Avatar: ¿quién es el salvaje?

jueves, enero 07, 2010


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Tengo la impresión de que algunas críticas se han limitado a determinar que Avatar se trata del intento más caro de la historia del cine por continuar promulgando con hostilidad la idea del imperialismo a escala de un futuro de conexiones interlunares.

Me parece que los rechazos a su argumento parten de la exposición agresiva que aparentemente hace la película de otro bombazo del neocolonialismo que en la realidad geopolítica mundial se vive por y a pesar de Obama. Pero al respecto yo pienso exactamente lo contrario. Creo que lo que Avatar ofrece es, intencionadamente o no (eso no me atrevo a deducir), una parodia estilizada de aquello, una burla de la sed invasionista de un Babilón enclenque, narrada a través de una historia insulsa pero apoyada en lo más espectacular que he observado de efectos visuales para cine.

En una época en que las invasiones a Irak, Afganistán y tal vez ya mismo a Yemen (que desde el gobierno de los Estados Unidos se siguen defendido por y a pesar de Obama), son todavía y afortunadamente moneda corriente de debate social, el que en el producto más costoso de una de las industrias más poderosas del mundo se plantee una historia de invasión antojadiza, elemental y sórdida a niveles supraaparatosos no puede producir sino muecas chungas por la forma caricaturesca en la que los personajes que encarnan las fuerzas de ocupación (¡el capitalismo salvaje!) se refieren a ese otro que custodia las riquezas del suelo; a ese otro tiznado de anatomía animaliode y por lo tanto sujeto de exterminio justificado por no pertenecer a la cúspide de la escala evolutiva; a eso otro que es una cosmovisión basada en la comunión con lo natural, lo ritual y lo sagrado de un universo que no es el occidental de las Big Mac.

En la trama, un ejército de mercenarios tiene la misión de acabar con la población na´ vi, natural de Pandora, uno de los satélites de saturno, para hacerse con las arcas de un mineral que yace en la infrasuperficie de su territorio y que tiene la característica de resistirse a la gravedad terráquea, una gema deliciosa que debidamente procesada significaría un nuevo boom que al tercer día haría resucitar a cualquier alicaído Wall Street.

(http://www.360gradosdecine.com)

Por ahí va la trama, pero lo que quiero decir es que en momentos en que las plataformas y los canales de comunicación que existen a disposición nos permiten acceder a más información que la que ofrecen CNN, Teleamazonas y Radio La Luna, es cada vez más difícil que nos metan el dedo y que nos pongan a temblar con la puesta en escena de un discurso que por ya varias décadas algunas de las generaciones etarias que hoy habitamos el mundo conocemos con algo de cercanía y con un poco más de sustento. Digamos que ya sabemos quiénes han resultado vencedores y quiénes vencidos en este sistemático juego del gato y el ratón como para que esos 150 minutos de filme vengan a representar a estas alturas un nuevo paradigma de neocolonialismo espacial. Por eso, más bien, tomemos a la nueva película de James Cameron como lo que es: una majestuosa pieza de la más avanzada tecnología cinematográfica que apenas costó, según un portavoz de 20th Century Fox, 237 millones de dólares para producir y 150 millones para comercializar, y que indudablemente divertirá dos horas de nuestras vidas, y burlémonos de su hilo argumental porque para tomar en serio lo que aparentemente quiere discutir o exaltar mejor revisemos el estado de las relaciones Oriente - Occidente. O, mejor dicho, no nos tomemos toda esta grandilocuencia tan en serio y continuemos con la sorna.

Jake Sully, un soldado con capacidades especiales que en el mundo de los humanos vive pegado a una silla de ruedas, sortea todas las trabas que le zumban los oídos a su llegada a ese ejército transplanetario, y es escogido para volverse un avatar-comando especial-infiltrado superdotado con la misión de sumergirse en el habitat de los na´vi, ganar su confianza y mantener a los comendadores de su milicia informados sobre cómo y cuando avanzar con el plan de invasión a Pandora. Por un lado, en el exitoso y súbito tránsito de un parapléjico hacia un podio bien situado de una institución tan emblemática como castradora, se expresa el esfuerzo por denotar la apertura de posibilidades y la integración de las diversidades en el corazón de una democracia avanzada que se pavonea como modelo de igualdades, oportunidades y desarrollo, pero a la que no hay que creele mucho. Como para reírse Vol.1.

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Por otro lado, la inmersión que en Pandora logra el soldado Sully tras convertirse en un avatar índigo fruto de la hibridación de ese comando parapléjico con un ser intermedio brotado en laboratorio por la unión del ADN de los humanos con el de los na´vi (no humanos, animaloides), propone un modelo extremo de nativización del occidental que no recuerda a los antropólogos que se sumergen de cuerpo y conciencia en las comunidades originarias para narrarlas desde adentro, sino a las monjas del Instituto Lingüístico de Verano y sus planes evangélico-colonizadores, o más aún a los chacales económicos de los ochenta y sus embates financiero-imperialistas sobre el mundo subalterno.


Lo gracioso es que el soldado en cuestión con su misión encima, tras vivir durante un tiempo atrapado entre dos mundos, caminando con veleidad por la frontera de la civilización, termina nativizándose tanto que se le quiebra el corazón y el espíritu ocupacionista con el que empieza la encomienda termina convertido en amor por el nuevo mundo descubierto y por las curvas de la aborigen más sexy de la comarca. La tortilla se vira al estilo de cuando los misioneros del Cuerpo de Paz vienen por acá y el alma se les pone tornasol. La película plantea aquí una ilusoria y casi ridícula reivindicación a partir de la toma de conciencia de un nuevo miembro del segmento subordinando del planeta, y yo en este punto me acuerdo de John Perkins y de cómo se le quebró la voz esa vez en el Teatro Prometeo. No reniego de que todos seamos capaces de mostrar cuando haga falta que también tenemos nuestros corazoncitos, pero hago uso de mi derecho a dudar de los cocodrilos. Como para reírse Vol. 2.

El avatar en que se convierte Jake Sully vence mil alimañas antes de ser aceptado en la sociedad na´vi, y al lograrlo el cacique le asigna una tutora para que le enseñe las artes de la supervivencia y la dominación a la naturaleza indispensables para aguantar más de 24 horas en semejante paraje hosco. Antes, la esposa del cacique, en una representación de conquista feminista de siglo veintialgo, toma ubicación en el funcionamiento de su clan y le otorga su aprobación al percibir al forastero cargado de las buenas ondas que también posee el cosmos. Un poco después, el avatar bienvenido terminará, como no podía ser de otra forma, enamorado de su tutora y ambos empezarán una travesía lisérgica por atmósferas exóticas como diseñadas en medio de un vuelo bien templado de ayahuasca glow; participarán en rituales comunitarios con ceremonias como pintadas por el látigo bárbaro de Stornaiolo, y entablarán contacto con las almas idas acudiendo al rincón donde una suerte de mechón de lianas fluorescentes cae desde algún cielo como caen divinas las hebras plásticas de los penetrables de Jesús Soto. Se dará, acaso, un proceso de performatividad inversa si consideramos que la noción original propuesta por George Yudice alude a la imitación del desempeño, conducta y actitud que los habitantes de los sectores periféricos del planeta ejecutan respecto del comportamiento en las culturas hegemónicas al vislumbrarlo como modelo de éxito.

(http://idolator.com)

El infante de marina vuelto avatar cumplirá con honores su periodo de conscripción aborigen, será proactivo, irá más allá de los límites, logrará su nativización a mil y entenderá que existen civilizaciones hermanadas por valores que no son los de la bolsa. Pero antes, sí, también, se hincará con alguna ortiga sideral, se quemará con un fuego que no es de barbiquiu, se sorprenderá inmerso en un sistema desconocido y entenderá que para saber que él es uno existe otro como referencia. Y viceversa.

¿Quién, entonces, es el salvaje? ¿Los na´vi, a los que los mercenarios de la Tierra llaman salvajes por hablar en su propia lengua, no vestir de camuflaje y adorar a la tierra como hogar entero y no sólo como cantera para reventar? ¿Los salvajes son los na´vi por honrar la muerte ofrendando al universo la sangre de los sacrificados, o son las maquinarias que mandan a suelo de combate 30 mil nuevos soldados luego de recibir un premio Nobel por la paz? ¿Es salvaje el que al venir a la ciudad se inmoviliza por el aturdimiento que provoca el caos, o lo es el que al ir a la jungla termina aturdido e inmovilizado por confundir una pitón con un bastoncito de madera para andar parejo? Como para reírse Vol. 3

Las cargas de sentidos que produce la calificación reiterada (salvaje, salvaje, salvaje), tienen el poder de construir verdades aparentes, demarcar diferencias y levantar estereotipos. Y para ello los productos de las industrias culturales son tan eficientes como el soldado que se nativizó con 20 en conducta. Y en este punto me acuerdo de cuando Jorge Ortiz, a propósito del incendio en la discoteca Factory, entrevistó a dos rockeros y les increpó el que fueran vestidos de negro. Les preguntó que porqué lo hacían, pero ellos, decepcionantemente, no alcanzaron a plantarse con suficiencia. Hubiera bastado que le dijeran algo como: “vestimos de negro seguramente por las mismas razones por las que usted viste de terno y corbata. Es un asunto de identificación con un segmento, de sentido de pertenencia a una comunidad, de definición de conciencia y de demarcación de un terreno que tenemos el derecho de habitar en la sociedad, y, por último, porque nos da la gana. Entonces, por qué nos ve así, ¿quién es el raro, usted o nosotros? ¿Quién es el salvaje?” Para reírse Vol. 4.

Y hasta aquí nomás porque veo que ya me lo estoy tomando demasiado en serio.

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3 comentarios

  1. "un soldado con capacidades especiales" fue sarcasmo ¿verdad?

    yo (sin verla aun) la veo como una peli de Disney-on-drugs ( weed (por la trama "inocente), ácidos (por el tres-dé lisérgico) y un chance cocainómana...)

    yo vi lo de los roqueros con Ortiz, de pena, casi tanta como el man de "presidenteee escuche a los jóveness"...

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  2. Pues un poco en serio sí te lo tomas... para mí el mérito de la película (además de los efectos y blábláblá que yo, la verdad, ya los doy por hechos, uno se acostumbra) es que las 3 horas que dura no pesan para mal. El discurso me pareció simplisisísimo y como dices no es nada nuevo (me sorprende la gente que me dice que sí). Además me molesta el facilismo de hacer que los buenos sean buenos, buenos, buenos, y los malos a la inversa, como para que no nos vayamos a perder (¿tendrían miedo de que estemos contra los "salvajes"?). Tu análisis tiene demasiadas capas para comentarlas, así que por lo pronto un saludo.

    P.S. ¿Cómo pasaste de depredadores vs. salvajes a Jorge Ortiz vs. Rockeros?

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  3. Habla Joey, a los años que te asomas. Gracias por tu comentario, veo que en algo coincidimos.

    Respecto a tu pregunta, es medio sencillo: se trata de estereotipos y estigmas, de diferenciación en ombre de un poder hegemónico y otro subalterno. Del uno (el que es) versus el otro (el que no es). Claro que el salto de invasores y salvajes a Jorge Ortiz y rockeros parece demasiado abrupto, pero, por un lado, eso se debe a que a lo segundo lo tenía fresco en la mente por alguna razón y, por otro, si lo ves bien, no es tan distinto, sólo cambian protagonista y antagonista en una trama de tensión de poderes.

    Un saludo, que estés bien.

    Z.

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