La redención de Jairo

lunes, noviembre 19, 2007


Me llamo Jairo Restrepo y soy un adicto en recuperación. Hablar de mi vida es recordar muchas cosas tristes. Tal vez fui un muchacho como cualquier otro, con unos buenos padres, unos buenos hermanos, con una niñez llena de bajos y altos entre la ingobernabilidad y la rebeldía.
Nací en Medellín, Colombia, el 11 de julio de 1962 y me crié en el barrio Campo Amor, una zona relativamente sana de la ciudad. Mi familia era de recursos económicos medianos, mi papá era un empleado y así mantuvo a sus siete hijos y a su esposa, no con mucho lujo, pero sí con comodidad. Siempre nos dio lo que necesitábamos, nos apoyó en los estudios y trató de estar siempre a nuestro lado. Mi mamá era una señora sumisa como muchas otras señoras, dedicada al hogar, preocupada por el bienestar de sus hijos.
A los 12 años empezó a cambiar mi vida. La primera droga que consumí fue la base de cocaína. No sé qué pasó en Jairo en ese momento, pero en Jairo se creó un apego muy grande por la sustancia. Me parecía rica, me encantaba el olor, el sabor. Un primo y un hermano mío que eran mayores estaban consumiendo juntos y un día me dijeron, Jairo, pégate una fumada de esto. La prendieron, me la pasaron, tosí, al principio me dio como náusea, pero después me gustó. Luego de la base empecé con la bebida. Es que Jairo cuando empezó a consumir le fue buscando ese enamoramiento que uno tiene con las drogas al principio, ese coqueteo, esa satisfacción.
Yo era un muchacho muy tímido que no salía a bailar o que no se le acercaba a una chica, pero el alcohol me desinhibía por completo. Aparentemente era un chico normal, pero sí que tenía mis complejos. Complejos por la talla, por ejemplo, porque era el más alto y en el colegio era el último en la fila. Siempre que pasaba algo le castigaban al del último, y sé que para muchas personas eso puede parecer absurdo, pero a mí de alguna manera me acomplejaba. Cuando comencé a consumir drogas esos complejos fueron escondiéndose, y según yo, ya me sentía libre. Recuerdo que cuando tenía 15 años me invitaron a una fiesta. Una chica se me acercó y me dijo, Jairo, bailemos, y yo le dije que no, pero esa chica insistió hasta que, claro, con unos tragos encima, yo ya me puse fue a bailar y la timidez se quedó a un lado. Entonces me di cuenta que eso es lo que el alcohol me daba, me daba acercamiento hacia la gente y me evitaba la vergüenza.
Yo era buen estudiante hasta que al final ya me volví un irresponsable. Ya no asistía a clases y me desviaba a la cancha de fútbol del barrio donde estaban consumiendo drogas. Comencé a ponerme agresivo, y en esa época, a finales de los setentas, me dediqué a andar las calles y me involucré con la violencia que se generó en esa ciudad. El narcotráfico abordó a Medellín y el sicarismo y todas esas vainas se asentaron. Terminé el bachillerato y ya era un completo adicto al bazuco y a la cocaína. La marihuana no me gustaba por el olor y por el efecto que me hacía ponerme como en cámara lenta y porque al mezclarla con alcohol me daba náusea, por eso fue muy poco lo que consumí de marihuana. Pero cuando me dieron de probar cocaína en una fiesta me gustó el efecto, me gustó la euforia, por poco me subía por las paredes, tenía el valor para confrontar al que fuera, podía hablar, bailar, hacer lo que me diera la gana. Sin embargo, me gustaba aún más el bazuco.

Se trataba de pertenecer a un grupo, de ser los bravos del barrio, de manejar la situación y manejar la esquina, y a pesar de que el barrio era medio sano, se contagió porque hubo el boom de la cocaína en Colombia. Los muchachos se armaron de revólveres y comenzaron a llegar pandillas de otro lugar a pelear por un asunto absurdo de territorios. Para pertenecer a una de esas pandillas tenías que consumir con el grupo, hacerles mandados o ser campanero para cuando llegara la policía. Yo me junté con los de mi barrio para consumir y así ya no me sentía como ese niño bobo y retraído. Empezó entonces el consumo excesivo.
Cuando me gradué del colegio sabía que tenía un problema con las drogas, pero decir, “Jairo es drogadicto”, no lo podía. Sabía que tenía una preferencia por el bazuco y por el aguardiente porque en Colombia se toma aguardiente, y el aguardiente y el bazuco se volvieron pan de todos los días porque en Colombia te venden drogas como venderte pan. Esa es la realidad de Colombia, te lo dice un colombiano y me da pena decirlo, pero eso es lo que se vivía todos los días en la época de Pablo Escobar.
Cuando me gradué no fui a la ceremonia. Mis papás fueron a recibir el diploma y luego hicieron una comidita en la casa e invitaron a algunos familiares a la graduación de Jairo, pero yo preferí irme pa´ la esquina. Recuerdo que mi papá fue y me alzó la mano porque yo le dejé con la fiesta hecha. Se puso a llorar y me dijo que no podía aceptar que en la casa se me hiciera un homenaje y que yo prefiriera irme con los amigos. Ya era conciente de que estaba atado por la droga, pero también me daba miedo salirme de ese grupo porque sabía que al que se salía de esos grupos le hacían daño, y en esa época la manera de hacerte daño era primero atacándole a tu familia y después a ti. Algunas veces fui amenazado con pistola en la cabeza solo por pertenecer a mi grupo, ni siquiera por haber tenido un problema con gente de otro barrio.

Algo que me afectó mucho fue la muerte de mi hermano Jaime. Él siempre me decía, Jairo ya deja consumir eso, mi mamá esta sufriendo mucho…, y muy adentro yo le escuchaba, pero cuando era de consumir, más me ganaba el consumo. Él se había caído por unas gradas y así golpeado había ido a dormir a la casa. A la mañana siguiente yo lo vi todo morado y lo llevé al hospital, pero en el camino se me murió.
Yo había dado los exámenes para entrar a la universidad y los pasé, pero cuando se murió mi hermano tuve que tomar su lugar y trabajar para aportar a la casa. Seis meses después se murió mi padre de un cáncer y yo ya no pude entrar a la universidad. Yo decía que iba a ser un buen odontólogo, pero de pronto ya no había quien llevara un plato de comida a la casa, entonces me puse a trabajar en una fábrica de jeans troquelando correas y pegando botones. En la tarde manejaba un taxi de otra persona que me lo daba para que me ganara unos pesos, pero no me gustó esa vida porque no me dejaba nada, todo se lo daba a mi mamá. Me convertí en un papá sin querer y vi que esa no era mi vida, que por la derecha no iba a conseguir nada, entonces me puse a hacer tonteras, me puse a vender drogas. Vendía base de cocaína en la calle, era fácil hacerlo porque en Colombia te dicen más fácilmente dónde conseguir droga que dónde encontrar una catedral, así es en Colombia. Comencé a hacer dinero, daba para la casa y el resto me lo consumía, porque esa es la fantasía y la estupidez que se crea el adicto, piensa que todo lo va a solucionar con dinero, ¡mentira! Sí les ayudaba a financiar algo a mis hermanos y pagaba las cuentas de la casa, sí, pero quien más perdió fue Jairo porque mientras Jairo más tenía, más consumía. Esa etapa, entre los 18 y los 20 años fue la más crítica para mí. Se murió mi hermano y yo empecé a consumir más. Un día me cogieron los policías y me metieron preso en la cárcel Bellavista, de Medellín, donde en lugar de rehabilitarte ves violaciones, maltratos, locura. A los seis meses salí y salí con más ínfulas, había sobrevivido a la cárcel y me manejé como pude, pensaba que podía aguantarlo todo, entonces empezó la estupidez más grande. Trataba de ser alguien sin serlo, porque yo por dentro siempre sentí miedo, siempre fui un cobarde, pero siempre quise ser el que se confrontaba con el que fuera, el verraco, ¿el verraco de qué? ¡De nada! Me creía el duro, pero, mentira, yo siempre lloraba hacia adentro, era débil, debilucho, con muchos complejos, a mí me empezaron a salir canas a muy pronta edad por cuestiones de familia, pero a mí no me gustaba y me comía mierda de ser canoso, entonces empecé a usar siempre gorra. Así iba reprimiendo muchas cosas.
Salí de la cárcel y anduve más en drogas. En Colombia empecé a delinquir y a manipularme absurdamente a mí mismo porque supuestamente para ayudar a mi familia tenía que robar. Me enseñaron a abrir carros. Le atracaba a la gente que tenía plata y luego vendía el carro por cualquier tontera en la calle Guayaquil o en las comunas de Manrique o Castilla. Solo cuando iba a robar yo no me drogaba, prefería ir limpio para hacerlo bien.

En 1982 me vine a Quito de paseo por un mes y medio y me gustó esta ciudad. La gente me pareció muy amable y me di cuenta de que no tenía la malicia que teníamos nosotros los colombianos allá. Regresé a Colombia y mi vida se volvió más porquería. Me fui de la casa a vivir con unos amigos y hasta cambié de novia porque a la anterior que tenía la había hecho sufrir mucho por la droga. Un día que me agarraron preso ella fue a visitarme llevándome algo para comer y ahí unos policías abusaron de ella. Luego en mi pensamiento siempre estuvo la idea de matarlos, quería tener la verraquera para hacerlo, pero nunca fui capaz.
Aumentó la violencia en Colombia y el sicarsimo comenzó a matar a mucha gente. Pensábamos que en nuestra esquina nadie nos podía hacer nada porque éramos los más verracos, pero qué va, habían más verracos que nosotros. Una vez me quisieron matar a mí, pero casi matan a mi hermano Guillermo. Yo le había robado un Montero y las joyas a una persona que tenía mucho dinero en Medellín y luego esa persona nos mandó a balear. Esa vez murieron dos amigos míos y yo me di cuenta que algún rato me iba a toca a mí, entonces me fui de Colombia. Vine al Ecuador y me quedé un tiempo como turista, pero después de ese tiempo hicieron una batida y me sacó Migración. Así tuve varias entradas y salidas hasta que en 1988 regresé y me quedé.

Una noche me invitaron a una fiesta en la UTE y ahí conocí a una chica. Yo estaba borracho, me la acerqué, nos fuimos a bailar, nos encarretamos y estuvimos de novios como un año. Después nos casamos. Cuando me casé me volví juicioso. Solamente tomaba. Pensaba que casado me iba a volver un hombre responsable, pero eso me duró muy poco.
La familia de mi esposa trabaja en la producción de cine y televisión y ellos me ofrecieron la oportunidad de trabajar en eso aunque yo no tenía una profesión, por eso les tengo mucha gratitud. Alguna vez, filmando un comercial, alguien me dijo, Jairo, pégate un pase, y aunque sabía lo que iba a pasar, me lo pegué. Se destapó la olla de grillos. Yo ya llevaba un tiempito sin consumir químicos, pero esa vez no pude aguantar. Para entonces estaba en una buena época, estaba casado, trabajaba, a la gente de la productora le gustaba mi trabajo. Empecé cargando cables, pero siempre fui muy curioso y cuando alguien se sentaba a editar yo me sentaba al lado para aprender, o cuando alguien manejaba las cámaras yo me ponía a ver cómo las calibraban y eso me gustó mucho. Después me dediqué a organizar todo para los comerciales y me desempeñé muy bien en eso. Pero el día que me pegué ese pase de cocaína mi vida se volvió una mierda. Sentí que iba a volver a lo mismo, pero lo empecé a esconder con la excusa del trabajo. Consumía, trabajaba y al parecer todo iba paralelamente bien, pero para todo ya tenía un paquete de cocaína en el bolsillo.
Estuve en varias productoras haciendo comerciales, trabajé para Teleamazonas, para Ecuavisa, hice OTI 1992 cuando ganó Jesús Fichamba, hice Reina de Quito 1992 cuando ganó la Macarena, trabajé en tres películas internacionales que fueron rodadas en este país, La nieve de los Andes, La Conexión Inca y Nazca hasta que se me reventó una hernia y tuve que dejar la filmación. Pero empecé de nuevo a consumir y me volví irresponsable. Ya no iba a las filmaciones, mi agresividad volvió a lo mismo, comencé a agredir física y sicológicamente a la gente, me emputaba con cualquiera y me iba de la filmación. Ya me creía de nuevo el más bacán, el hombre con más éxito y pensaba que esa aptitud para hacer bien las cosas me la daban las drogas. Creía que la capacidad que tenía era por la cocaína, y claro, es que la cocaína es de elite, y el fantasioso de Jairo siempre quiso pertenecer a las grandes clases sociales.
Para entonces ya tenía a mi hija, Camila, que sufrió mi adicción durante dos años. Me parecía chévere ser papá, pero nunca supe serlo, no me importaba, más me importaba conseguir droga y plata.
No sé en qué momento esta mierda me tiró al piso, pero me tiró bien feo porque mi mujer me dejó. No aguantó, me dejó en un departamento solo, pero ese rato le di gracias a Dios porque ya no iba a haber nadie que me jodiera. Comencé a consumir tanta cocaína que las hemorragias nasales no me paraban, entonces empecé a comérmela y a mezclarla con el whiskey, pero ahí, en cambio, el paladar se me llenó de ampollas y ya no podía ni tragar. Así volví al bazuco. Comencé a “patrasear” la droga, a regresar la cocaína a base para poder fumarla. ¡Hijueputa!, esa fue la cosa más horrenda. Por esa época también me dieron dos sobredosis y casi me muero, mi esposa me había dejado y yo había dejado de trabajar. Me llamaban para algún comercial y yo decía que no podía porque ya estaba trabajando en otro, ¡mentira!, era porque no quería salir del cuarto para poder seguir drogándome. Me quedaba solo, ya no me drogaba con nadie, mis paranoias eran tan grandes que no soportaba tener a alguien al frente porque cualquier movimiento me asustaba, creía que iban a venir los policías o que un tipo me iba a matar. Así me fui tirando al abandono, comencé a cambiar los muebles de la casa por drogas, cambié la lavadora, la televisión. Se me fue acabando la plata y un día la dueña me botó de la casa porque ya no tenía dinero para pagarle. Y me tocó largarme. Me fui a la calle, no podía ir a la casa de mi hermana que vive aquí porque con ella habíamos tenido muchas discusiones por mi adicción. ¿Amigos? Ya nadie quería estar conmigo porque yo era muy agresivo y porque pasaba buscando qué robar para poder drogarme. Mucho tiempo anduve peloteado de un lado para otro. No menos de un año dormí en el parque de la Kennedy, y cuando el guardia tomaba café con pan yo le pedía un poco porque ya sentía hambre. ¿Regresarme a Colombia? No, para qué. Siempre pensé que el problema mío era la plata, no las drogas, entonces necesitaba conseguir dinero. Comencé a fantasear con sacarme la lotería para arreglar todos mis problemas y para que mi mujer volviera. Iba donde el lotero a preguntarle el número ganador, pero yo nunca compré un guachito. Hoy ya me puedo reír de esa estupidez, pero en ese momento estaba bordeando la locura.

Un día me encontré con un amigo colombiano que me dijo, Jairo usted está muy mal, por qué no se mete en un centro de rehabilitación, yo le pago un tratamiento. Yo insistía en que mi problema era de plata, que yo soy un echao pa´lante y que iba a salir de eso. Luego llegó otro amigo y me hablaron con el corazón, me dijeron que me iban a venir a ver desde Guayaquil para llevarme a un centro de alcohólicos y narcóticos anónimos (AA, NA). Yo dije que no, que yo me iba por mi cuenta. Y me fui, pero no para tratar mi adicción, me fui porque pensaba que así iba a tener una cama, tres comidas al día y un televisor grande.
Ya adentro conocí un pocotón de gente que hablaba de un proceso de doce pasos y doce tradiciones en un programa mundial de AA y NA. Yo decía que todos esos huevones estaban locos, que yo no quería cambiar porque para mí el alcohol y la cocaína eran buenos. Pero comencé a leer los libros y a escuchar las terapias, y el interno que se convirtió en mi padrino me motivó bastante para que aprendiera sobre el proceso. Tuve que soportar la ansiedad por la falta de droga, me comenzaron a salir unas ronchas que me causaban mucho dolor, y como en ese centro no había médico, me lo tuve que aguantar. Así pasé seis meses hasta que acabé el tratamiento. Luego me vine a Quito sin saber qué hacer, comencé a deambular las calles hasta que me encontré con un amigo que me prestó un cuartito en el ático de su casa. Era como que empezaba de nuevo. Quise ver a mi hija, pero no me lo permitieron y eso me causó mucha depresión, pensé que la recuperación se iba a la mierda y que yo servía era solo para drogarme, pero hablé con mi padrino y él me animó de nuevo. Fui a tocar las puertas de las productoras donde había trabajado antes, pero a ellos les daba miedo contratarme. Entonces me puse a vender lápiz labial y champú de puerta en puerta. De productor de cine y televisión me puse a vender por La Ofelia con un maletín en la mano y el orgullo me lo tuve que tragar. Como ese trabajo no me dejaba mucho me fui de vendedor de electrodomésticos en el almacén de un amigo, en El Recreo. Ahí me fue mejor por mi facilidad de palabra. Comencé a recibir un sueldito y ya con eso pude salir de la casa de mi amigo para alquilar un departamento y comenzar a rehacer mi vida.
Llegó el cumpleaños de mi hija, yo la llamé para desearle feliz día y por sorpresa me dijeron que fuera a verla. Eso me alegró mucho, pero inclusive ahí me dieron ganas de ir a beber para festejar que me dejaron verla. Gracias a Dios no lo hice.
Algo que me dijo mi padrino fue que para poder mantenerme yo debía seguir en un grupo en Quito, y así empecé a ir al grupo Aeropuerto de Alcohólicos Anónimos. Estuve casi tres años con ellos, me volví muy entusiasta, era el primero en llegar a las reuniones y el último en irme porque me quedaba leyendo los libros que ellos tenían.
Por esa época volvió mi esposa para proponerme que intentáramos arreglar nuestra relación. Al principio tuve miedo porque a ella yo le había dado una vida muy fea, pero conversamos y volvimos a estar juntos porque yo sabía que la amaba. Dios me dio una gran mujer, y por ella mismo es que se creó la Fundación. Salí del tratamiento y me comenzó a parecer bonita la idea de tener un centro, pero no tenía plata. Fui ahorrando de real en real y así alquilé la primera casa, en El Tingo.
Al comienzo no tenía idea de cómo montar el centro, pero fui al CONSEP y el doctor Fausto Viteri me ayudó mucho. Me mostró los requisitos y mientras reunía más plata, con el apoyo de mi esposa me senté a pensar y a escribir sobre las falencias que yo, como ex adicto, había sentido en mi tratamiento. Cada vez que había un seminario de narcóticos anónimos asistía para aprender más. Ya estaba muy empapado sobre los tratamientos y luego me dediqué a codificar esas implementaciones que las podía aplicar al programa mundial de AA y NA.
El primer mes y medio no llegó ningún paciente, hasta que llegó un señor que tenía problemas con el alcohol. Empecé a trabajar con él y con su familia y así fueron llegando otros. Luego fui contratando profesionales y hoy, en la nueva casa de Angamarca, tenemos cuatro sicólogos clínicos, dos médicos, un siquiatra, una trabajadora social, contadora, secretaria, en fin, somos 16 personas que hacemos la Fundación Dejando Huella. Ya vamos a cumplir cinco años, ahora tenemos 27 pacientes y en total han pasado por aquí más de 300. En el tratamiento el chico o la chica se internan por seis meses, se trabaja con ellos y con sus familias, se trata la dependencia y la codependencia y se hace un monitoreo por un año. Tenemos pacientes que ya van sin consumir más de cuatro años y la estadística de éxito en recuperación según el mismo centro es del 54 %.

Ahora lo que más me gusta es ver la transformación del muchacho, ver que salga con la mirada al frente, con ganas de vivir, con esperanza. Yo mismo vivo así ahora, vivo agradecido con NA y AA y con mi Dios porque cada día me ayuda a mantener el deseo de seguir adelante. Pude unificar a mi familia y ahora tengo otro hijo, Mateo, de siete años.
Ahora me siento libre, no tengo sentimientos de culpa, no le debo nada a la sociedad ni a nadie. Quiero compartir mi experiencia y que mi mensaje provoque que la gente busque ayuda, que ya no tape su mancha. Todo ser humano tiene la oportunidad de cambiar, yo la tuve. Llevo 11 años sin consumir nada y ya no tengo esa obsesión de pensar en las drogas. Mi pensamiento se enfoca en mejorar mis defectos de carácter, en compartir con mi familia y en motivar a la gente y demostrarle que sí se puede salir del lodo y vivir con dignidad.

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3 comentarios

  1. la verdad ando dejando comentarios en estos blogs ecuatorianos con buen contenido, porque la verdad se que es casi un favor personal que motiva al que los mantiene a seguir metiendo mas y mejores textos.
    interesante este relato personal.
    un berraco este señor; personifica el verdadero 'sueño ecuatoriano' de muchos colombianos. estas historias de redencion siempre tienen un toque biblico, de pecador a devoto, que es medio comico la verdad... la verdad yo creo que aquellos padres de familia y profesionales que son basuqueros solamenten a medio tiempo se merecen mas reconocimiento que estos adictos recuperados. me gusta mas ese autocontrol. pero bien este blog. pon mas textos de drogos.
    jp

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  2. a mi dh me ayudo muchisimoooo ahora puedo vivir bien..... GRACIASSS

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  3. Me da mucha tristeza por lo que has tenido que vivir,y hoy mucha alegria al verte que has logrado dejar la maldita adiccion, que Dios te vendiga y te de sabiduria para seguir siendo el gia de los chicos que se encuentran en el centro DH

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