Le Havre: un Kaurismäki colaborativo

martes, enero 10, 2012

 

Marcel Marx (André Wilms, impecable) es un precario caballero. Viste de chaqueta gastada y sobrevive de lustrar zapatos en la estación de trenes de Le Havre, ciudad costera del noroeste francés y segundo puerto del país luego del de Marsella. Marcel Marx lustra zapatos porque fracasó con la literatura, es el héroe del mismo Aki Kaurismäki en La Vie de bohème (1992), que veinte años después dejó París y se dedicó a limpiar calzado, dice, para estar más cerca del pueblo, por eso en la precariedad de su vida no se siente ninguna pena. Fracasó con la literatura, pero la lleva ágil en su hablar común, se expresa en verso o en prosa florida lo mismo para consolar la enfermedad de su esposa, Arletty, que para agradecer las copas que le ofrecen en el bar del barrio.

Al puerto de Le Havre llegan contenedores llenos de migrantes clandestinos que anhelan quedarse o llegar a Londres. Los controles de policía y las detenciones son más frecuentes que las pasadas con éxito, pero un día, al descubrirse un contenedor lleno de africanos y mientras la prensa sensacionalista espera para disparar la foto de primera plana, Idrissa (Blondin Miguel), un niño que bordea los 12 años, escapa y se pierde en la ciudad.

La calle junta a Marcel Marx y al niño y así empiezan un trayecto laberíntico hacia la consecución de ese viaje truncado. Entonces, en su último filme Aki Kaurismäki se compromete con la causa de la emigración y relativiza, quizá revierte, el sistema de controles y sanciones que la arrincona. El compromiso no se queda en la denuncia sino que genera un accionar que se dispara como si en quienes lo ejecutan fuera algo natural, como si sólo faltara tener la causa al frente, como si ese asunto de principios permaneciera inquebrantable a pesar de leyes punitivas y amenazas, e incluso por encima de las denuncias del delator que nunca falta (desde la sombra y a través de una ventana, muy a lo Hitchcock, apenas marcando un teléfono con pulso inquieto).

Kaurismäki teje una red colaborativa, tan venida a más en épocas de crisis. En ella intervienen, para esconder a Idrissa de las pesquisas policiales, el tendero del barrio, la panadera, la dueña del bar y sus fabulosos habitués que parecen salidos del cómic Lucien de FrankMargerin. Y finalmente el pescador que usará su barco para hacer que Idrissa llegue a Londres y encuentre a su madre.  

Kaurismäki se arriesga por la solidaridad, por la generosidad, por la dignidad. “Me gusta la sociedad”, dice el tendero cuando tiene que atender al inspector de policía que busca al polizonte. Mientras en Europa occidental los gobiernos promulgan leyes antimigración cada vez más restrictivas e incriminatorias, el director finlandés le apuesta a una historia de complicidad en beneficio de un sueño; le apuesta a lo humano como todavía posible queriendo que lo humano se desprenda de la ficción. Tan humana la ficción que incluso el inspector termina participando en la trama cómplice, pero por ello, tan predecible el desenlace.

Bien hacen las críticas al comparar Le Havre con Welcome (2009), de Phillipe Lioret, en su temática del joven migrante perdido en un no lugar; pero poco al no ahondar en sus distancias. Ambas son políticamente comprometidas y Welcome es de una gran prosa curtida, pero Le Havre es poética. No sólo en los diálogos, solemnes y lacónicos, pero irónicos y graciosos; sino también en la iluminación, que ensombrece el contorno y fija el spot sobre los sujetos para recrear la temperatura más bien cálida de este thriller templado que recuerda la belleza del Kodachrome. Cuando la sobria fotografía corta plano y contraplano, los personajes quedan enmarcados como en retratos de Steve McCurry, el padre de esa película legendaria ya desaparecida.

La apuesta de Kaurismäki por una colectividad solidaria convoca también a la multiculturalidad porque no hay en el fenómeno de la inmigración clandestina posibilidad para esquivar ese trazo. Chang es su colega vietnamita que limpia zapatos como él, pero que de diferente tiene su condición de legal con papeles falsos. En los interiores por los que recorre Marcel Marx suenan el tango y el blues y cuando organiza un concierto para recaudar los fondos que le permitirán a Idrissa llegar a Londres (otra iniciativa colaborativa), hace subir al escenario a la banda de Little Bob, una leyenda rockera de la vida real e hijo él mismo de inmigrantes italianos.

El filme de Kaurismäki transcurre en un tiempo impreciso. Está el aire retro de una Francia comunal que se actualiza con el tema que discute, pero más hay el aire de fraternidad que le falta a nuestros días.


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3 comentarios

  1. Hola Santiago, que grato compartir esta pelicula, mencion especial para little Bob, un personaje de leyenda. No sé si conoces su pagina, hay un articulo que salio en Le Monde hace un par de meses.


    http://www.littlebob.fr/littlebob_pagesHTML/littlebob_actu.html

    Orlando Torricelli

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  2. Hola Santiago, que grato compartir esta pelicula, mencion especial para little Bob, un personaje de leyenda. No sé si conoces su pagina, hay un articulo que salio en Le Monde hace un par de meses.


    http://www.littlebob.fr/littlebob_pagesHTML/littlebob_actu.html

    Orlando Torricelli

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  3. Amigo Torri, qué buena sorpresa saber que pasaste por aquí.
    No conocía a Little Bob antes de ver la película, pero desde entonces, como te imaginarás, me encantó.

    Gracias por ese link, ya lo voy a revisar.

    Un abrazo.

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