Ecuador Bajo Tierra

miércoles, enero 27, 2010

Hasta donde den las sábanas*



Recorrido un tiempo prudente desde que el proyecto Ecuador Bajo Tierra fuera presentado, y aquietadas las aguas tras su auspiciosa promoción, entre algunas dudas que me provoca su argumentación medular queda a flote una que me atrae particularmente.

Las entradas teóricas y metodológicas que abordan esto que los autores denominan un fenómeno de producción y circulación paralela de videografías populares, exacerban lo que a los Estudios Culturales se les ha criticado sistemáticamente: la relativización cultural, es decir, el otorgamiento de un valor indiferenciado a cualquier “acontecimiento cultural” por el hecho de ser eso, cultural (sin considerarse mayores delimitaciones argumentativas de ningún tipo), al punto de proponerse la “fenomenización” del mismo y con ello estirar forzadamente su valoración para sugerir una equiparación con los que responden a otras lógicas, circulan en otros espacios, reflejan otras características, plantean otros argumentos y en algunos casos sirven como parámetros de distinción.

No se trata de poner en duda el valor que los largometrajes compilados en el proyecto conllevan intrínsecamente como recreaciones de determinados imaginarios socioculturales que se han resuelto en varias horas de importante audiovisual, pero sí de reparar en las enunciaciones de los investigadores que, atravesados por el deslumbramiento que lógicamente produce un decubrimiento de esta magnitud, sugieren un acortamiento de distancias entre las películas de este conglomerado y aquellas que se agrupan (críticas más, críticas menos) dentro del circuito cinematográfico local asumido como formal.

Si la institución del “arte cinematográfico” global conspiró para educarnos la mirada y “guiar” nuestra percepción hasta el punto de habernos encarnado determinados parámetros de gusto y disposición para aprehender el cine de cuño eurocentrado y hollywoodista, haciendo que, como dice uno de los investigadores, esa experiencia termine siendo “una forma de consumo excepcional y localizada”, la que indaga EBT y que se la identifica como posible en un contexto periférico, paralelo o subalterno, no es sino otra forma de producción, circulación y consumo que, evidentemente, refleja los universos donde se concibe el fenómeno y de los que acarrea sus particularidades, sus fortalezas y también sus taras.

Si concordamos con esto, para qué entonces, a cuenta de la relativización cultural, proponer un acortamiento de las distancias que sostienen a cada “fenómeno” inscrito en su correspondiente contexto y de cuya dialéctica identitaria dan cuenta capitalizados como obras audiovisuales, insisto, con sus correspondientes características propias de su cosmos de enunciación. La fetichización de lo popular anula las posibilidades de crítica y ya en ese terreno el objeto de análisis se hace proclive a volverse material de explotación.

Aunque en su planteamiento la investigación reconoce deficiencias de carácter técnico, formal y estético en las películas de EBT respecto de las del circuito formal, insinúa también un afán de tender un paralelismo homogeneizador entre ambos escenarios bajo la premisa de significar los dos –porque no pueden serlo de otra forma- espacios de producción y circulación de manifestaciones culturales en el sentido más amplio de su naturaleza, apuesta que, con las debidas distancias, me acerca a la referencia de la célebre noción del “talento nacional”, aquella que invita a valorar el producto por lo de lo nacional y no por lo del talento.

¿Será que entre las opciones para componer la banda sonora de lo que será el documental del proyecto figura Damiano? Imagino que no.


* Publicado en la revista El Apuntador, en enero de 2010.

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