15 megas de fama*

jueves, febrero 04, 2010



Una vez, alguno de los contactos de mi cuenta de Facebook a los que no conozco, actualizó su perfil con la pregunta: ¿Qué es el Facebook?, y entre las respuestas que recibió, alguien apuntó otra pregunta: ¿Espacio público?

Le di vueltas a la inquietud y a poco estuve de acordar con la posibilidad de que lo fuera (en momentos en que se discute la delimitación de la noción de espacio a lo físico-concreto, y cuando lo público pareciera más privatizado que ayer, hay lugar para las dudas), pero terminé por considerar que no, que el Facebook no es espacio público sino, más bien, espacio publicitario.

Con publicitario me refiero a la noción de publicidad desarrollada por Jürgen Habermas, aquella que proviene del término alemán Öffentlichkeit, y que, según el uso y la traducción actuales, se refiere a “notoriedad pública”.

Las más populares plataformas de conexiones virtuales (Facebook, Twitter, Myspace) han posibilitado eso, el establecimiento de vínculos transfronterizos donde las concepciones de frontera como lindero geográfico o distintivo cultural hace rato que se disolvieron para fines de intercomunicación y hasta de potencialidad productiva. Pero, en términos de usos individuales, que son los que más se perciben en la cotidianidad de su funcionamiento, lo que estos dispositivos han provocado es una exacerbación del yo; han permitido la divulgación de lo íntimo en un escenario colectivo, y han facilitado la exposición abierta de principios, creencias y posturas que atraviesan lo sentimental, lo moral y lo político.

Hay casos que permitirían estudios multidisciplinarios donde lo psicológico podría tener tanto o más peso que lo comunicacional: la actualización obsesiva de estatus con elocuciones que van de lo más superfluo a lo que involucra algún tipo de interés social, anuncia, en términos generales, la ansiedad por sacar la cabeza del hoyo y hacerse escuchar, ver y entender en medio de la maraña de información que se produce a diario: desprenderse del “síndrome del topo” al que aparentemente le ha sometido al individuo la sociedad posmoderna, ésta en la que pugnamos por la igualdad en la convivencia a la vez que luchamos por ser o parecer más distintos.

Se alzan banderas por causas trascendentes y se afirman tendencias y gustos adscribiéndose a determinados grupos para moldear sentidos de pertenencia e identificación. También se emiten gritos de auxilio y se dan patadas de ahogado que luego se resuelven con suspiros; y todo, poses más, poses menos, buscando ventilar la individuación de entre el anonimato y procurando una visibilización de conciencia e intereses que puede ser arrogante o discreta, pero jamás inocua.

A manera de bitácora virtual, el trajinar de los individuos por estos dispositivos va archivándose en sus arcas y permitiendo, a la vez que dar cuenta de las lógicas de funcionamiento de las relaciones y la comunicación en la contemporaneidad, la posibilidad de que la notoriedad pública anhelada (¿es notoriedad pública un sinónimo de fama?) no se desvanezca tras unos cuantos segundos de exposición, sino que se almacene como registro digital de memoria para el futuro.

Qué sería de Andy Warhol.



*Publicado el 4 de febrero en El Telégrafo

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2 comentarios

  1. quizás se podría hablar de vouyerismo y exhibicionismo virtual...

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  2. Claro, ds, de eso también se trata, entre otras cosas divertidas e importantes también.

    Saludos.

    S.

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