Bésame mucho*

miércoles, marzo 11, 2009



(Imagen tomada de www.chass.utoronto.ca/.../Brancusi-le-baiser.jpg)

En un artículo publicado hace algunas semanas en el diario El País, de España, el escritor madrileño Javier Marías criticó lo que él, en síntesis, considera la vacuidad del arte contemporáneo. Aceptando que para mucha gente sí deben existir contenidos sustentados y significados al menos emocionantes si no trascendentes en varias de las obras que él critica, se enfocó también en lo que representa la utilización de los espacios públicos para la instalación de algunas de éstas, argumentación que, más que la eternamente relativa valoración estética del arte, es lo que quiero rescatar en este artículo.
Mientras que ciertos municipios del mundo facilitan espacios de uso comunitario para el desarrollo de proyectos que Marías considera espantosos, como los Cow Parade o los de las fotos de desnudos de Spencer Tunick -consideración en la que coincido con él-, y cuya permisividad a la vez le parece incomprensible, para otros municipios, como el de Guayaquil (se sabe que en el restrictivo camino de la regeneración urbana anda también, por ejemplo, Barcelona), ciertos espacios deben permanecer prohibidos a determinados usos como efecto de una política que pretende acicalar a la ciudad de elegante ornato y sanas costumbres. Ya sabemos, al impoluto Malecón 2000 se restringe la entrada de personas en zapatillas, con el torso desnudo, y se oprime con silbatazos de guardia privado cualquier expresión de afecto que atente contra la “moral pública y el correcto proceder”. Ante ello, el colectivo guayaquileño Patacaliente convocó a una reunión en la Rotonda de Bolívar y San Martín (abrazados ellos, tan cordiales), para que parejas o emparejados espontáneos, a la señal de otro pitazo (el recurso de la referencia opuesta) empezaran a besarse en pleno Malecón. La iniciativa logró convocar a unas 30 parejas y a varios medios de información que en sus reseñas no destacaron mucho más que la presencia de parejas homosexuales y la casi apoplejía sufrida por los guardias al tener que cohibir el soplido de sus pitos. Como suele pasar, los sentidos, las motivaciones, los resultados trascendentes o los efectos meramente anecdóticos de la acción terminaron ignorados por la prensa.
Resulta lamentable que los esfuerzos, a estas alturas de la involución respecto a la convivencia ciudadana y a lo que algunos teóricos llaman la experiencia del espacio practicado (lo que se afirma como “utilización del espacio público”), estén dirigidos a reivindicar prácticas que desde cualquier perspectiva mínimamente emancipada de moralidades taciturnas podrían considerarse elementales de los seres humanos: afectivos, emocionales, instintivos como podemos ser. Aún así, la convocatoria al besuqueo público representa, con su carga elocuente, lúdica y evidentemente política, la manera de lanzarse al ruedo para litigar en la misma esfera lo que con designios oficialistas ha sido arrebatado de la pertenencia colectiva. En otras palabras, ante coartaciones irracionales de este tipo, frente a las que los debates formalizados resultan estériles, vale más bien salir a las calles a disputar los espacios y a ejercer presión para contrarrestar las ingerencias de una biopolítica municipal retrógrada. Y así se hizo.


* Publicado en El Telégrafo el 9 de marzo de 2009

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4 comentarios

  1. y esa actitud retrógrada pasa de los espacios físicos a los imaginarios urbanos, y llega hasta al arte. Con un aditamento más álgido: la autocensura, el frenarse "conscientemente" para seguir perteneciendo. entonces todo queda "en familia", pero aplaudo la actitud de la genteque quiere romper esas cadenas.
    hace poco leí que en algunas radios se cobra a los artistas para promocionar sus temas (¿?), eso también es una muralla, no física, sino mental, que hay que derribar. saludos

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  2. Es increíble ver cómo las expresiones que defienden derechos elementales de convivencia y libertad, en ocasiones tienen que hacerlo en contra de los mismos ciudadanos, que creen que vivir bajo la autoridad de un alcalde-cacique es lo más seguro. Este es un proceso lento, porque la misma opinión pública aplaude este tipo de prohibiciones y se pone del lado del retroceso y las reglas inquisidoras, y la prensa difícilmente abre camino, para no incomodar a su público.
    Desde que el alcalde Abdalá salía a la calle con aguja e hilo, para coser los partidos de las faldas, a Guayaquil le hacía falta gente que se niegara a vivir bajo ese tipo de regulaciones moralistas. Ya era hora, me alegro mucho de verdad. Y me les uno cuando pueda.

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  3. de acuerdo con lo planteado al respecto de guayaquil, lo más interesate es como ciertas reglas absurdas puestas para el uso de el espacio público se transforman en pretextos para generar de arte subersivo, o eventos que cuestionan el manejo de este por parte de las autoridades. como la experiencia de guayaquil, las parejas besandose en el malecón me parece un acto terrorista de la ternura que provoca a la gente y cuestiona el absurdo moralismo de ciertos conservadores.

    hubiese sido bueno que en el post se compare lo que pasa con el cow parade y lo que pasó en quito con los toros pintados que aparecieron para las fiestas de la ciudad regados por la mariscal ¿se puede considerar arte a una exposición de este tipo, en el contexto se desarrolló?

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  4. Hola Anónimo, gracias por tu comentario.
    Te cuento que, casualmente, yo soy parte del colectivo que realizó la intervención a algunos de los toros del Cow Parade, y a propósito de lo cual escribí también un artículo para El Telégrafo (supongo que como ese tema ya lo había tratado por separado, no lo quise juntar a este post). Aquí te paso el link por si te interesa leerlo.

    http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnista/archive/opinion/columnistas/2008/11/17/Al-toro-por-los-cuernos.aspx

    Saludos y gracias de nuevo por la visita.

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