La paz como un valor político de los ecuatorianos

martes, marzo 11, 2008


(Texto leído en el evento Soberanos y unidos por la paz. La invitación decía lo siguiente:

"Soberanos y unidos por la paz"

El gobierno del Presidente Álvaro Uribe ha vulnerado la soberanía del Ecuador y los derechos humanos en nuestro país, consecuencia de su política de guerra en torno al conflicto armado que vive Colombia. Los ecuatorianos queremos reiterar nuestra profunda vocación pacífica y democrática.

En este sentido, el Ministerio de Cultura invita a todos los promotores y gestores culturales, artistas, intelectuales, creadores y académicos, al acto "Soberanos y unidos por la paz", en el cual intervendrán Alejandro Moreano, Santiago Roldós, Susana Cordero, Jorge Enrique Adoum y Santiago Rosero.

El evento se realizará mañana jueves, 6 de marzo, a las 11h00 en el Auditorio de CIESPAL (Almagro y Andrade Marín).

Les solicito amablemente reenviar este correo a sus contactos)



(En el podio, Jorge Enrique Adoum durante su participación)


Inter arma silent leges: cuando suenan las armas, callan las leyes, habría dicho Cicerón en su tiempo y dicen ahora los gobiernos del mundo que evaden el derecho y asumen el camino armamentista como política de Estado.

Nosotros decimos ¡No!, no callan las leyes ni callan los pueblos. No callan los ciudadanos ni calla la razón. Ni las culturas de paz ni las tradiciones antibelicistas de los Estados. No callan los tambores ni callarán las voces libres. Ni la hermandad y la esperanza. No callaremos nosotros, por eso estamos aquí, como parte de ese pueblo, de esa razón y de esa cultura de paz, portando los tambores que prefieren retumbar para la fiesta que para acompasar a los batallones. Por eso estamos aquí, como ciudadanos libres, para exigir el ejercicio de la soberanía en nombre de la paz, PORQUE LA PAZ ES UN VALOR POLÍTICO QUE LE PERTENECE A LOS PUEBLOS Y ES UN DERECHO FUNDAMENTAL QUE ES PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD ENTERA.

Un valor político, sí. La paz es un valor político que como la soberanía se ejerce desde los gobiernos en nombre del pueblo. Un valor que, en el caso de nuestro país, se ha mantenido radicalmente anclado a su historia, a su cultura y a sus relaciones oficiales y particulares con el mundo. ¿Qué es si no una expresión de paz y solidaridad la cordial acogida que ha brindado el Estado ecuatoriano y sus instituciones a ciudadanos centroamericanos, chilenos, argentinos y peruanos que han llegado a nuestro país desde los años 60 tras huir de los problemas políticos que han sufrido en sus naciones? ¿Qué es si no una demostración pragmática de paz el hecho que el Ecuador entienda que a ninguna persona del mundo se le puede negar refugio y por eso ejecuta con agilidad la recepción de ciudadanos que más recientemente han llegado en su mayoría de Colombia, aunque también existe un pequeño número de personas que llega desde Haití, Venezuela, Cuba, Camerún e incluso de Sudán? ESO, PRECISAMENTE, SIGNIFICA LLEVAR A LA PRÁCTICA LOS PRECEPTOS DE UNA CULTURA Y UNA HISTORIA EN CUYOS FUNDAMENTOS BRILLA LA PAZ COMO VALOR POLÍTICO DE PRIMORDIAL PRESENCIA.
Un valor que lucharemos por mantener para conducir el destino de nuestra nación cultivando el pacifismo y orillando el belicismo. Reprochando los intentos guerreristas y rechazando la violencia en todas sus formas, por supuesto, pero no mostrando el lomo ante la ofensa ni asimilando la agresión con mansedumbre y mucho menos mostrando la otra mejilla, porque la paz no se consigue evadiendo la confrontación y peor acatándola.
La paz no es la ausencia de conflictos. Seguramente éstos seguirán apareciendo como desacuerdos y enfrentamientos en el proceso de instauración de un orden justo. Lo dice como regla pertinente un documento elaborado por la Comisión de Conciliación Nacional de Colombia para proponer lineamientos sobre una cultura de paz.

La paz se construye con el diálogo, con el manejo de las dificultades y con la propuesta de esquemas diferentes a los que encuentran en las armas las únicas herramientas de legitimación de una postura. No es la ilusoria evocación a la armonía y a la tolerancia desde los cómodos pastizales de la vida retirada. La vida contemplativa, según diría Olivier Mongin.
Tampoco es la nostalgia de un pasado reivindicativo que no pudo ser. No es un proyecto inconcluso que rememora de cuando en cuando las intentonas utopistas del flower power.
La paz es una batalla dialéctica que se libra día a día con uno mismo y contra la cultura de la violencia, pues, como dice una reflexión que hacen investigadores de la Universidad Autónoma de México respecto al conflicto en Chiapas: “lo opuesto a la paz no es la guerra, sino la cultura de la violencia, de la cual la guerra es sólo una de sus manifestaciones”.

La paz, por lo tanto, es una lucha que se libra con los semejantes y con las estructuras que organizan la vida. Con las relaciones oficiales, con las normativas internacionales, con el reconocimiento de las particularidades, con el equilibrio de fuerzas. EN FIN, CON EL PODER.

La paz se disputa. La paz se conquista y se construye según los contextos socioculturales y de acuerdo a los parámetros espaciotemporales que se vivan. A la paz se la puede soñar, pero como sueño puede quedar si es que no se la persigue aún a fuerza de confrontación. Y es en la forma de confrontar, de dar la cara y de anteponer la razón que radica la posibilidad de decir, como dijo Hemingway, adiós a las armas, o como dijo César Vallejo:

¿Batallas? ¡No! Pasiones.
Y pasiones precedidas de dolores con rejas de esperanzas,
de dolores de pueblos con esperanzas de hombres,
¡Muerte y pasión de paz, las populares!

La paz no es positividad cegada pues el reconocimiento y la defensa de la dignidad humana requieren valor y perseverancia. Por ende, la paz implica acción en el sentido pragmático de ejercer la política. Un tipo de acción donde cabe con precisión una paráfrasis a las ideas de Antonio Gramsci cuando dice despreciar la indiferencia porque vivir significa tomar partido; porque la indiferencia es apatía, parasitismo, no es vida. Porque de la indiferencia parten los lamentos que causan tedio y porque vivir significa militar por una causa.

Y para ello existen causas universales: la justicia, por ejemplo, la repartición igualitaria de recursos, el acceso equitativo a las oportunidades de desarrollo, el respeto a la diferencia, a la libertad de culto, de asociación y de pensamiento. La causa de la paz vista, con la evolución de su concepto, desde el feminismo, desde el ecologismo y desde una perspectiva holística como paz interna y externa que incluye los aspectos espirituales. La paz desde la diversidad porque esta postura nos permite no cerrarnos a una concepción estrecha de ella sino ensanchar nuestra visión sobre las causas de la violencia y de los conflictos, pues la posibilidad de su desarraigo no está solo en manos de los gobiernos, los estados y las ideologías. La paz se construye y se destruye en el complejo entramado de las relaciones sociales. Por eso, para hablar de paz, debemos aceptar la interpelación que nos hacen las mujeres violadas, los niños trabajadores, los campesinos desplazados, los indígenas discriminados, los hermanos migrantes que a veces naufragan intentando crearse una vida con la vida del apátrida. Porque la lucha por la paz está más acá de los escenarios dimensionados a escalas de inseguridad internacional. Por lo tanto, la posibilidad de mantener activa la lucha por la paz está en la capacidad de reconocer las diversas facetas con que la violencia se presenta en la cotidianidad. Está en saber distinguirla en sus expresiones directas, estructurales y simbólicas, en poder comprender su presencia transversal tanto en la indisposición más corriente al diálogo como en el fenómeno de la dominación en las dinámicas sociales. De ahí que, anteponer a esta realidad una posición radical antibelicista sería no solamente ingenuo sino que incluiría una alta dosis de irresponsabilidad, como diría Michael Walzer, uno de los mayores pensadores norteamericanos sobre la guerra, al reprochar a sus colegas de la izquierda política y filosófica cuando parecen sucumbir a la constante tentación de la política antibelicista que pretende no reconocer la existencia de ningún enemigo serio.

Pero nosotros no estamos aquí para declarar enemigo a nadie, ni siquiera para insinuarlo con identidad o silueta. Estamos aquí, ante todo, para reflexionar sobre la posibilidad de asumir la paz como un proceso en continua construcción colectiva a la vez que en perpetuo riesgo de desvanecerse ante los ataques de los imperios de la fuerza. Estamos aquí para decir que a la paz hay que asumirla como un proyecto a plazo infinito, sin fecha tope de maduración y donde no quepa el miedo a que la curva de la energía invertida señale en el catalizador de la fuerza el rojo del peligro pues jamás el esfuerzo será excesivo. Un proyecto infinito cuyo éxito dependerá, en gran medida, de cuán dispuestos estemos hombres y mujeres, todos, a tomar riesgos de largo aliento para reconocer y desechar de nuestros hábitos las expresiones de dominación; para multiplicar y enlazar los diferentes esfuerzos que se planteen para construir la paz.

Estamos aquí para esto, pero así mismo estamos para reconocer que tenemos conciencia de que las políticas también se manejan sin apego a los designios soberanos de los pueblos. Porque sabemos que las guerras se declaran muy a pesar de los consensos populares, también estamos aquí. Porque sabemos que en la política mucho se puede y bajo sus fueros mucho se hace, por eso mismo estamos aquí, para dejar claro que permaneceremos alertas exigiendo que se respete nuestra soberanía, rechazando cualquier proyecto guerrerista, interventor o desestabilizador, y reclamando lo que es justo, sin mostrar el lomo ante la ofensa ni asimilando la agresión con mansedumbre y peor mostrando la otra mejilla porque, como hemos dicho, la paz no se consigue evadiendo el conflicto.
La paz se construye entendiendo que como orden social justo y duradero que pugna por instaurarse, requiere de óptimas condiciones políticas, sociales, culturales, económicas, espirituales y afectivas a las que es preciso atender y por las que es preciso luchar.
Estamos aquí sabiendo que la historia y la cultura de nuestro país han sabido anteponer la paz como uno de sus más grandes valores políticos de reconocimiento.
No hemos venido a ensayar fórmulas antibelicistas obtusas. Estamos aquí para compartir una reflexión de esperanza, de unidad y de acción… y, lejos de querer reproducir el sonido de las trompetas que anuncian los vientos de la guerra, queremos compartir con ustedes los acordes que acompañan un canto por el respeto a la soberanía.

Por una América unida.
Por la hermandad entre los ciudadanos del mundo.
Por la soberanía de los pueblos, las culturas y los territorios.
Por el libre flujo de saberes, personas y credos.
Por el respeto al ambiente, a las razas y a las lenguas.
Por una democracia libre de modelos impositivos.
Por un planeta donde las fronteras puedan también ser entendidas como nada más que estratagemas ideados para delinear los mapas. Donde los linderos puedan servir como concepto e inspiración para la creación y el arte.
Por una paz con justicia y dignidad.

Por la paz siempre, hermanos y hermanas.




Quito, 6 de marzo de 2008

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