Y cuando al fin contestó, estaba muerto

martes, marzo 10, 2015



A las 14h27 del 28 de febrero, la Agencia France Presse (AFP) emitió una noticia con el carácter de urgente: “Martin Bouygues ha muerto”.

Era una tarde de sábado luminosa. Nada en el ámbito local provocaba sobresaltos, ni siquiera las veleidades del clima, que en Francia entretienen tanto como alarman: ningún riesgo de avalanchas para los esquiadores, ningún atrancón en las carreteras para quienes regresaban de las vacaciones escolares.

El sol de invierno inundaba las salas de redacción.

De pronto, la barra superior de los programas de despachos informativos empezó a parpadear. Prensa, radio y televisión propagaron la noticia con la velocidad del scoop. Las redes sociales se agitaron. Las primeras condolencias comenzaron a circular comprimidas en el suspiro de un tweet. Wikipedia modificó enseguida la biografía del magnate francés: Martin Bouygues, 65 años, cabeza de un emporio con negocios en las telecomunicaciones, los medios de información y la construcción, murió el 28 de febrero de 2015.

Lo había confirmado Michel Julien, el alcalde de Saint-Denis-sur-Sarthon, una comuna en el noroeste de Francia.

***
 
El señor Bouygues había empezado a morir gracias a un rumor que circuló la mañana de ese sábado en La Roche-Mabile, comuna vecina de Saint-Denis-sur-Sarthon, donde, según los enterados, el empresario tenía una casa de campo.

Informado por un pariente suyo, un periodista de la AFP, asentado en París, comentó el rumor con sus superiores y éstos alertaron a varios servicios de la agencia para que lo confirmaran. Alertaron también a la oficina de la AFP en la ciudad de Rennes, la más cercana al lugar de los hechos. Allí, el periodista que hacía el turno de fin de semana sintió un corrientazo de adrenalina. Llamó a los bomberos de La Roche-Mabile y le dijeron que sí, que hubo un muerto esa mañana, pero ni ellos ni el médico de los servicios de urgencias del lugar, a quien también llamó, le revelaron el nombre del occiso. El periodista buscó entonces al alcalde de la comuna, y como no lo encontró llamó al alcalde vecino, que como vecino y como alcalde de pueblo chico, debía estar enterado.

-Señor Michel Julien, ¿puede confirmarme la muerte de Martin Bouygues?

-Sí, se lo puedo confirmar.

***

Deje su mensaje después del tono.
Deje su mensaje después del tono.
Deje su mensaje después del tono.

Al no poder comunicarse con su hermano, Olivier Bouygues, número dos del emporio familiar creado en 1952 por el patriarca Francis, pidió que fueran a buscar a Martin en su habitación.

Toc-toc. “Monsieur Bouygues, monsieur Bouygues, ¿está usted bien?”

El empresario de las telecomunicaciones, dueño de Bouygues Telecom, la tercera empresa francesa de Internet y telefonía celular, se había desconectado. Ante la insistencia del empleado del Sofitel en el que se hospedaba, no en las comunas del rumor sino en la región de Bretaña, a donde había ido a brindarse una terapia de bienestar marino luego de una semana extenuante dedicada a revisar los beneficios comerciales del año anterior, Martin Bouygues respondió al teléfono y entonces supo que estaba muerto.

No le fue fácil creerlo, por eso se sentó en el filo de la cama y encendió el televisor. Cualquier canal que hubiera sintonizado le habría servido igual porque en todos hablaban de él en ese momento, pero el destino quiso que la señal fuera la de LCI, uno de los dos de su propiedad. Confirmar que lo estaban dando por muerto pasó a ser secundario, porque a pesar de la perplejidad y la rabia, en los breves minutos que siguieron Martin Bouygues se concentró en entender que ser célebre y millonario tenía ventajas más allá del material mundo de los vivos.

De Nicolás Sarkozy al actual primer ministro Manuel Valls, todo el espectro político y las galaxias mediática y empresarial, lamentaban su muerte. Incluso su archi enemigo en el negocio de las telecomunicaciones, Xavier Neil, fundador de la empresa Free, mientras almorzaba gustoso en una estación de ski tuvo un gesto considerado. Tomándole del brazo al amigo que comía junto a él, le dijo: “no te burles de mí pero, francamente, me da mucha pena.”

Cuál sería su suerte de ser solo una brizna en el mar de la humanidad, un tipo cualquiera, una cifra más en el registro mortuorio de aquel fin de semana sin percances. Eso o algo similar debió haberse preguntado Martin Bouygues mientras tenía el privilegio de ser testigo de su propia muerte. Quizás no lo hizo. Quizás al empresario la estupefacción y la angustia le inhibieron el instinto de la oportunidad. Lo cierto es que más tarde, con las ideas reposadas y la emoción a flor de piel, dijo haberse conmovido al darse cuenta de que lo apreciaban tanto.


***

Efectivamente, el alcalde de Saint-Denis-sur-Sarthon le confirmó al periodista de la AFP que monsieur Martin había muerto la mañana de ese sábado, porque era cierto que a un señor Martin le había llegado la hora. El alcalde jura que no le preguntaron por Martin Bouygues o que él no recuerda que se lo hayan preguntado, o que si se lo preguntaron, él, víctima de la emoción y la premura, no alcanzó a registrar el apellido Bouygues y solo registró el nombre Martin, que resulta ser también el apellido del verdadero difunto: el señor Martin, fallecido el 28 de febrero de 2015 en La Roche-Mabile, a 300 kilómetros de donde el empresario empezaba su terapia de agua salina.

A las 14h57 de ese día, exactamente media hora después de que se encendiera la mecha, los directivos de la AFP querían que se los tragara la tierra. Todos los medios, unos más avergonzados que otros, y entre los más LCI y TF1, el otro canal propiedad de Bouygues, desmintieron la información.

Recuperado de haber visto pasar como un meteorito las primeras incidencias de su muerte, el empresario tomó el teléfono para tranquilizar a sus parientes: su esposa y su hija en el extranjero; su madre, 90 años, perdida en llanto.

Martin Bouygues tendría luego que seguir pegado al teléfono, pero ahora para responder a sus amistades por las condolencias retroactivas que le expresaban. El millonario tuvo el honor de, estando vivo, poder agradecer por los pésames.

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