Natural tripping

domingo, febrero 15, 2009








Mi naturaleza mundana, urbana, terrenal, ha hecho esfuerzos para mantenerme más en el ámbito de lo concreto antes que de lo etéreo; de lo fáctico y positivo más que en un plano ficcional, de elucubraciones y hasta de espiritualidad. Lamentablemente, esa condición también había incluido una débil relación con los placeres, los estímulos y aquello que no podría ser considerado sino como espectáculos propios de la naturaleza. Y hablo de esto en pasado porque desde hace algún tiempo me he empeñado en entablar vínculos afectivos con las diversas manifestaciones de esplendor que ocurren a mi alrededor -por obra y magia de los ciclos de vida del universo-, a las que antes poco caso les había hecho. Decir que me pasaban totalmente desapercibidas sería una imprecisión y demarcaría en mí una disposición totalmente insensible que en realidad no me define, pero sí debo decir que durante mucho tiempo mi cabeza se había mantenido tan inmersa en lo que se puede considerar como “fenómenos y problemáticas de la sociedad y la cultura”, que poco espacio habían dejado a aquella estructura que también nos define como individuos, la natural, que, según la nueva Constitución política del Ecuador, hoy ha llegado incluso a ser considerada “sujeto de derechos”, en un designio a la vez que controversial, revolucionario.
Esto como prefacio a una especie de activación interna por el disfrute de los placeres y las emociones que provoca la naturaleza a cualquier persona normal (lo de normal es una convención lingüística sin la menor carga discriminatoria). En mis intereses creativos y hasta en los profesionales he visto expresado este sentimiento reestimulado. Hasta hace poco, poco mismo, por no decir nada, me interesaba, por ejemplo, hacer fotos de plantas y florecitas. Inclusive los atardeceres en la playa dejaron de atraerme por encontrarlos redundantes y cliché (procuro mantenerme alejado de los lugares comunes sea cual sea la manera en la que se expresen). He preferido escribir o hacer fotografías sobre la gente y sus vicisitudes de vida antes que sobre, por acaso, los bosques húmedos del noroccidente (que bien encierran vidas, muertes y vicisitudes) y jamás se me ha ocurrido hacerle una foto al perro de mis papás.
En fin, de a poco se me ha ido pasando la tara y he empezado de nuevo a encontrar disfrute en la grandilocuencia manifiesta del cosmos (hay que decirlo así, o, al menos por ahora no encuentro otra forma de hacerlo). Hacia el fin de año pasado quedé pasmado minutos eternos ante un atardecer lila en Playa Paraíso, en Manabí. En ese momento concluí que definitivamente no existe nada más majestuoso que ciertas ceremonias de belleza que se ofrecen ante uno en el lugar y en el momento adecuados. Nomás, hay que tener la disposición para aceptarlo y la suficiente desconexión de aquellos impulsos que nos emocionan en la cotidianidad. Como cuando una bien plantada ministra le para en seco a Jorge Ortiz. O como cuando uno recibe en el celular una llamada de número desconocido y todo resulta siendo una nueva propuesta de trabajo. O como cuando al Barcelona le gana el Espoli, sin que el Espoli me importe en lo absoluto. Así.
Una de esas llamadas de número desconocido terminó siendo una propuesta para hacer la documentación fotográfica de todo el montaje y desarrollo de la recientemente terminada Expo Orquídeas 2009, que se mostró en el Palacio de Cristal del Parque Itchimbía. Lo hice con el entusiasmo de tener que dedicarme durante siete días a tomar fotografías de un proceso a ratos monótono pero inusual para los trabajos que he venido haciendo, y, sobre todo, en un contexto en el que las protagonistas iban a ser las que para muchas personas son las obras más extraordinarias y extravagantes de la naturaleza: las orquídeas y sus infinitos rostros.
Con 219 géneros de orquídeas y 4125 especies clasificadas, Ecuador es el país con mayor variedad de orquídeas en el planeta entero. En su territorio se hallan 1301 especies endémicas, es decir, especies que sólo prosperan en el país, por lo tanto, había sentido en que la capital ecuatoriana fuera sede de esta Expo Universal. Más allá de que el montaje de la feria no fue grandioso y, más bien, mostró poca preocupación por el despliegue del diseño industrial propicio a potenciarse en eventos de este tipo, la muestra reunió cientos de especies de flores que en las lides de la botánica y la flora a nivel global resultan ser las joyas de la corona, obras maestras derivadas de algún mágico big bang.
Y no solo fueron las flores las que me sorprendieron con sus estampas de divas, fue, tal vez más aún, toda una estructura social, comercial y científica que se desarrolla a su alrededor, en la que confluyen aficionados empedernidos, escritores, periodistas, pintores, fotógrafos, diseñadores y estudiosos, cuyo principal impulso de trabajo y pasión, son, como para otros son el amor, la venganza o el fútbol, las orquídeas del mundo.
Me pareció curiosísimo conocer a algunos periodistas que se dedican a escribir textos específicamente relacionados con las orquídeas en publicaciones bimestrales y trimestrales que se sostienen con las suscripciones de miles de lectores y con las pautas publicitarias de empresas que apuestan en sus páginas porque en Suecia o Alemania, por ejemplo, existen nichos de aficionados lo suficientemente amplios como para sostenerlas.
También están los diseñadores especializados en montar afiches y crear imágenes a partir de los patrones estéticos que rescatan de las formas de las orquídeas. Algo que me hizo recordar el trabajo de la diseñadora Belén Mena, quien en su libro Pachanga se vale de los patrones estéticos reconocibles en los cuerpos de las polillas para armar con ellos trazos de diseño e imagen que bien pueden ser aplicados, por ejemplo en textiles.
Están también, por supuesto, los fotógrafos. Estuvimos algunos ahí, rozándonos los codos durante algunos días para captar los mejores primeros planos que nos permitían nuestros lentes NO macro y la cantidad de luz que les pegaba a las orquídeas acurrucadas en medio del palacio de cristal. A muchos les pasó lo mismo que a mí, se nos despertó el gusto por fotografiar flores, por dedicarnos durante unos días a mirar y a plasmar en imágenes lo que no solemos por iniciativa ni afición. Al final, muchos coincidimos en que bastante encanto tiene esto de hacer acercamientos extremos o panorámicas abarcadoras de lo que, estando alrededor, parece que no estuviera. A veces hay que frotarse los ojos, dijo alguien.








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3 comentarios

  1. Qué orquídeas más preciosas... Por más que las miras, nunca te cansas de admirarlas...
    Saludos

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  2. hermoso, el tiempo ha hecho que solo veamos unas cosas y despreciemos otras, bellas como éstas.
    la ceguera no solo es ideológica, sino que forma parte de la cotidianidad.
    hermosas fotos.

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  3. Juan, como siempre, muchas gracias por tus comentarios. Suerte con el trabajo, que por acción del Facebook sé que siempre estás abocado a la escritura.

    Saludos.

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