Por desgraciado

viernes, junio 14, 2013




A eso de las cinco de la tarde del lunes 10 de junio, X se posó con la figura deshecha sobre las rieles del tren. El sol hacía brillar el tapizado de trigales como tanto se esperaba luego de ocho meses de engorroso invierno, pero a X no lograron despertarle del letargo ni el calor ni los gritos del controlador de la estación de Mureax, que con la garganta ardida le rogaba que se alejara de la vía porque en poco iba a pasar el tren que une París con Mantes-la-Jolie. Insistió el controlador, pero al vislumbrar que la inacción de X llevaba el incontenible lastre de una pena, actuó según el procedimiento y dio la alerta que obligó a detener los trenes de ida y de venida por esa zona, y a retrasar los treinta siguientes que esperaban por partir en las estaciones cercanas.

Continuó X ahí sembrado, con el rostro al piso, sin siquiera espantarse las moscas que le merodeaban las orejas, sin enterarse de que su desgracia, durante ese respiro de tiempo que pensaba sería el último, había sido también la desgracia del día para la SNCF, la empresa estatal de ferrocarriles de Francia. El controlador avisó a la estación de policía local y a los servicios de socorro, pero X, desentendido de que iban por él y aún absorto en los fangales de su propósito, continuó imaginando cuán caliente sería ese golpe seco en su espalda.

Hasta que sonaron las sirenas, y solo entonces X levantó la mirada de esa vía que, desde sus pies, se extendía al infinito. Dos agentes lo alcanzaron y lo inmobilizaron apretándole los brazos contra las caderas. No lo pusieron contra el piso porque él no opuso resistencia. Al contrario, sabiéndose derrotado, se entregó ligero a la cordial gestión de los gendarmes. Enseguida, los paramédicos, que tenían una cobija abierta y listo el medidor de la presión, le hicieron un examen de rutina y luego se lo llevaron al hospital de Mureax para una evaluación sicológica. 

Ya ahí, el asunto fue expedito, porque aunque pareciera raro, fue sencillo establecer que X no tenía atormentada la razón. Interrogado por el jefe de policía que le escoltaba sobre el porqué de su empeño, X, con un hilo de voz quebrada, respondió: “una pena del corazón.”

Prosiguió un silencio piadoso que se extendió hasta que el mismo X lo rompió con un desfogue de su carraspera, pero no bastó su honestidad ni la angustia misma de su caso. Cuando X pensó que, habiendo demostrado su compostura no tendría más que irse a casa con el peso de una tarde desastrosa, le informaron que la SNCF presentará una demanda en su contra por “atentado a la circulación de trenes y penetración ilícita en la vía ferroviaria.” En Francia, alrededor de 450 personas se arrojan a las rieles cada año, y en vista del caos que eso genera, de los miles de personas que resultan penalizadas en sus trabajos por llegar tarde y de los miles de euros en pérdidas que provocan los retrasos y las cancelaciones de viajes, la empresa de ferrocarriles estableció una multa sistemática para intentar disuadir la fatalidad. Los dramas de las personas significan para la SNCF contratiempos de logística. Queda por ver si, en lugar de desalentar, el temor a la sanción termina por animar a los desdichados.

Ahora, X, 22 confundidos años, espera a que le confirmen si deberá pagar dos años de cárcel y 4500 euros de multa. La SNCF ha anticipado, no obstante, que dado el aspecto humano inherente a su caso, la demanda podría ser retirada.

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