Este es el tipo de cosas que tienen ciudades como París. Sin saberlo, a pocas cuadras de donde te encuentres puede estar ocurriendo un duelo o un carnaval. El sábado 17 de septiembre, camino a una reunión, las avenidas cerradas al tráfico alrededor del sector de La Bastille me alertaron de algo grande. Primero pensé que se trataba de una marcha de gente de Costa de Marfil que, como ha venido haciéndolo regularmente desde hace meses, protestaba contra lo que considera una imposición en su país, por parte de la comunidad internacional, del presidente Alassane Outtara en perjuicio del ex mandatario Laurent Gbagbo; pero el retumbe lejano de unas bocinas hacía pensar que no era sólo por eso que se marchaba aquella tarde.

Unas cuadras más adelante apareció el escuadrón de policía y los camiones cisterna que iban cerrando el desfile y limpiando a su paso lo que hubiera tirado en el pavimento: gente y basura. Más allá, cuatro cuadras repletas de ravers con botellas en la mano y desenfreno en los ojos bailaban caminando (caminaban bailando) al tuntún hipnótico de un techno cansón. "Ha cambiado bastante", me dijo un amigo, "antes había más gente y más gente mayor". Ciertamente, la mayoría de los asistentes promediaba los 20 años y el espectáculo, aunque colmado de gente si se miraba alrededor, lejos estaba de reproducir esas imágenes asfixiantes venidas desde Alemania, donde el año pasado en una parranda similar hubo 18 fallecidos tras una estampida de pánico. 

Muy distinto o no, las cuatro plataformas rodantes que logré ver durante esos 30 minutos de paso por el Tecno Parade 2011, entre ellas la principal que cargaba a David Guetta, el odiado e idolatrado Dj que cobra entre 50 y 100 mil euros por sesión de dos horas, alcanzaban para que en ese costado de la ciudad se desatara una nutrida verbena tecno mientras a cinco cuadras se reclamaba por las flaquezas de la democracia. París es una fiesta.