Paris no está gris

jueves, diciembre 23, 2010


No lo está a pesar de que podría estarlo en esta época del año. No lo está a pesar de que la gente viste de oscuro y de que anochece a las cinco de la tarde. Tampoco está blanca porque lo último de nieve que se había acumulado sobre las veredas ya se había escurrido por las alcantarillas para cuando yo llegué, y porque hasta un par de rayos de sol han atravesado la bruma plomiza en las últimas horas. Los pronósticos dicen que mañana, día de Noche Buena, nevará otra vez, y que los niños aprovecharán para lanzar copones al cielo y dejarlos caer sobre sus bonetes de lana, aunque eso no lo dicen los pronósticos sino la costumbre.

Mi vuelo de venida fue extremadamente accidentado. Salí el domingo y llegué el martes luego de haber padecido todos los atropellos de LAN y la esquizofrenia del tránsito humano en época de Navidad. Entre los capítulos vividos pasé ocho horas en el aeropuerto de Guayaquil retorciéndome bajo el frío del aire acondicionado sin lograr que funcionario alguno pudiera subirle la temperatura o bajarle la potencia, y sin recibir de parte de LAN una maldita cobija para aplacar la tembladera. En ambos casos la respuesta fue la evasión o la cobardía de decir que ya lo resolverían cuando sabían que sólo harían un ademán hablando por el intercomunicador. A punto estuvo de armarse un prometeo deportado en el Simón Bolívar, pero las energías de nadie alcanzaron para lograrlo y la sumisión de todos bastó para arrinconarnos cada uno en nuestra esquina en procura de ese sueño intermitente y fatal. Luego estuve tres horas en un hotel de lujo en Madrid, apenas lo suficiente para tomar un baño y llevarme en la mochila de mano los artículos de limpieza que me pudieran salvar a falta de los que se habían quedado en las maletas que debían estar en algún lugar del recorrido.

Al final llegué, pero las maletas no, ninguna de las tres que traían parte de la vida que he venido a continuar acá. Me dijeron que ya llegarán, que así es la vida.

A pesar del aporreo que cargaba tuve que salir a hacer unas compras de emergencia para aguantar los 11 días que me tocará esperar hasta encontrarme de nuevo con mi equipaje: ropa interior y una chompa reforzada para soportar estas jornadas que, a pesar de todo, no son grises y que, según dicen los pronósticos, a partir de mañana volverán a pintarse de nieve. En el camino: el costado de la ciudad más luminoso, el de los escaparates y las postales, el del artificio de la Navidad.

Muñecos mecanizados en los escaparates de Galerías Lafayette.




Vendedor de castañas asadas, para aplacar el frío.


Champs Élysées. Al final, la Grande Roue.


Champs Élysées. Del otro costado, el Arco del Triunfo.

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