Islam hay las corrientes salafistas y entre ellas la violenta que reivindica la acción armada.

-Yo no estoy de acuerdo con esas clasificaciones. Dependiendo de las circunstancias, todos podemos ponernos violentos, pero yo creo más en el perdón y en no dar importancia a quien no la merece. El problema es la tergiversación, el membrete de salafista que se le pone a cualquier movimiento que se manifiesta públicamente.

-Pero algunos salafistas han hecho más que manifestarse públicamente, han reivindicado atentados, promueven la aplicación de la charia en algunos países.

-Yo hice estudios sobre la charia en Marruecos y puedo decirle que la charia no es la barba y la túnica. La interpretación que algunos tienen de ella es absurda. Para mí, charia significa justicia, igualdad, y mientras se la piense así, se la puede imaginar aplicada en cualquier sociedad.

Una curiosa deriva simbólica, que sin embargo no es evidente, define a esta zona. El límite al “territorio islamizado” lo pone la mezquita Omar Ibn Khattab, llamada simplemente Omar. A su lado funciona una escuela primaria católica y junto a ella una guardería del Estado: quizás una metáfora de la convivencia posible entre diversidad y laicidad. Frente a la mezquita hay un bar que se llama El fiel. Ocho hombres repartidos en el salón principal toman té o café. La otra opción en el menú son siropes de fresa, menta, anís y limón para aromatizar el agua Perrier. Mi café dura tres sorbos. Las miradas que me cruzan entretanto no son de desdén, son de extrañeza. Son las dos de la tarde, la mayoría de los negocios musulmanes está cerrada. En las puertas de algunos de ellos hay mensajes que dicen que se reabrirán a partir de las dos y media. En la mezquita, el espacio para 1200 fieles está copado y hay hombres -sobre todo del centro y del norte de África, con y sin barba, con y sin galabiya- que desbordan las tres entradas y que empiezan a llenar la vereda formando una columna de a tres. En pocos minutos, los que están primeros posarán sus alfombras y empezarán los “rezos de calle”, ese gesto público de fe religiosa que tanto contraría al Estado francés.

Frente a la mezquita está el Centro Cultural Maison des métallos. A media tarde, un trabajador de ese lugar cruza la calle para tomar una cerveza en el Onze Bar, colindante con la guardería estatal.

-¿Cómo es la convivencia aquí, se percibe tensión entre las comunidades?

-Existe una especie de tensión disimulada. Está claro que, por ejemplo, los negocios musulmanes quisieran que el bar El Asesino y el Canibal salieran de su calle, y viceversa, pero no pasa de eso. Es como que la gente hace un esfuerzo para convivir y evitar contrariar a los otros, pero finalmente no pasa nada. Por ejemplo, el afiche de un espectáculo que presentamos una vez mostraba a una mujer desnuda y amarrada a una silla, era una imagen bastante fuerte y, como con todos, teníamos que pegarlo en las ventanas exteriores. Discutimos mucho sobre si debíamos ponerlo o no, y cuando lo hicimos pensamos que nos iban a romper todos los vidrios, pero no pasó absolutamente nada. Quiero decir que el tener que tomar en cuenta esas cosas demuestra que existe una tensión.

-En la prensa leí testimonios de mujeres que se quejaban de que, por usar minifalda, hombres musulmanes les habían insultado, les habían dicho que se van a ir al infierno. ¿Ha escuchado usted ese tipo de cosas?

-Bueno, a mí, como soy de origen marroquí y se me nota claramente en la cara, pero no soy musulmán, de hecho soy ateo, tres o cuatro veces se me han acercado unos barbudos a querer hacerme la moral. He estado con mi cerveza y mi cigarrillo afuera de este bar y han venido a decirme: “hermano, tienes que cambiar tu vida, por qué no nos acompañas a la mezquita”, ese tipo de cosas. Una vez uno me insistió tanto que me colmó la paciencia, y en eso alcancé a ver que bajo su galabiya tenía unos zapatos Nike. Cuando siguió insistiéndome, le dije: “Bueno, tú que andas con zapatos supuestamente de infieles, zapatos de Occidente, ¿qué es lo que quieres enseñarme?”. Agacharon la mirada y se fueron.

Hace más de treinta años, Mohammed Hammami, un ex obrero de construcción tunecino, fundó la mezquita Omar con al apoyo financiero de comerciantes del sector. Hammami es una figura importante del movimiento Tabligh, una corriente similar al salafismo, pero nacida en el subcontinente indio y que se considera apolítica, no violenta y de tradición mística. Operan con misioneros y es sabido que en Francia han tenido mucha influencia en los suburbios populares. Según el politólogo especialista en el Islam, Gilles Kepel, es la red islámica transregional y transnacional más grande del mundo. Durante los años noventa, a la mezquita Omar se la acusó de albergar a reclutadores de yihadistas, y desde entonces se la ha mantenido en los radares antiterroristas. En octubre de 2012, Mohammed Hammami, 76 años, barba frondosa, túnicas blancas ostentosas y un bastón para poder andar, fue expulsado del territorio francés. El gobierno lo envió de vuelta a Túnez acusado de “sostener un discurso abiertamente hostil hacia los valores de la República, valorizar la yihad violenta, proferir comentarios antisemitas y justificar el uso de la violencia y los castigos corporales contra las mujeres.”

-¿Es cierto que en esa mezquita se maneja ese tipo de discurso? –le pregunto a Abdelkader Bezarara, asiduo del templo.

-No, no, quizás un par de frases dentro del sermón no es del tipo de cosas que se deben decir, pero en tanto que musulmanes, no odiamos a los judíos. Estamos en contra del sionismo, pero no contra los judíos, nosotros somos respetuosos de todas las religiones.

Bezarara, joven francés de origen argelino, atiende la librería El Bouraq, otra de las que quedan en Jean-Pierre Timbaud, y milita en asociaciones para que a las diversas religiones se les otorgue su lugar en la sociedad francesa. Esa, dice, es la aplicación que el Estado debería hacer de la laicidad: no reconocer oficialmente a ninguna religión, pero garantizar el ejercicio de todas por igual. Bezerara me advierte que no podré acompañarle a la mezquita porque ahí no soportan a los periodistas. La conversación transcurre en su librería, un lugar desbordado de mercadería donde para los rezos diarios también se venden alfombras con brújula.

-¿Qué piensa de las corrientes que hacen lecturas ultraortodoxas de los principios del Islam?

-La gente puede hacer lecturas rigoristas en cualquier religión o filosofía. Tiene el derecho mientras lo haga para sí misma, pero no puede imponerlas como únicas. Respeto esas corrientes, pero no adhiero. Sé que muchas pueden hacer daño.

-¿Cuál es su lectura?

-Para mí el Islam no es solo una religión, es una cultura. Desde esa perspectiva, el Islam es paz.

-¿El salafismo es un peligro para Francia?

-No, para nada. ¿Cuántos son ellos?¿Qué hacen? Son los medios y los partidos políticos los que juegan con ese tema, pero esa gente no es un peligro, no es gente que va a cometer atentados, que va a utilizar las armas.

-Ya lo hicieron. Está el caso de Mohamed Merah y otros más recientes.

-No, Mohamed Merah es alguien que perdió totalmente el camino, es un individuo desequilibrado. Para mí él no tiene nada que ver con el Islam, no hay nada en lo que él dijo y en lo que hizo que vaya en concordancia con nuestra religión. Y lo mismo pasa con los convertidos que abrazan el Islam, la mayor parte sigue un camino totalmente radical que puede traicionar completamente la esencia de la religión. No es el Islam el que hace eso, el verdadero Islam es el de la justicia, la ética, la igualdad, el altruismo.

El servicio de cultos del Ministerio del Interior calcula que cada año cuatro mil personas se convierten al Islam. Según el sociólogo Samir Amghar, de los 15 mil salafistas que habría en Francia, hasta la tercera parte podrían ser franceses convertidos, provenientes de medios católicos y protestantes, que mantendrían las posiciones más radicales para poder “compensar” una vida que hasta entonces no había sido musulmana.

Hacia las tres de la tarde, la calle Jean-Pierre Timbaud se agita con los fieles que vacían la mezquita y caminan cuesta arriba, hacia el metro Couronnes. Lo que parece un tropel en desbandada lleva el sosiego intenso que ha dejado la oración. Las boutiques y las librerías vuelven a abrirse. Sobre el bulevar de Belleville, el mercado de los viernes está por alzarse. Lo que no se ha vendido -cajas, kilos, paquetes- se ofrece a un euro. Cae una llovizna que apresura los pasos. Cuando llegue la noche cerrarán las librerías y las boutiques musulmanas. En El asesino y en el Canibal se subirá el volumen. El “territorio islamizado” tomará el color de la bohemia. París será una fiesta.


*Publicado en la revista Gatopardo.

You Might Also Like

0 comentarios

Submenu Section

Slider Section