Delfín en el Youfest (extras)
viernes, enero 04, 2013
- No hay problema, hable con la mánager –me dijo por
teléfono desde el otro lado del Atlántico.
Había visto su nombre en el cartel del Youfest que se
realizaría en Madrid el 28 y 29 de septiembre. Había entendido que aquél sería
el festival que juntaría a varias de esas figuras –frikis, prodigios, ídolos de
masas virtuales- que alguna vez todos probamos a través de Youtube. Supe que
también sería el escenario para los consagrados por cuenta propia y para los
olvidados por la implacable obsolescencia de la moda. En medio del “niño genio
que toca la guitarra como un animal”, del “tipo más hábil para hacer beatbox”,
del que “imita a Shakira a la perfección”; entre ellos y entre Underworld,
Primal Scream, Buraka Som Sistema, Rick Astley y Locomía, figuraba Delfín
Quishpe, bien ubicado en el cartel, anunciado con serpentinas.
Lo llamé y le propuse que nos dejara hacer algo. Algo. No
sé. Un video. Algo.
- No hay problema, hable con la mánager.
La manager a la que se refería no era tal sino una persona
de la logística del festival encargada de su estadía. Para el caso dio lo
mismo, con ella acordamos, precisamente, la logística; y por haber ido a hacer
“algo” sobre Delfín, nos brindaron todo. Para el resto de casos, los de la
carrera y los de la vida -aunque sin título oficial- la manager es su esposa.
Charo habla poco pero hace bastante. Le toma fotos y le graba video con una
cámara nueva que apenas sabe usar. Le carga el traje guardado en su cobertor y
le ayuda a vestirse cuando llega el momento. Hace de intermediaria entre los
encargados del escenario y él, que espera en el camerino agazapado bajo una
capucha y acostado donde se puede. Charo es quien decide qué ordenar en el
restaurante cuando a él le demora la duda. Ambos son la cabeza de Producciones
Faraón, la empresa autogestionada que conduce su carrera a su ritmo y a su
gusto. Cuando Delfín tiene días normales y va al IAVQ a seguir sus estudios de
producción musical, ella se queda en casa. Los dos hijos van a la escuela.
Charo no habla mucho pero ríe bastante. Y con Delfín lo hacen siempre, jugueteando,
como dos colegiales escapados a un pequeño motel.
Había leído en un artículo que Delfín, cuando al fin
respondió a tanta insistencia de un periodista, le dijo que si quería hablar
con él le iba a costar por lo menos mil dólares. También me habían advertido
que suele querer sacar partido de lo mínimo. Con el riesgo de encontrarnos con
ese Delfín fuimos a Madrid, pero no lo encontramos. A nosotros, a la primera
pausa que le propusimos para tomar aire en medio de una entrevista, nos dijo:
“No, sigamos nomás, estoy de buen genio”. El buen genio le duró cada momento de
los tres días que nos vimos. Delfín es un conversador animado, sencillo,
generoso al exponer pasajes silvestres de lo que a ratos parece un estado de
realismo mágico en el que vive: no es una realidad virtual, es un realismo mágico en vías de desarrollo.
- En Santo
Domingo pedí un helicóptero para que me lleve al estadio donde toqué.
- ¡Habla serio!
- ¡Síf!
- ¿Así nomás?
- Así.
Lo curioso es que Delfín no lo hace con arrogancia. Lo hace porque en esa amalgama de dudosa ingenuidad, de inocua
desinformación, de autenticidad edulcorada de carnaval y de tecno en que
sostiene su carrera, él cree que eso es posible. Como es posible inventarse un
homenaje kitsch e hilarante a un amor perdido en las Torres Gemelas sin
preocuparse en absoluto por ciertos dictados de la estética o de la política.
Como es posible decir, como primera cosa en su concierto de Madrid, ante la
gente que lo esperó por horas bajo la lluvia: “¡Dónde están los hinchas del
Barcelona!”. Como es posible planear un nuevo video donde una banda de
motociclistas con aire bravucón, comandada por él, recorra la pista de un
aeropuerto mientras una pandilla de autos y unos cuantos aviones les guardan
las espaldas.
Delfín lo tiene claro: es una figura que divide las aguas.
Quienes no lo desprecian lo admiran o simplemente lo toman como un divertimento
entre los tantos divertimentos de la cultura popular que calientan los flujos
de Internet. Para los primeros, que son muchos y de los que Delfín está
conciente, tiene una envidiable coraza de indiferencia. Para los segundos tiene
el pasito del Delfín, todos los “¡No puede ser!” que se necesiten; está el
Delfín en miniatura nadando sobre un plato de sopa de acelga, el Delfín
viviendo de ser Delfín y tomándoselo en serio: el divertimento que se divierte
siéndolo.
El avispado Delfín del que me habían advertido nos invitó a
comer a mí y a dos amigos en un restaurante ecuatoriano, y por su presencia la
casa ofreció los postres y las bebidas. Delfín es avispado no porque quiere
aprovecharse de los demás, sino porque quiere aprovecharse a sí mismo, como una
máquina que se exprime el combustible del que se siente cargado. Y
exprimiéndose, comparte: anécdotas, risotadas, yahuarlocro y encebollado en
Madrid.
A diferencia de Jaime Enrique Aymara, Gerardo Morán, Silvana
o la Cicciolina, a Delfín no le interesa la política, él solo quiere ser una
vedette. En un país racista como el Ecuador, que un indígena vestido de cowboy
que canta sobre lo que cuentan las noticias sea la vedette más conocida internacionalmente,
a muchos irrita, a otros tantos avergüenza. Él aprendió a usar el rechazo a su
favor porque conoce el axioma: si nadie diría nada, todo estaría mal.
Y de que todos hablen se encargó él mismo. Le bastó hacer el esfuerzo de
inventarse, por eso habla de él en tercera persona.
- ¿A quién admiras?
- A Delfín.
Un día, un tipo que dijo ser el embajador de Estados Unidos
le llamó y le amenazó por el “atrevimiento” de Torres Gemelas.
- Lo que usted hizo es muy grave, tendrá que pagar las
consecuencias.
“Yo no atiné a responder –dice Delfín-. Pero no me preocupé,
porque yo sé que no estoy haciendo daño a nadie. Luego pensé que si por último
venían a buscarme, yo me iba a meter en mi comunidad y ahí toda mi gente me iba
a proteger. Tú sabes, ahí tenemos nuestra forma de justicia, así que no hubiera
sido fácil llevarme, a menos que hubiera llegado la CIA con un helicóptero y me
hubiera sacado por el aire.”.
Aquí abajo están los dos capítulos del “algo” que fuimos a buscar -por novelería- con George Dembowsky: un video, un clip, un pastiche gozador como los mismos videos de
Delfín; como el tecnofolclor andino que es su vida, como sus pantalones y sus botas customized, como su
chaqueta pimpeada, la que le gusta a Diplo.
3 comentarios
Siempre tan interestante y provocador tus palabras e imagenes. Me encanta aprender sobre los artistas (y los que existen fuera de lo convencional) del Ecuador. ¡Qué inspirador y colorido es Delfin!
ResponderEliminarGracias SK. ¡Tú también tan colorida con tus comentarios!
ResponderEliminar¿Viste los videos? Los hicimos con el Jorge Flores, un amigo de Quito, estoy seguro que lo conociste, era de nuestro crew de la época.
Abrazos.
Sí, ví los videos y reconocí a Jorge, pero no me recordaba su nombre. Gracias. Buen trabajo ustedes dos....¡super chevere todo!
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