(Cosas del barrio) Viendo ganar a Colombia entre marfileños
jueves, junio 19, 2014
Una profusión de peluquerías y tiendas de productos
capilares para africanos colma cuatro cuadras a la redonda en el sector de
Chateau d´eau, en el décimo distrito de París. Las ventanas de los salones
están cubiertas con afiches de estilos de cortes y con fotografías de Rihanna,
Beyoncé, Kanye West y Jay-Z. Su función es doble: promocionar
las destrezas con el cabello afro y ocultar lo que ocurre adentro para que los curiosos no se cuelguen a mirar como en una jaula de zoológico.
Al pie de los salones, las aceras se cubren con desechos de
pelucas y extensiones, mechones y motas espesas que se enroscan en la ruedas de
las maletas de tirar y les arruinan la tracción. El aire carga el perfume
ahumado de la manteca de karité, y los decibeles de un día normal son los de un
día ajetreado en una feria de pueblo. Así deben ser algunas esquinas de África.
Ésta lo es.
En las salidas de la estación del metro y apostados sobre
esas aceras afelpadas hay decenas de marfileños, de entre veinte y treinta años
-jeans descoloridos, gafas de sol, camisetas ceñidas con estampados de piel de
leopardo- que trabajaban pescando clientes (clientas, sobre todo) para
llevarlos a salones con nombres como Baba Cool, Rose Afro, Afro Master, Cap 42.
El abordaje es un despliegue de rudeza. Sueltan alaridos describiendo lo que ofrecen: manicure a 15 euros, alisado brasileño, tintes, mechas, experiencia
en el trenzado. Hay los que, para llamar la atención, sueltan esa hilacha de silbido irritante que se logra haciendo trompa y aspirando el aire, y los
que, de plano, agarran del brazo a las pasantes y las encaminan hacia sus
salones, tengan o no ellas la intención de calibrarse la melena.


Los hombres cazan a la presa; adentro, las mujeres ejecutan la cocina capilar. En una curiosa asociación de civilizaciones comparten el espacio con chinos entendidos en el uso del esmalte para uñas, que arrumados en rincones aciagos se ocupan durante diez, doce horas al día, de los asuntos del manicure. He visto a cazadores de clientes caerse a golpes por disputas territoriales, y a chinos y africanos enfrentarse en lenguas de otro mundo por desacuerdos contractuales. No siempre la sociedad prospera. Un día, dos mujeres chinas denunciaron por explotación al dueño africano de un salón. Lo hicieron ante la CGT, el principal sindicato de trabajadores de Francia, que vino y se tomó la peluquería y en donde estaban las fotografías de Beyoncé asentó sus banderines con los colores comunistas. De lo que se sabe, el propietario denunciado huyó para no volver.


Ese decorado ya barroco se pintó hoy del naranja fluorescente de la camiseta titular de Costa de Marfil. Desde muy temprano, apostados en sus esquinas, los pescadores de peluquería -cuarenta, cincuenta de ellos-, bailaban y tocaban tambores y cantaban que hoy iban a hacer una fiesta, que hoy iban a hacer una fiesta. Una hora antes del partido redoblaron su jarana: trajeron vuvuzelas, templaron banderas entre los árboles, hicieron una rueda ritual gritando “éléphants oé / éléphants oé” y, más con picardía que con desprecio, “Colombie, c´est maïs / Colombie, c´est maïs”, es decir que se la iban a comer como una mazorca.

Buena parte de esa juerga se trasladó a la peluquería Cap 42, un local pintado de naranja salmón y abarrotado de fotografías de un bad boy africano con la cara tatuada, lágrimas incluidas sobre la mejilla izquierda, que posaba con ademanes guerreros junto a otros bravos como él, entre ellos el rapero estadounidense DMX. El hombre de los tatuajes andaba por ahí, le llamaban Baba Cool, era el mandamás de varios salones del sector y un hábil peluquero, de los que dibujan con la máquina de corte figuras espectrales en los cráneos masculinos. Baba Cool tenía prohibido que se tomara cerveza dentro de su local, pero nadie impedía que se gritara a cualquier tono, incluso a favor del rival. Un hombre robusto que vestía una camisa verde del mismo tono que el del equipo sobre la cancha, cantaba “¡Colombia, Colombia, Colombia, ué!”, en español, y nadie le decía nada y no se sabía si era en serio o solo por mamar gallo.
Los marfileños hablan a los gritos en la salud y en la enfermedad, por eso esos noventa minutos fueron una sostenida bulla de estadio. Pero a pesar del descontrol pueden ser también una barra organizada: hubo quienes, cada tanto, levantaron aún más la voz y pidieron que se atizara un aplauso y, por el contrario, los que sugirieron que se dosificaran las ganas para que duraran dos tiempos.
James y Quintero aguaron la fiesta que había empezado
temprano, pero aún así los africanos salieron de la peluquería bailando. “C´est la vie”, dijo uno. “No nos
entristece -dijo otro-, confiamos en nuestro equipo, de todas formas vamos a
clasificar”.
El hombre robusto que alentaba a Colombia lo seguía haciendo sobre la vereda. Entonces le pregunté:
El hombre robusto que alentaba a Colombia lo seguía haciendo sobre la vereda. Entonces le pregunté:
-¿Lo dice en serio?
-Claro, yo siempre he ido por Colombia, desde 1990.
-¿Pero usted no es marfileño?
-No, yo soy camerunés, pero me gusta Colombia. Usted sabe:
René Higuita, Roger Millá, esa tarde de 1990.
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