Si algo me ha atormentado durantes los dos últimos años ha sido la obligación de tener que hacer una tesis. Nunca había hecho una. No sabía cómo hacer una. Aún hoy no podría decir que sé hacerlo. Pero aquí estoy, terminando una de maestría. Hoy le puse hasta los agradecimientos al primer borrador completo. Luego le puse un punto final. No será el definitivo, porque de inmediato caerá en manos de mi coordinadora para que en un fin de semana la vuelva añicos y me mande a ajustarle las tuercas zafadas y a quitarle los pernos demás. Algún arreglo tendré que hacer para que luego pase al comité de lectores y al fin la califiquen y posiblemente autoricen su publicación. En realidad eso es lo que menos me importa por ahora, solamente quiero quitármela de encima. Ya este primer borrador se ha llevado más de la mitad de su peso, pero aún falta algo, por eso todavía no me emborracho ni me dedico a hacer las cuentas de mis más turbios últimos días.

Justo hoy me cuestionaba sobre la valía y la importancia de haber hecho estos estudios y a causa de ellos y su inevitable tiranía haberme alejado durante este tiempo de la literatura y el periodismo. De por su culpa haber llegado a entender un poco al mundo y por eso mismo a temerle y odiarle más. De haber llegado a pensar que la fantasía no existe y que sólo existe el pragmatismo y sus consecuencias. De haberle agarrado el gusto a andar en círculos por el puro gusto a no conformarme con poco.

Sobre eso me cuestionaba, pero también, sin dudar un instante, reconocía que gracias a ellos había llegado a sentirme más libre para pensar. Lo que eso signifique me lo guardo para mí. Ahora sólo espero que me sirva para algo.