Un ídolo suelto por ahí

martes, diciembre 01, 2009


(Imagen tomada de rock.com.ar)


Cuando sentía que ese sillón del teatro ND Ateneo, de Buenos Aires, me tragaba entre sus cojines de terciopelo, o, más bien, cuando esas melodías y la intensidad de esa voz hacían que me compactara en un refugio inexistente para defenderme de la espesura de esa música, saqué mi libreta para anotar que ese sonido, esa atmósfera y ese sentimiento eran parecidos a los que Radiohead me había hecho sentir alguna vez, quizás durante la etapa de los primeros descubrimientos.
Más tarde, la misma noche del 20 de noviembre, ya en la fiesta del club Niceto, comentando con porteños que se me cruzaron en el camino sobre lo que había hecho más temprano y las sensaciones que eso me había provocado, alguno de ellos dijo sí, Lisandro Aristimuño es considerado el Tom Yorke argentino, y a pesar de que esas comparaciones que paralelizan dos exponentes, generalmente relacionando uno de condición hegemónica con otro de perfil naciente dentro del marco de las industrias culturales globales, me resultan algo antipáticas porque de alguna forma desconocen los recursos propios de cada uno y su auténtico lugar en el mundo, en este caso, del arte musical, concluí que no disparé lejos con mi primaria apreciación, y que tampoco exageré ni me volé la mente considerando lo que no era.


Había escuchado de él por comentarios de amigos que me recomendaron ponerle atención, y afortunadamente esa noche Aristimuño alargaba su ciclo de conciertos en Buenos Aires tras haber agotado al paso las primeras presentaciones de su más reciente disco Las crónicas del viento.
Flaco y con el look intencionalmente desgarbado. El peinado igualmente a la medida desacomodado. Lentes de marco grueso, camisa ceñida y unos pantalones bombachos que se le ajustaban en las canillas sobre unas botas negras. Todo en su lugar.
Guitarras a sus costados. Electroacústicas para él. Maquinitas de ritmos y secuencias y tres micrófonos también para él, que va al medio, como el director que es. Y la banda, impecable como la acústica del recinto. Dos chelos a su derecha haciendo los tonos bajos, y tras ellos un teclista genio. Por atrás, al medio, una percusionista de vestido hippie largo que sentada tocaba hasta teteras de aluminio, y que cuando el repertorio llamó se levantó para zapatear algo así como un tap milonguero. El baterista a su costado y, frente a él, a la izquierda de Aristimuño, un saxofonista nítido y el de las guitarras eléctricas, perfectas, lúcidas, puñaleras.


Habiendo llegado media hora después de empezado el concierto, me llevé hora y media más de un show impecable y difícil de traducir con palabras, más todavía de encasillarlo en algún género. La verdad, la música nunca fue tan solo para los oídos. Diría que aquella noche esa música fue, al menos, creada para ser receptada con el equivalente para el cuerpo entero de lo que para la vista son esas gafitas de tercera dimensión.
Aquello del aire Radiohead queda como referencia, pero lo suyo tiene más de acá cuando suenan el bombo de los aires fríos de la Patagonia o las chacareras de sus raíces, y lo mismo de allá cuando se activan las guitarras, se encienden las máquinas de ritmos y eso que empezó con onda quieta para susurrar poesía se enciende lo suficiente para bailar un dance o rockear con la cabeza los riffs que desbaratan la compostura. Para luego, eso sí, volver a endulzar el cuerpo con melodías siderales, mínimas, tersas, dramáticamente gozosas, tanto -pero no más- como su voz que, en tonos sublimemente agudos, lo atraviesa todo.
Mi hermano tiene razón, el lado más tierno de su repertorio suena a nuestro amigo Víctor Andrade en su etapa más cósmica, cuando vivía casi escondido en una casa de Cumbayá y componía a un ritmo desenfrenado de tres temas diarios. Cuando le cantaba a las energías del universo y a la buena onda mientras también pintaba seres desfigurados.
Por ahí va el asunto de este rionegrino de mi edad (31) que lleva cuatro discos encima y poca distancia de la consagración masiva, porque la prensa crítica y el segmento clase media que llenó esa noche el ND Ateneo, ya lo alaba de pie. Como hice yo, a pesar de haberme dejado hundido en ese sillón de terciopelo lila.

Su discografía:
Azules turquesas (2004)
Ese asunto de la ventana (2005)
39º (2007)
Las crónicas del viento (2009)

(Video clip del tema La última prosa, del disco Ese asunto de la ventana)


(
Video clip del tema Tu nombre y el mío, del disco Azules turquesas)

You Might Also Like

2 comentarios

  1. yo lo conoci acá: http://macanudoliniers.blogspot.com/2009/11/lisandro.html

    ResponderEliminar
  2. Ya le'i pequeño, y me gust'o mucho !

    ResponderEliminar

Submenu Section

Slider Section