Ratas, ratones y rateros: 10/10
viernes, septiembre 10, 201010 años atrás, el flujo de información contenía la décima parte de la vertiginosidad actual. En el Ecuador la internet empezaba a instalarse y la conexión dial up no permitía la perpetua navegación que hoy muchos podemos disfrutar. La cabeza no se nos partía en 10 frente a los estímulos inagotables de la comunicación y la cultura y, por lo tanto, lo que aparecía en el escenario de la creación y se ajustaba a nuestros antojos emocionaba quizás con 10 veces más potencia.
Entonces apareció Ratas, ratas y rateros y al menos en mi círculo cercano la recibimos con la emoción de un logro nacional. Apareció en el momento de la peor debacle financiera del país y para quienes la vimos inmediatamente, e incluso para quienes solamente percibieron a la distancia su estela de fulgurante éxito, significó una boya de reconciliación colectiva que permitió mitigar por unos meses la desolación social que, no obstante, jamás terminó de irse.
A riesgo de sonar desproporcionado, creo que meses después sentimos algo similar con la primera clasificación de la Selección de fútbol a una Copa Mundial. Jaime Iván Kaviedes fue el Sebastián Cordero de ese instante.
Haber vuelto a ver Ratas en su aniversario 10 significó revivir las emociones de esa temprana adultez, reencontrarnos con el trampolín que habría de incentivar hacia el terreno de lo posible a una producción cinematográfica local hasta entonces concentrada en el espectro de las hazañas, y permitió revalorizarla y otorgarle, quizás con mayores conocimientos de causa, el respeto que se merece como la obra cumbre que es.
10 años más tarde se constata que no ha habido otra película ecuatoriana que haya podido –o que se haya interesado, pues en el resultado se podría reconocer una trabajada estructura de intención- instalar en la conciencia colectiva referentes de la cultura popular venidos del cine tan fuertes como lo hizo Ratas. No han existido otros Ángel y Salvador, otros JC y Carola que hayan trazado con ligero desenfado, con negrura en el humor y con dolor en lo verdadero, los vértices donde el hampa y el poder pueden llegar a converger y a compartir los mismos sinos fatales a pesar de vivir atravesados por la lucha de clases. De Ángel y Salvador nos quedan diálogos, frases y mañas que se repitieron y se repiten para el cotorreo diario, tal como han quedado tantas de tantos clásicos del cine mundial que aprovecharon de la jerga y el costumbrismo para asentar en sus libretos estampas de la más pintoresca localía. Y de Ángel, el negro Carlos Valencia, ha quedado su estirpe de actor completo, su inmensidad en un papel que emociona lo suficiente como para provocar las más valientes comparaciones. “El Negro es Brando”, me dijo tras la función del jueves pasado mi amigo Xavier Andrade “Quimbolito”, que en la película tiene un papel de alguien parecido a él mismo cuando púber.
Ninguna otra película ha logrado instalar su nombre como marca en las instancias de consumo y sus referentes gráficos en la retentiva visual. Los logos de Ratas, el del nombre completo que ubica cada letra blanca desgastada en un cajón rojo, y el de la inconfundible trampa tricolor para atrapar ratones, fueron y son papelería, afiches, adhesivos, camisetas y libretas de apuntes que permitieron que la película trascendiera las salas de cine y llegara a quedar estampada en el pecho de los fanáticos. En la gráfica tienen el mérito los que conformaron el estudio Ánima y en el resultado global una inteligente y bien desarrollada conciencia de marketing.
Hace 10 años lo que se escribió sobre Ratas apareció impreso en papel periódico y en otro más blanco y más grueso de unas cuantas revistas, y es lo que se ha recopilado y reproducido como parte de los contenidos del libro. Lo que se empezará a escribir a partir de hoy aparecerá también, como este texto, en blogs personales y en sitios web editoriales, y un sinnúmero de comentarios, reacciones y reminiscencias rodarán por Facebook, Tweeter y las demás plataformas virtuales. Los comentarios sobre RRR circularán hoy 10 veces más y su recopilación demandará ya no una caja de zapatos que acumule recortes de papel sino, al menos, un archivo digital donde se junten links y se ordenen textos sin otro soporte físico que el de una pantalla de computador.
Ninguna otra película se interesó o se preocupó por crear una banda sonora que la definiera y la hiciera reconocible desde la música. El soundtrack de RRR fue accesorio obligatorio de quienes disfrutamos la película y sirvió para, compartiéndolo de cualquier forma, darla a conocer en varias latitudes. La música escogida y la compuesta exclusivamente es memorable y refleja los mejores momentos de los músicos ecuatorianos que se juntan en ella. El libro que se ha lanzado ha tenido el acierto de reeditar el disco como para que quien no lo tiene y aprecia los objetos que contienen el arte, lo incluya en sus colecciones.
Sobre esto, queda mencionar que, 10 años después, ninguna de las bandas que conforman la banda sonora sigue existiendo, salvo Sal y Mileto que, hoy por hoy, muestra una alineación con tan sólo uno de sus tres miembros originales, lo cual, para muchos de sus seguidores, y a pesar de mantener un poder similar en las estridencias, ya no es lo mismo.
Esa noche quise preguntarle a Sebastián si había caído en cuenta de esto y que, si tuviera que armar un soundtrack 10 años después, a qué bandas nacionales escogería, pero resolví no hacerlo porque entiendo que en sus noches los festejados tienen un límite de tolerancia frente a las curiosidades del público. Queda pendiente.
4 comentarios
Gracias, Patricio.
ResponderEliminarSaludos.
interesante texto. definitivamente ratas es un hito cultural del ecuador. un punto de giro. regresar a ver lo que hizo hace 10 años creo que nos permite evaluar lo que ha pasado en el ecuador en el ámbito de la cultura.
ResponderEliminarfelicidades a la gente que fue parte de ratas!!
UN ARTÍCULO MÁS EXALTANDO LA PEQUEÑEZ CULTURAL D ESTE PAIS
ResponderEliminarAnónimo, sería interesante que comentaras qué es para ti grandeza cultural.
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