La autenticidad como quimera
martes, noviembre 30, 2010Señor Puertas,
en su artículo Delfín, hasta el fin, el odio que siente hacia el actual gobierno le ha llevado a realizar acusaciones peligrosas, carentes de argumentación y desvirtuadas del marco en el que bien valdría analizar los fenómenos que menciona: el cultural.
Por supuesto que a lo citado por usted se lo debe vincular con el contexto político en el que se desarrolla, pero su perspectiva al respecto resulta tan reduccionista y tendenciosa que me parece preferible pasarla por alto y concentrarme en comentar dos de sus ideas que pretenden hacer crítica cultural.
Lo que Juan Fernando Velasco hizo fue versionar temas del repertorio nacional del pasillo y compilarlos en un producto que por su calidad se defiende solo. Según SAYCE, el intérprete responde ante ella por las composiciones del disco que la sociedad mantiene registradas, y por las demás él mismo ha acordado un reconocimiento con los compositores originales, de modo que la acusación de haberlos pirateado, entendiendo esto, en su acepción más elemental, como la apropiación ilegal con fines lucrativos de una obra de propiedad intelectual ajena, no tiene ningún sustento. Si la tuviera se la podría aplicar también al trabajo que con el tango han desarrollado los artistas de Bajofondo Tango Club o de la Orquesta Típica Fernández Fierro; así como al que con la cumbia realizan el colectivo Zizek, Systema Solar o Monareta, o con la música criolla, andina y afro del Perú las bandas Novalima, Quadrasonic Ideas o Miki Gonzáles, por citar unos cuantos ejemplos, y si conoce de lo que le estoy hablando imagino que no se atrevería a catalogarlos de igual forma. En estos casos se inscriben, además, iniciativas como la del sampling, que defiende e incentiva, dentro de un marco de legalidad, el uso de extractos de canciones en nuevas composiciones: fenómenos todos estos que responden a una contemporaneidad de incontenibles hibridaciones culturales y eternos cruces (particularmente en un continente como el nuestro), donde los esencialismos y lo auténtico, que usted entre líneas defiende como lo verdaderamente valioso, resultan tan deleznables como anacrónicos.
Precisamente sobre lo auténtico que usted celebra de Delfín Quishpe, y sobre lo auténtico en general como valor destacable, vale preguntarnos (preguntarle) en qué radica. ¿Qué es lo auténtico? ¿Qué es ser auténtico en materia cultural? ¿Es no parecerse a nada más que a sí mismo y pretender crear dentro de un cerco de impermeabilidad? ¿Es lo auténtico sinónimo de inmovilidad, de aislamiento, de apego irrestricto a la tradición que se quiere -desde una posición hegemónica que la ve a la distancia- inalterable, suspendida en el tiempo y arrinconada en su geografía? No lo creo, pero si es de ahí de donde parte su apreciación, le pregunto en qué radica la autenticidad de Delfín. ¿En su música, una mezcla de chicha con bases electrónicas que en Perú es fenómeno de millones (de personas y de dólares) desde hace décadas? ¿En su vestuario, por el cual Ángel Guaraca le acusa de plagiador? ¿En las letras de sus canciones, parciales formas de ver los fenómenos del mundo desde una determinada subjetividad, como la que podríamos tener usted o yo, como la que usted tiene sobre el gobierno de Correa?
No desmerezco la producción de Delfín, al contrario, la valoro en su particularidad porque entiendo las diversas características que conforman el corpus legítimo de su fenómeno mediático y comercial, pero reniego de reconocerle como su único valor lo que usted asume como autenticidad: esa categoría tan inasible y problemática. El caso del “humilde Delfín” -como usted lo llama con un tono condescendiente y paternalista- alcanza para mucho más.
Creo no equivocarme al considerar que cuando usted enfatiza en que Delfín compone sus propios temas quiere establecer una sardónica distancia entre él y la supuesta piratería de Velasco. Sepa que En tus tierras bailaré (Israel, Israel), fue producida por el músico y productor Gabriel Kerpel, quien bajo el alias de King Coya es parte de la tropa argentina que se ha abocado a introducir a la cumbia en las dimensiones del dance, la psicodelia, el hip hop y lo más maleable que se pueda denominar experimental. He ahí otro ejemplo de hibridación y mixtura, de mestizaje sin bordes. Eso no le quita méritos a Delfín porque el de la música también es un terreno de colaboraciones, de alianzas, de experimentaciones, y a Velasco ni siquiera le hace mella, porque él también compone. ¿Es todo esto auténtico o lo contrario? Qué falta hace vislumbrarlo en esos términos. Valdría más, por elucubrar una posibilidad, indagar en la génesis de la producción mencionada y en los probables discursos inmersos. Piénselo: un productor argentino blanco-mestizo juntando a tres íconos andinos de raíces indígenas. ¿Es casual o qué arrastra, qué pretende? Muchas son la preguntas que un fino análisis cultural podría ayudar a esclarecer.
Por cierto, el video de En tus tierras bailaré lo realizó Picky Talarico, director de clips de Gustavo Cerati, Juanes, Julieta Venegas y más personajes pop del continente. El perímetro de lo auténtico en torno a Delfín se desvanece. No le hace falta.
Delfín es un perfomer, un entertainer musical que le sacó la vuelta a su proyecto evocando sucesos de trascendencia mundial o local (porque Delfín también se refiere a su entorno más próximo, cómo no) en un entreverado musical y estético anclado en alegorías de la cultura popular. Si se quiere, llamemos a esto concepto, pero no lo juzguemos según parámetros de autenticidad porque no sirven para nada. Juan Fernando Velasco también desarrolló un concepto en su disco de pasillos. Con esto no digo que se trate de lo mismo. Sus contextos de producción y consumo son diferentes y ambos se alimentan y generan significados con características distintas.
Por su lado, Delfín encontró en las redes sociales y en plataformas como el Youtube la catapulta para su masificación. Bien por eso. ¿Qué permiten estos sistemas sino la salida del anonimato (para quien quiera darles ese uso)?, pero por ello declararle mejor artista del año sugiriendo una aproximación a la lógica electorera con la que el gobierno defiende su popularidad, no plantea sino otra comparación antojadiza y forzada hasta el sinsentido.
Delfín explotó desde el Youtube sin que en ello intercediera una valoración de autenticidad. Alrededor de su figura y de su música se arropó una idea de exotización, como la que guía en muchos casos los espectáculos de circo, y que tristemente se desbocó en ataques raciales, signos inequívocos de sociedades con complejos. Mal por eso, pero ilusos seríamos al no reconocer que eso también hace parte de su fenómeno. Las derivaciones posibles en épocas de interconexiones virtuales son incontrolables. Fíjese ahora mismo lo que ha provocado su artículo. Alguna complacencia sentirá, pero afortunadamente se han abierto varios canales para la réplica.
1 comentarios
Bien dicho!
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