Un arma de persuasión masiva

miércoles, junio 01, 2016




El documental Merci patron !, del periodista francés François Ruffin, es muchas cosas: una joya del cine militante, una película de lucha y reivindicación, una comedia puesta en escena, un filme de acción directa en su propósito de procurar algo concreto antes que de apostar por el análisis o la pedagogía. Es, por todo eso, un fenómeno político, incluso más que cinematográfico, y es a la vez un éxito de taquilla. Los clichés son apenas aceptables en casos de extrema pertinencia: Merci patron ! es también una versión –neomarxista- de David versus Goliat.

Los esposos Jocelyne y Serge Klur, protagonistas de la película, trabajaron durante décadas confeccionando trajes de la marca KENZO en la fábrica ECCE, una filial del emporio de moda LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy) perteneciente a Bernard Arnault, poseedor de la segunda fortuna más grande de Francia. En 2007 Arnault ordenó cerrar definitivamente ECCE, que funcionaba en la comuna de Poix-du-Nord, en el norte del país, para instalar una fábrica en Polonia, donde la mano de obra costaba tres veces menos. Cientos de trabajadores se quedaron sin empleo, entre ellos los esposos Klur.

La vida de la familia –compuesta además por el hijo Jeremy- prontamente cayó en la precariedad. Sus ingresos mensuales apenas alcanzaban los 400 euros. Las limitaciones fueron inevitables. Durante los inviernos tenaces del norte la calefacción tuvo que restringirse a una sola habitación, y una comida llegó a constar de una tostada con queso crema. Agobiados por una deuda de 25 mil euros, corrían el riesgo de perder la casa que les había tomado años construir. Con la voz temblorosa y vencido por la angustia, Serge Klur confiesa, ante la cámara de François Ruffin, que antes que dejar su casa en manos de los acreedores preferiría rosearla con gasolina y hacerla explotar, “como en (la serie estadounidense) La pequeña casa en la pradera”. El obrero desempleado veía que su vida cargaba el mismo pesar que el de la familia protagonista de ese western melodramático de los años setenta.

François Ruffin es un periodista de 40 años que en 1999 fundó en Amiens, al norte de Francia, el periódico Fakir, un bimestral que se presenta como “alternativo, militante, comprometido con la izquierda, sin lazos con ningún partido político, ni sindicato, ni institución, y mayoritariamente redactado, ilustrado y manejado por colaboradores voluntarios”. Opositor de larga data a las políticas empresariales de LVMH, que a su juicio han sido implacables con el proletariado de las regiones del norte, Ruffin encontró en el caso de los Klur la oportunidad para emprender un desafío a la oligarquía y el sustento para realizar su primer documental.

El periodista les propone a los esposos Klur que envíen una carta a Bernard Arnault para exigirle una indemnización de 35 mil euros por haberlos dejado en el desempleo, además de un contrato de trabajo para el padre en alguna de las empresas de su imperio. De no atender a su pedido, los Klur ventilarían en los medios el deterioro de su calidad de vida a causa de las políticas del empresario, lo cual podría incentivar el destape de cientos de casos similares y la consecuente avalancha de demandas contra Arnault. El mismo Ruffin, haciéndose pasar por el hijo de la pareja, escribe a mano la carta para el empresario, y otra, de la que hace varias copias, en la que cuenta la historia que habría de enviarse a los principales medios de prensa y a varias autoridades del país, incluido el presidente de la República.

Poco podía haberse esperado de un estratagema de ese tipo en un momento cualquiera de la acomodada vida de Bernard Arnault, pero se lo ideó, como salida para la crisis de la familia Klur y como motor argumental para el filme, cuando el empresario se encontraba bajo el escarnio público por haberse descubierto que buscaba la nacionalidad belga para instalar su domicilio fiscal al otro lado de la frontera y así escapar a los impuestos franceses. El 10 de septiembre de 2103 el periódico Libération apareció con una portada que tenía a un Arnault sonriente cargando una maleta, y sobre la imagen un titular que decía ¡Lárgate, rico imbécil!

La carta llegó hasta el empresario y en menos de lo que se esperaba un emisario suyo, miembro de su equipo de seguridad y ex agente de inteligencia del Estado, se comunicó con Ruffin, quien en el papel de hijo de los Klur se había presentado como portavoz del caso, para que se sentaran a negociar y evitaran que la disputa se hiciera pública. El documental, que ya era una puesta en escena en la que François Ruffin, en un estilo Michael Moore pero más histriónico y más pugnaz habla frente a la cámara para explicar los entresijos de la trama, ahonda en ese recurso y la película se vuelve un thriller hilarante. Los Klur se entregan enteros al plan. Junto a Ruffin ensayan los diálogos, el tono, los gestos de la exigencia que habrán de plantarle al enviado de Arnault. Por momentos queda la sensación de que el realizador aprovecha la vulnerabilidad de una familia al borde del desahucio para satisfacer sus aspiraciones intelectuales y sus revanchas ideológicas, pero la duda se equilibra cuando queda claro que Ruffin es escrupuloso al mostrarles a los Klur todos los matices del caso, y que obra únicamente bajo su consentimiento.

El equipo de producción esconde cámaras de video en el pecho de un par de floreros viejos para grabar el diálogo con el agente negociador. El hombre llega. De entrada anuncia que tiene la misión de resolver el conflicto y dejar a todos satisfechos, pero pide que le entreguen las cartas que están preparadas para los medios de comunicación. Los Klur responden que solo las tendrá cuando él les muestre un compromiso formal por lo que exigen. La reunión transcurre sin problemas. El negociador promete dar noticias prontamente. Queda el sabor de una previctoria. El tándem Ruffin-Klur festeja alardeando el sarcasmo que es leitmotiv del filme: “Merci Bernard !”Merci patron !”. Suena la fanfárrea homónima, el Merci patron ! de Les Charlots, un grupo de culto que en sus buenos tiempo abría conciertos de los Rolling Stones.


A los pocos días Ruffin recibe una llamada del hombre de seguridad: Bernard Arnault está dispuesto a pagar los 35 mil euros requeridos y gestionar para el señor Klur un contrato de trabajo en alguna sucursal del supermercado Carrefour, del que es accionista mayoritario. ¿Qué son 35 mil euros para el patrón de LVMH? “Lo que equivale a dos minutos de su enriquecimiento en 2105”, dirá más tarde François Ruffin en una entrevista de televisión. La misma nimiedad con la que Arnault compra el silencio de los Klur constituye para esa familia la garantía de un futuro.

Hay que establecer un acuerdo formal. El hijo –Ruffin-, en calidad de portavoz, deberá estar presente para asentar su firma. El realizador pasa de hacer un documentalismo de inmersión a practicar el gonzo. Se hace pintar el pelo de rubio para parecer del linaje de los Klur, se acicala con la simpleza de un obrero de la zona, ensaya junto a papá y mamá los diálogos que podrían contener la escena. Llega el negociador. El encuentro vuelve a grabarse con las cámaras escondidas. El acuerdo se concreta. Se asienta el cheque sobre la mesa. Todo resulta según un guión ideal en el que el subordinado termina derrotando al opresor. La fábula se cierra. En ese punto, más que la propia resolución, lo apoteósico es la evidencia de que incluso el poderoso de las más altas esferas puede temblar ante el obrero. El hombre quiere asegurarse de que las cartas destinadas a la prensa se destruyan, y le confiesa a la familia que a quien más teme su patrón no es a Le Monde, ni a Mediapart, ni a France Inter y ni siquiera al presidente de la República, sino a ese modesto periódico alternativo llamado Fakir al que poco o nada se lo conoce fuera de Amiens.

-¿Por qué a Fakir, si es tan pequeño? –pregunta Ruffin en su traje de hijo de los Klur.

-Porque son las minorías activas las que hacen todo –responde el hombre.

Merci patron ! fue una película completamente autofinanciada. Se la realizó con fondos del equipo de producción, con aportaciones de los lectores de Fakir y con una campaña de crowdfunding. Costó 160 mil euros, de los cuales la mitad debía venir de una subvención del Centre National du Cinema, pero la institución, repentinamente y sin explicaciones, le negó el aporte. Se estrenó el 24 de febrero y un mes después había vendido 150 mil entradas de cine, una cifra sorprendente para un documental francés. Ya en ese momento se perfilaba como la película local más rentable de 2016. Hacia mediados de abril se calculaba que su ganancia podía ser de 500 mil euros.

Pero la ventura financiera resultaba secundaria frente al entusiasmo político que estaba generando. El estreno de la película coincidió con el inicio en Francia de las jornadas de protesta contra un proyecto de ley de reforma laboral. La llamada ley El Khomri (por Miriam El Khomri, la ministra de trabajo que la propuso) fue resistida desde el inicio por poner en riesgo, según sus detractores, las protecciones laborales de las que ha hecho gala el estado de bienestar francés. La reforma permitiría, por ejemplo, que el empleador establezca a su juicio el monto a pagar por horas extras, o le ampliaría las razones por las cuales ejecutar despidos.

El 23 de febrero el periódico Fakir organizó, en la Bolsa de trabajo en París, una reunión para que todos los frentes que se oponían al proyecto de ley agruparan sus demandas. En la reunión se formó el colectivo Convergence des luttes, que se definió como una conjunción de “sindicalistas, intelectuales, ambientalistas, obreros, estudiantes y precarios económicos”. El 31 de marzo se realizó en todo el país la cuarta marcha contra el proyecto de reforma laboral. En París, la manifestación terminó en la Plaza de la República, en pleno centro de la ciudad. Convergence des luttes invitó a los manifestantes a que, como una muestra de resistencia, permanecieran la noche entera en la plaza. A las 21h30 François Ruffin ofreció una proyección de Merci patron ! Una hora y media más tarde, cuando los aplausos todavía sonaban, los cientos de personas que reunidas sintieron que eran parte de una nueva comunidad. Esa noche emergió en la Plaza de la República el movimiento Nuit debout (Noche en pie), un fenómeno de protesta ciudadana en el que se conjugan todos los malestares de una juventud que se niega a aceptar un futuro sumido en la precariedad.

Nuit debout puede no tener un programa definido (si es que en su naturaleza experimental eso puede ser visto como una falencia), puede parecer sectario (si es que se es ingenuo y no se reconoce que su postura está a la izquierda de la izquierda) o puede ser percibido como infructuoso (si no se considera que los diálogos y los encuentros que ha generado tienen el suficiente valor), pero su resistencia y sus acciones (no las violentas de grupos extremos con los que el movimiento no se identifica), junto a las de los principales sindicatos del país, han logrado que el gobierno empiece a recular en su propósito de aplicar a toda costa la reforma laboral.

Merci patron! estuvo en el origen de Nuit debout. No fue su único detonador, pero sí un arma de persuasión masiva. La película encarna una síntesis de la alianza necesaria para provocar un remesón en el status quo: la pequeña burguesía intelectual (encarnada por Ruffin), asociada a los sectores populares (la familia Klur), es capaz de enfrentar a la oligarquía (LVMH). Cada uno por su cuenta no lograría nada. La clave está en la organización, en la inventiva, en la autonomía. Y eso, más allá de la fábula o el final glorioso, es la verdadera enseñanza de este filme.


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