Michel Houellebecq está bien

martes, septiembre 23, 2014


En septiembre de 2011, al escritor francés Michel Houellebecq se le esperaba en Holanda para que presentara su última -quinta- novela, El mapa y el territorio, pero Michel Houellebecq nunca llegó. La prensa francesa encendió las alarmas y corrió la noticia de que el escritor había sido secuestrado. Algunos medios evocaron, incluso, la pista de Al Qaeda. Siguieron días de confusión y rumores, hasta que se supo que Houellebecq, que venía de ganar el Premio Goncourt, el más prestigioso de la literatura francesa, tras el reventón mediático que eso le significó, quiso desconectarse de todo e irse a España a pasarla bien.

Esa falsa noticia disparó el argumento de la película L´enlèvement de Michel Houellebecq (El secuestro de Michel Houellebecq), del director Guillaume Nicloux, que el canal de televisión Arte estrenó hace poco en Francia. Se trata de un documental ficcionado, hilarante, corrosivo, en el que el propio escritor se interpreta en la posibilidad de su secuestro. Es el mismo Houellebecq al que vemos, no tanto como actor, sino como una representación de sí mismo, en ese rapto de ficción.

Houellebecq vive días corrientes en París: conversa con un arquitecto sobre los arreglos que necesita su departamento, visita a una amiga, firma un autógrafo a un fanático espontáneo. Una tarde se suben con él, al ascensor de su edificio, tres malandros de película: un gitano obeso, un físicoculturista y un peleador de artes marciales. Houellebecq termina amordazado en una casa suburbana, con satines  en el cubrecama, caballos de porcelana sobre las repisas y olor a naftalina a la distancia. En la casa viven los padres de uno de los secuestradores. Los secuestradores, torpes y gentiles más que brutales, parecen no tener un plan concreto. No se sabe quién dio la orden ni quién pagará por el rescate. No se sabe o no se dice. La tensión tiene sentido más en el absurdo que en el drama.



Las horas de encierro sin contratiempos llevan a Houellebecq y a sus raptores a discutir sobre la creación literaria, sobre el futuro de Europa o sobre cómo asfixiar a un oponente con una llave al cuello. Son charlas que van de las dudas ingenuas a las confrontaciones airadas y a un vaivén de argumentaciones que rozan lo ridículo y ahondan en lo cómico. El ambiente se atiza con todo el vino y el whisky y los porros que circulan y se consumen, en serio, como artículos de utilería. En esa casona de campo se engendra el síndrome de Estocolmo de tal forma que víctima y captores se hermanan en tremendas comilonas nocturnas, y al punto de que cuando Houellebecq va a ser liberado -gracias a no se sabe quién, pero tampoco importa tanto-, le promete a la anciana dueña de la casa volver un día y regalarle un poema.

La mentira declarada del secuestro del escritor le sirve al director de la película para hacer surgir verdades desconocidas, como la de que el hombre calificado de misántropo, el considerado maestro de la desesperanza, el experto en retratar con frialdad la miseria afectiva y sexual del hombre moderno, es capaz de dejar correr todo su humor y su afable voluntad de compartirlo con los otros. Houellebecq llega incluso, gracias a los gestos popeyescos de sus mejillas flácidas y a su voz viscosa y murmurante, a parecer tierno.

Se sabe entonces: el enfant terrible de las letras francesas; el cincuentón provocador, cínico, oscuro, nunca fue secuestrado y nunca, al parecer, se sintió tan bien como ahora. Está, un poco, en todas partes. Días atrás cantó -leyó, declamó- textos suyos junto al músico Jean-Louis Aubert, y la semana pasada se estrenó Near Death Experience, la película de Gustave Kervern y Benoit Délépine donde también tiene un papel importante. Pero lo más remarcable es, quizás, que últimamente concede entrevistas y que en ellas ríe, hace reír y hasta insufla ánimo. Hace poco dijo, en una estación de radio, que llevaba como guía una máxima de Schopenhauer: considerar que cada día es una pequeña vida.


Publicado en la revista Qué pasa.

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