Testigos

martes, enero 19, 2010



A eso de las 8h30 escucharon el frenazo violento y salieron a ver qué pasaba. Sobre el carril de la Metrovía encontraron el cuerpo tendido de Natalia Emme y dos carros aparcados a la deriva. El uno, un Suzuki SZ blanco sin placas, tenía un golpe en la parte delantera y el faro derecho quebrado.

Los vecinos del sector del Seminario Mayor, que enseguida se convirtieron en testigos, contornearon a la víctima y varios fijaron su atención sobre los que a simple vista aparecían implicados en el suceso. Más tarde, ante las cámaras de los noticieros, algunos de ellos aseguraron que el auto que atropelló a Natalia iba con exceso de velocidad sobre el carril exclusivo del sistema Metrovía, y que era conducido por una señora que, tras el impacto, fue socorrida por los miembros de seguridad que la escoltaban con un Vitara verde; que a ése la subieron para resguardarla y que frente al volante del Suzuki pusieron a un individuo para a ella desmarcarla de la escena. Para encubrirla, dijeron indignados.

Pasaron los minutos y más vecinos y transeúntes que se encontraron con el suceso y a esa hora copan lo extenso de la avenida América, hicieron una cerca humana para impedir que los autos implicados y sus ocupantes pudieran irse del lugar. La madre de Natalia, que inmediatamente había sido informada de lo ocurrido, salió de su casa en bata de dormir y, desgarrada en vida, se trepó a la wincha donde habían emplazado el Vitara en el que permanecía la mujer sospechosa, y se abrazó a la llanta de emergencia para que, si se lo llevaban, se lo llevaran con ella a rastras.

El ánimo ese jueves por la mañana estaba ya encendido, pero empezó a hervir cuando, de pronto, en cuestión de minutos, alrededor de 100 policías llegaron al sitio para armar ellos también un cordón y proteger a los involucrados y a sus vehículos. Enseguida, los ciudadanos que se tomaron esa porción de la Avenida América comenzaron a enfrentarse verbalmente con los policías y a lanzar consignas y hacer reclamos ante las cámaras con un grado de indignación, dolor y hostilidad que se entiende en medio de un ambiente donde las cuestiones de interés público permanecen desde hace meses teñidas de ese mismo tono agresivo y confrontado. La protesta que espontáneamente se generó ante el atropellamiento tiene cabida en un clima de fricción social que se extiende desde las alocuciones públicas de las autoridades hasta los más elementales intercambios de convivencia cotidiana.

El que un piquete nutrido de policías haya aparecido tan ágilmente para socorrer a quienes los testigos reconocían como culpables, alborotó el ánimo de las decenas de personas que voluntariamente hicieron del caso causa común de defensa. “Cuando a uno le asaltan no asoma un solo policía para ayudar”, “si cualquiera de nosotros hubiera sido quien atropelló, la policía, en lugar de protegernos, ya nos hubiera llevado presos”, dijeron los presentes entre los tantos reclamos que se lanzaron con rabia esa mañana.

Las escenas que se captaron evidenciaron que la percepción de una aplicación equilibrada de la justicia no consta aún entre lo que podría considerarse fundamentos no materiales del mejoramiento de la calidad de vida en el país, y que, al contrario, los fantasmas de la arbitrariedad, la impunidad y la corrupción siguen develándose como inherentes a un acumulado de lacras que tristemente parecieran configurar el corpus de nuestra cultura político-judicial.

Sobre la izquierda, los padres de Natalia Emme

En ese tira y afloja entre ciudadanos y policías, con un cuerpo tirado en el asfalto, una mujer refugiada en un automóvil y decenas de testigos que afirmaban haber visto que quien manejaba el auto era ella y no el individuo que luego apareció frente al volante, pasó media mañana hasta que, para poder salir de la escena y llevarse los automóviles y a los implicados, la policía tuvo que lanzar gas lacrimógeno contra la gente que soportaba manteniendo el cerco humano. Hubo golpes e intimidación con armas de fuego y, tras el forcejeo, acompañando la partida del operativo policial, pero sin llevarse la memoria inmediata de lo ocurrido, sobre el pavimento quedó una estela de ira e impotencia general.

Las informaciones de esa misma tarde advirtieron que el hombre que se había puesto frente al volante del Suzuki, el policía Wilson Velasteguí, se había declarado culpable del atropellamiento, pero los testigos insistían en que todo fue un montaje.

La mujer es la esposa del Fiscal General de la Nación, y ahora la nación reclama justicia.

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4 comentarios

  1. Van a seguir las marchas para que se haga justicia. Hoy los testigos dieron sus testimonios y la fiscal se quedo loca! asi que sigamos unidos que si se nos hace escuchar!
    saludos!

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  2. Actuaciones realmente lamentables, lo único que logran es que la ciudadanía crea cada vez menos en las pocas instituciones que nos quedan. Muy triste, y casi vergonzante, la actuación del señor Fiscal.

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  3. Lucía, tengo una duda. ¿Por qué los testigos declararon recién hoy y por qué sólo han declarado dos de los seis o siete que dicen ser testigos claves? ¿Es cierto que han sido intimidados para no declarar?

    Por otro lado, la organización y la movilización deben seguir; la presión ciudadana debe causar un efecto importante y ser protagonista en este caso. ¡Fuerza ahí!

    Gracias por la visita y el comentario.

    María Sara: sí, es triste lo que ocurre, pero confiemos y actuemos para que la presión ciudadana y la intervención de autoridades honestas (que sí existen) determinen lo que sea justo. La Asamblea está empezando a jugar un papel importante.

    Saludos.

    S.

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  4. leyeron las declaraciones de "la santa" señora Borja?
    ahora resulta que han estado yendo por la vía del Metrobus, a alta velocidad, porque tenían que llegar a atender de urgencia a un niño con cáncer... que asco me ha dado leer hoy esa nota en el comercio! (aunque muchos otros días me pasa lo mismo)

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