Otro fighter que se redime

miércoles, abril 20, 2011


Más que una película sobre boxeo, Fighter es una caricatura de la sociedad norteamericana de suburbio pobre; una caricatura que exacerba sus miserias explotando hasta el ridículo lo disfuncional de su cotidianidad. Las estampas más burdas de la white trash americana, de lo prosaicas y realistas que quieren ser, al mostrarse imbuidas de clichés y cursilería terminan siendo sensacionalistas.

Corre la década de los 90, Dicky y Micky (Christian Bale y Mark Wahlberg) son dos hermanos boxeadores provenientes de Lowell, Massachussetts, un antiguo bastión de la industria textil hoy devenido vitrina de la América pauperizada. Dicky, el mayor de los dos, fanfarronea a su paso el haberle ganado alguna vez a Sugar Ray Leonard con un K.O. al que luego se le cuestiona su validez. Eso y su picante carisma lo han vuelto héroe del gueto. Tras de sí tiene a una cámara de HBO que va grabando lo que él alucina como la película que mostrará su regreso al cuadrilátero, pero que luego se estrena con alcance nacional como lo que siempre buscó ser: un documental sobre el consumo de crack en Estados Unidos. Dicky es un crackhead que lo ha perdido todo menos la convicción por entrenar a su hermano y el amor por su familia de locos. Ésta, ampliada a unas 15 personas entre padres, padrastros, un ramillete de hermanas y alguna cría que se pasea por ahí absorbiendo el barullo de su entorno, es el ojo del huracán y la tormenta misma que maneja el devenir de los boxeadores. La madre es una cacique encopetada que busca gerenciar todo ese caos, pero que lo enturbia aún más con el desatino de su ambición, y entre todos forman un zoológico de raros cuyas interpretaciones le ponen el punto más alto a la película (Bale se llevó el Oscar 2011 a mejor actor de reparto).

Cuando Dicky entra a la cárcel porque otro no podía ser su destino, Micky logra concentrarse en su box, que para entonces ya se ha vuelto su carrera y su vida. Entre el enfoque en esa sociedad destartalada, el Dicky malogrado por el vicio –y la película que sobre él se hace- y el despegue pugilístico de Micky incentivado por una bartender rebelde que se vuelve su novia y su soporte, el filme se abre a tres frentes que obligan a que las acciones se sucedan con la vertiginosidad de un videoclip, y que hacen pensar que el título de la película debería ir en plural. Se evade la estela de tensión previa a la gran pelea planteada como odisea en la saga de Rocky, pero se recrea la tirantez que sobre el ring y en las calles de Raging Bull mantenían los hermanos la Motta (De Niro y Pesci).

Aunque se privilegia una cuestión de afectos y lealtades frente a una procesión efectista de sucesos dramáticos vinculados al entrenamiento previo, esta también termina siendo otra historia de box con final de campeonato, en la que los fighter que en ella aparecen luchan y ganan en la calle y en el ring. Otra historia de redención que como plus tiene el referirse a hechos y personajes de la vida real.

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