(Cosas del barrio) El Pintor
viernes, septiembre 05, 2014
En esta, mi calle, que puede ser un circo o un mercado, jamás
sería extraño ver a un mendigo pintar en caballete entre el tumulto del medio
día. Ahora mismo, a dos cuadras de mi casa, un anciano con ese aspecto, el pelo
platino, pinta en un lienzo tamaño A4 -o similar- la perspectiva que termina en
el arco de Strasbourg Saint-Denis. El cuadro, que ya está avanzado, es una
composición austera en la que resaltan las verticales, las horizontales y las
diagonales que marcan la rigidez del entorno: una escena cotidiana, se diría,
pero no donde se quiera representar un instante de vida sino donde se ponen en
relieve las líneas que estructuran el paisaje. Más que el momento, el lugar. El
estilo es claramente impresionista, la maestría es evidente, los colores menos
mustios que los reales, la iluminación tiene el tenue de este inicio del otoño.
El caballete donde reposa el cuadro es un espécimen
plegable, un transformer, que se acomoda y se vuelve portátil en tres dobleces.
-Pero no es muy práctico, no es muy cómodo –me dice, acerca
del caballete, el hombre que parece un mendigo, pero que no lo es-. Búscame
como Ken Howard, y al final escribe RA.

Ken Howard viaja y pinta. Hay lugares donde viajar y pintar son causales de condecoración.
Ya son varias las semanas que lleva andando, el caballete al hombro y sus ochentaitantos; solo, para hacerse dueño del tiempo. Se levanta a las cinco de la mañana y deja de trabajar alrededor de las cinco de la tarde. Hace poco estuvo en Sudáfrica, India, Marruecos, y ahora en París. En el último mes ha pintado unos treinta cuadros de pequeño formato, uno por día, sin todavía llegar a hartarse. Pronto presentará una exposición en Londres, con escenas de calle de esa ciudad, de Nueva York y de París. La idea de la exposición fue de su agente londinense, a él le pareció simpática y entonces empacó su caballete. El octogenario que viaja para captar el espíritu de la época al oleum et canvas es, seguramente, un sobreviviente de su especie.
Ken Howard tiene un estudio en Venecia y otro en Londres,
pero él prefiere la calle, y de la calle el reflejo que da el agua empozada y
la geometría básica de las grandes estructuras, y de la calle las esquinas y
las veredas para instalarse a trabajar. Las certezas sobre el street art merecerían una reconsideración.
Quiero saber sobre cómo traduce la iluminación, más sobre su
ritmo de trabajo, sobre sus viajes, sobre sus reservas de energía, el precio de
sus cuadros; pero Ken Howard, que ha estirado frente a él la mano en que
sostiene el pincel para calcular a escala el tamaño de una
pared, sonríe:
-Disculpe, me está desconcentrando.
Ahora sé que, en 2011, Ken Howard tuvo una exposición,
también en Londres, que fue el resultado de un periplo similar al que ahora
sigue: setenta cuadros luego de un viaje de dos años por Grecia, Suiza, Italia
e India, con precios entre 3750 y 50 mil libras esterlinas. Sé también que The way I see it es un documental que dos
ingleses hicieron en honor del profesor Howard, como algunos lo llaman. Ahora
sé que el pintor es un habitué de mi barrio: en la galería inglesa RedRag hay a la venta un cuadro suyo pintado a la misma altura donde estaba hoy,
pero desde la vereda del frente: 12500 libras. El cuadro lleva el nombre de esta
calle: rue du Faubourg Saint-Denis.
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