À table!

lunes, diciembre 27, 2010



No es que no sepa que en el Valle del Cauca unas 20 mil personas damnificadas por la inundaciones pasarán la Navidad como otra noche mala, o que los familiares de las víctimas del accidente en Manabí querrán que este año se muera de una vez en el recuerdo, pero sé también que el mundo sobrevive en una deriva de desigualdad y que a veces, por elección o destino, resultamos sumergidos en una burbuja que se revienta cuando todo vuelve a la rutina.

Durante estos días el contacto con el exterior ha sido mínimo. Todo sucede puertas adentro y la existencia, básicamente, radica en sentarse alrededor de una mesa. Como, luego existo.

El ritual de las comidas navideñas en esta familia conlleva un protocolo sencillo pero disciplinado. Orden, alegría y tradición. Hace mucho que mi primera bebida del día no era alguna con contenido alcohólico. Aquí, hoy, 25 de diciembre de 2010, en Tassin La Demi Lune, Lyon, Francia, me alcé una copa de champaña a eso de las 13h30 y a las 13h33 ya estaba japisón. Fue para el apéritif, que se lo toma en la sala principal en plan relajado, y que consiste en una mezcla de vino espumante Montangneu con Créme de mûre, acompañado de canapés variados, en este caso elaborados con masa de hojaldre y algún relleno de queso o fiambres. Salud, feliz navidad, salud, suegrita, salud.


En la mesa principal continúa el programa con una entrada del fois gras hecho hace una semana especialmente para el almuerzo de hoy. Para la cena de anoche hubo otro, con un contenido más condimentado de especias. El de este almuerzo es más dulzón debido a la cuota de armañac y ciruela que perfuman el cuerpo grasoso de la terrina. De ellos se encarga el papá, y los monta según recetas de un libro que guarda en sus estantes. Se abre una botella de vino blanco Beaujolais y de la tostadora empiezan a saltar rodajas de cuatro tipos de panes. Me preguntan que de cual quiero, la verdad que no me importa, todos se ven bien, pero escojo uno integral rico en cereales como para dizque aplacar el embate al hígado de estos días de comer y vivir. Ruedan el fois gras, el vino y el pan. Levantamos las bandejas usadas y traemos lo que vendría a ser una segunda entrada: camarones con cáscara y lonjas finas de salmón ahumado. Fríos, pero menos que el exterior. Más pan, más vino y algo de agua para amortiguar los sabores. Empieza a hacerme falta la variada oferta de ensaladas que suele haber en casa de mis padres y la posibilidad de comerlas en conjunto con el resto de componentes del plato, y no al final, como rezagadas hojas de lechuga crespa sobre un plato viscoso. Para el momento extraño también el arroz blanco o amarillo o verde y la mundialmente famosa ensalada de fideo de mi mamá, o la ensalada rusa que de rusa debe tener lo mismo que Christian Noboa, o sea, algo por ahí nomás. Luego vendrán, al fin, unas lechugas frescas a salvarme la necesidad de clorofila, aunque la modalidad de entrega de los platos por capítulos en lugar de su presencia en un solo display sobre la mesa, me agarrará desprevenido. Pero ahí vamos. La comida es ligera, por eso, a plato que entra lleno y sale limpio, aún va quedando espacio en el apetito como para ir todavía más allá.

Llega el central. Del horno salen humeantes dos patos bien lacados rodeados de cebollas caramelizadas. El padre les hinca el cuchillo porque en él recae la labor de destajar a las estrellas de la noche. En adelante hará lo mismo con un lomo de falda que también ardió al horno y comentará dócilmente si el foi gras, cuando vuelve a ser servido, no ha sido rebanado con prolijidad. Se destapa entonces una botella de tinto y se acompaña el pato con un puré a medias entre papa y apio, sabrosa mezcla con textura acuosa. Nuevamente las bandejas y los platos a la máquina de lavar vajilla y hacia el final una tabla de quesos de alcurnia que ataca con alevosía: tres de cabra (uno con cobertura de ceniza de carbón vegetal, especialmente comprado para mí porque alguna vez dije que me gustaba el color de la ceniza sobre la costra del queso); dos de oveja recontra elegantes; un Camembert, que como dijo uno de los miembros de Kings of Leon sobre uno de por acá que él se había servido, pareciera un pie sudoroso tirándose pedos; un azul, redondo y regordete, y un maduro que aparenta ser tilsit pero que sabe a gruyere: fantásticos todos. Más pan, claro. Y más vino, por supuesto. Sírvase usted mismo. Rojo o Blanco. De Bourgogne o de Bordeaux. O de más allá.



Para el cierre, al fin, una charlotte au chocolat: una corona acompasada entre bizcochuelo esponjado y mousse de chocolate: ligero, delicado, apenas dulce y de contextura bella, arma infalible para cualquier conquista, recomendable para toda reconquista y cachetada de orgullo para la despedida más osada. ¿Fruta, compota, café? Gracias, pero no gracias.

Suenan los discos que fueron regalados en la Noche Buena, uno de Aloe Blacc, la nueva sensación del soul californiano, y luego el She was a boy, de Yael Naim, cantante de origen israelí que se me hace la equivalente en el Oriente Cercano a Lila Downs, dos inmensas de la música world y ambas con una  sensualidad que recae en su contingente intelectual.

Nos vamos levantando. Nos sentamos alrededor de las 13h30 y son casi las 17h00 cuando empezamos a recoger los trastes usados. Hemos colaborado con un desfile gastronómico de calibre, que parecía no acabar. Antoine se va a fumar un cigarrillo y Michel empieza a caminar de un lado a otro por la sala. En pocas horas la dinámica volverá a ser igual. Se montará otra vez la mesa y desfilará, en versión más modesta, otra selección de platillos. Al final nos diremos à demain con todos y de nuevo, por segundos, volveré a caer en cuenta de que lo que hice en el día luego de despertarme fue sentarme a la mesa y luego de eso dejar pasar el tiempo para volver a hacerlo, y recordaré que vi por la ventana para tan sólo notar que estaba nevando, pero que más allá de eso no alcancé a ver nada porque de nuevo ya me tocó ayudar a asentar la mesa y pasar las bandejas. El día, otra vez, me parecerá gastarse más rápido porque la luz apenas ha aguantado unas cuantas horas.


*****
El dormitorio donde me alojo queda en el altillo de la casa, un espacio cómodo con dos habitaciones y una sala de baño incompleta, que guarda la incomprensible costumbre europea de separar en dos ambientes el inodoro de la ducha y el lavabo (ok, estoy generalizando de gana). Al dormitorio se accede por una escalera de madera empinada en al menos 75 grados, la cual, dependiendo de la contundencia de la cena de cada noche, obligatoriamente se debe descender para alivianar la pesadez de cualquier tipo. Así he tenido que hacer cada madrugada a eso de las 04h00 cuando, en puntillas y alumbrando en el negro infinito de este invierno voraz con apenas el resplandor de un teléfono celular, me he deslizado sigilosamente para no levantar sospechas entre el resto de los durmientes que andan repartidos por la casa. La consiga en cada operación es esperar que la urgencia del intestino, la somnolencia acumulada o el poliéster de los calcetines no me jueguen una mala pasada al descender por las escaleras de roble barnizado y vaya a terminar contra el ventanal del segundo piso que da al patio frontal hoy cubierto de nieve. Eso, esperar a descender sin contratiempos y desear que alguien haya dejado encendido el calefactor en esa sala de baño donde sí hay inodoro. Así, cada madrugada, a eso de las 04h00, con toda la pesadez en el cuerpo y la extrañeza en la costumbre.

La mañana siguiente empezará igual, con todavía la duda de si bajar en pijama o todavía no porque quién sabe cómo vayan a reaccionar los cuñados; y esperando que nadie me llame a la mesa porque quizás ya entendieron que mi digestión va a la velocidad del desarrollo del Tercer Mundo. Pero nada, ahora mismo esta historia debe terminar aquí porque he recibido la tercera llamada a sentarme de nuevo en la mesa, y creo que no es buena idea desafiarle a la flamante suegra a que me lance una cuarta. Más bien, voy a ver si aún hay platos por pasar o si pongo a sonar desde mi iPod alguna melodía que agrade. Una vez un amigo me dijo que con las suegras Jorge Drexler nunca falla.

You Might Also Like

0 comentarios

Submenu Section

Slider Section