(Cosas del barrio) El Pintor

viernes, septiembre 05, 2014

 
En esta, mi calle, que puede ser un circo o un mercado, jamás sería extraño ver a un mendigo pintar en caballete entre el tumulto del medio día. Ahora mismo, a dos cuadras de mi casa, un anciano con ese aspecto, el pelo platino, pinta en un lienzo tamaño A4 -o similar- la perspectiva que termina en el arco de Strasbourg Saint-Denis. El cuadro, que ya está avanzado, es una composición austera en la que resaltan las verticales, las horizontales y las diagonales que marcan la rigidez del entorno: una escena cotidiana, se diría, pero no donde se quiera representar un instante de vida sino donde se ponen en relieve las líneas que estructuran el paisaje. Más que el momento, el lugar. El estilo es claramente impresionista, la maestría es evidente, los colores menos mustios que los reales, la iluminación tiene el tenue de este inicio del otoño.
El caballete donde reposa el cuadro es un espécimen plegable, un transformer, que se acomoda y se vuelve portátil en tres dobleces.
-Pero no es muy práctico, no es muy cómodo –me dice, acerca del caballete, el hombre que parece un mendigo, pero que no lo es-. Búscame como Ken Howard, y al final escribe RA.
RA significa Royal Academy of Arts, la institución que fundó el rey George III en 1768 para promover las artes visuales en Gran Bretaña. Ken Howard fue elegido como miembro de la academia (un Royal Academician) en 1991. Su biografía dice, además, que tiene 82 años y que en 2010 fue nombrado Oficial de la Orden del Imperio Británico. Bajo ese ropaje extragrande y maltratado había un lord de la pintura. El segundo de sus títulos -rezan los estatutos- se otorga “a todos aquellos que hacen algo significativo en nombre del Reino Unido.”

Ken Howard viaja y pinta. Hay lugares donde viajar y pintar son causales de condecoración.

Ya son varias las semanas que lleva andando, el caballete al hombro y sus ochentaitantos; solo, para hacerse dueño del tiempo. Se levanta a las cinco de la mañana y deja de trabajar alrededor de las cinco de la tarde. Hace poco estuvo en Sudáfrica, India, Marruecos, y ahora en París. En el último mes ha pintado unos treinta cuadros de pequeño formato, uno por día, sin todavía llegar a hartarse. Pronto presentará una exposición en Londres, con escenas de calle de esa ciudad, de Nueva York y de París. La idea de la exposición fue de su agente londinense, a él le pareció simpática y entonces empacó su caballete. El octogenario que viaja para captar el espíritu de la época al oleum et canvas es, seguramente, un sobreviviente de su especie. 
Ken Howard tiene un estudio en Venecia y otro en Londres, pero él prefiere la calle, y de la calle el reflejo que da el agua empozada y la geometría básica de las grandes estructuras, y de la calle las esquinas y las veredas para instalarse a trabajar. Las certezas sobre el street art merecerían una reconsideración. 
Quiero saber sobre cómo traduce la iluminación, más sobre su ritmo de trabajo, sobre sus viajes, sobre sus reservas de energía, el precio de sus cuadros; pero Ken Howard, que ha estirado frente a él la mano en que sostiene el pincel para calcular a escala el tamaño de una pared, sonríe:
-Disculpe, me está desconcentrando.
Ahora sé que, en 2011, Ken Howard tuvo una exposición, también en Londres, que fue el resultado de un periplo similar al que ahora sigue: setenta cuadros luego de un viaje de dos años por Grecia, Suiza, Italia e India, con precios entre 3750 y 50 mil libras esterlinas. Sé también que The way I see it es un documental que dos ingleses hicieron en honor del profesor Howard, como algunos lo llaman. Ahora sé que el pintor es un habitué de mi barrio: en la galería inglesa RedRag hay a la venta un cuadro suyo pintado a la misma altura donde estaba hoy, pero desde la vereda del frente: 12500 libras. El cuadro lleva el nombre de esta calle: rue du Faubourg Saint-Denis. 

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