QuitoFest 2010, más allá de la tarima

miércoles, noviembre 17, 2010


Este año el Quitofest vivió un renacimiento forzado pero triunfante. El regocijo es inmenso para los músicos que lo asumen (asumimos) como el principal y más grande espacio del país para desplegar su trabajo, y lo es para el público, cada vez más amplio y fiel, que ha llegado a identificarse con el festival como con una fiesta popular: la que se espera cada año en el lugar de donde uno viene, la que le convoca al festejo por hacerle sentir parte de ella.
Varios músicos lo pusieron en la perspectiva, legítima e ineludible, del júbilo inmediato por lo que a punto estuvo de no ser, pero pocos, cuando pudieron hacerlo, supieron hacer referencia del significado contextual que el hecho amerita: el de su importancia en el marco de la visibilidad pública, el de su trascendencia como plataforma para reforzar identidades, el de la recuperación y defensa de un universo de expresión que implica bastante más que dos o tres días de conciertos. Porque el QuitoFest no es un acontecimiento meramente recreativo vaciado de significados, sino un lugar donde, sobre todo la juventud contemporánea, se encuentra con la posibilidad de reconocerse en algo de lo que necesita para su desarrollo pleno como parte de la sociedad: el aprovechamiento del espacio público, la sintonía con soportes instructivos sobre tópicos apenas esbozados en las instituciones educativas y el acceso sin discrimen a las manifestaciones del arte y la cultura.
Al cabo de ocho años el QuitoFest no solamente ha llegado a posicionarse en el circuito regional como un evento musical en el que bandas locales e internacionales quieren participar, sino en el que instituciones y organismos buscan tener presencia porque entienden el potencial que escenarios de este tipo tienen para la exposición de mensajes a escala masiva.
Podría pensarse que las buenas intenciones de las dependencias de la ONU o del proyecto Yasuní ITT no llegan sino a diluirse entre el oleaje de gente que va, pica unas cuantas canciones y se va agradecida con un preservativo de obsequio en el bolsillo, pero las filas de personas que dentro del Palacio de Cristal del Itchimbía se extendieron por horas para acceder a material informativo y charlas breves sobre prevención del VIH o Justicia y Derechos Humanos, hacen pensar que el QuitoFest no tiene problema en no ser solamente un festival de música sino también un escenario de debate. La dinámica está en ejecución y las voluntades de exposición y recepción parecen haber logrado empatía. Queda para el futuro próximo redoblar los esfuerzos y ampliar las temáticas de discusión, entre las que el mismo movimiento musical ecuatoriano, como campo de gestión cultural, no puede quedar ausente: charlas y foros sobre las políticas estatales de apoyo a la producción y difusión musical (o sobre la falta de ellas); sobre el papel de los medios tradicionales de información en esa responsabilidad; sobre derechos de autor, sociedades de gestión y espacios de promoción, entre otros temas, se dan en festivales como el Rock al Parque y representan la oportunidad para discutir sobre un segmento de la música local desde ángulos que trascienden la coyuntura del concierto. Sería de mucho beneficio que el QuitoFest, con su reputación y estructura bien montadas, asumiera el desafío de proponer estos encuentros y de consolidarse como articulador de discusión.

Por otro lado, el sorprendente despliegue técnico del canal público ECUADOR TV para transmitir el festival en vivo, y el del Colegio de Comunicación y Artes Contemporáneas de la Universidad San Francisco para extender la señal a todo el mundo a través de Internet, hablan de la envergadura que en su dimensión espectacular el festival ha llegado a capitalizar. Está claro que el quedar relegados de la exposición masiva no es una opción cuando las posibilidades que ofrecen las telecomunicaciones quedan a la mano de una buena gestión de alianzas, pero así como en el campo del debate sobre la música, en el de la comunicación más allá del evento factual la tarea sigue pendiente. Si bien el festival goza de las prerrogativas mencionadas, para ampliar su percepción de legitimidad deberá comunicar los esfuerzos de su gestión por fuera de los segmentos que in situ los reconocen; es decir, deberá procurar que la valoración provenga no sólo de los consumidores directos del evento sino de la comunidad en general; y que la concepción que de él se tiene supere el sectarismo demográfico (“una cosa de jóvenes”, “un asunto de rockeros”, “una oportunidad para marginales”) y se lo asuma como un espacio de desarrollo ciudadano a través de la cultura.
La posibilidad de lograrlo -de ser esa la voluntad de la organización- podría radicar en pensar al QuitoFest como un motor que articule y difunda información sobre la escena musical nacional durante el año entero y no solamente durante los días de conciertos. Un sitio web que funcione a manera de revista virtual con actualizaciones periódicas y una revista impresa que se publique dos o tres veces al año lograrían, como plan editorial paralelo, expandir las apuestas del proyecto Quitofest entre quienes no necesariamente son parte de sus audiencias frecuentes. Por supuesto que una empresa de este tipo requiere de capital profesional y económico para lograrlo, pero el esfuerzo para cubrir esas necesidades (el mismo Municipio de Quito y el FONSAL apoyan iniciativas culturales de estas características) valdrá la pena cuando la ciudadanía en general pueda entrar en contacto con la gestión del festival; cuando un producto editorial de calidad se posicione como referente de periodismo musical y cubra los vacíos que la prensa cultural tradicional no logra llenar, y cuando esa visibilización y reconocimiento logrados se traduzcan en interés por parte de empresas e instituciones para auspiciar la producción del festival, y en lugar de mantenerlo cada año bajo la presión de la incertidumbre financiera se lo consolide contemplándolo como el importante escenario de expresión y gestión que es.
Muy bien por el temple del equipo organizador que una vez más se repuso de los ensañamientos no controlables que han afectado al festival en las últimas ediciones. Excelente por el publico que, a pesar de la inclemencia de la temporada, aguantó y no dejó de ser parte del festejo. Mejor por las bandas, todas, que subieron al tablado a hacer su trabajo y a entregarse en su espectáculo buscando la comunión honesta con la audiencia. Perfecta la infraestructura de escenario y la calidad de la amplificación, e impecable, por la eficiencia y la prolijidad, el trabajo del equipo de tarima. Con los años y la experiencia el festival ha logrado que los frentes de logística y equipamiento signifiquen registros de indiscutible calidad. Mal por la que, medio en broma medio en serio, se concibe como la maldición del QuitoFest: esta del clima despiadado que, sin importar a qué fechas del año se lo mueva, pareciera ir siempre detrás de él.   
Para reseñas sobre la presentación de tu banda favorita revisa la prensa local. Algo habrá.

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4 comentarios

  1. No no hubo ninguna, al menos no mi favorita (reseñas)

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  2. Geniallll!!! el cuarteto de nos..!! :)

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  3. de acuerdo con lo que planteas. es un festival enorme ya no solo a escala del pais sino de sudamerica que carece por completo de cobertura de los medios no públicos. no soy fan del gobierno, tampoco un acerrimo odiador (porque en este país no hay oposición amas u odias al gobierno), me mantengo en una posicion critica y reconozco que el aporte a este tipo de eventos es muy valioso, igual que a la feria del libro que se desarrolla esta semana. lo que es lamentables es que al parecer solo el estado esta interesado en apoyar estos eventos masivos. las empresas privadas ven el apoyo a la gestion cultural como un desperdicio de recursos.

    los organizadores deberan pensar entonces como gestionar el financiamiento para que el quito fest siga de forma sostenida.

    y si, una limpia no vendria mal. los dias de la fecha original fueron de verano y paso lo que paso.

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  4. Hola Diego,
    comparto lo que dices. Si bien las instituciones públicas son las que principalmente ayudan a financiar estos eventos, los procesos para que finalmente esto se dé son los tortuosos y complicados. Por eso sugiero que el QuitoFest trate de solidificar su imagen a lo largo del año con proyectos alternos de calidad, para que al momento de solicitar auspicios tanto las instituciones públicas como las empresas privadas no les pongan las trabas que año a año le mantienen en incertidumbre.

    Yo también me iría por cambiar las fechas al verano, y hasta pensaría en una versión de invierno, más pequeña, que se pueda realizar bajo techo, en una carpa o en algunas salas.

    Un saludo y gracias por tu visita.

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