Joven ministro

jueves, diciembre 10, 2015

Fui a escuchar al filósofo Edgar Morin y terminé escuchando a Daniel Ortega, el ministro del ambiente de Ecuador.
La Cop21 está siendo un Leviatán que de tanto querer abarcar se devora a sí misma. No solo los negociadores se han destajado para tratar de llegar a acuerdos que por ahora no se sabe si colmarán las expectativas, sino que algunos de los encuentros organizados para que el público común se impregnara de los desafíos ambientales, han resultado ofertas fallidas.
El miércoles 9 de diciembre se presentó una conferencia que llevaba el auspicioso título de Conciencia Planetaria. El programa de once interventores incluía nombres de más y menos atractivo, nombres que por un lado despertaban admiración y por otro sorpresa. Entre ellos, además de Morin, estaban la ministra francesa de la ecología Ségolène Royal; Nicolas Hulot, uno de los más respetados ambientalistas de Francia; Marina Silva, ex ministra del ambiente de Brasil; el economista estadounidense Jeffrey Sachs, director del Proyecto del Milenio de la ONU, y María Fernanda Espinosa, representante de Ecuador ante la Oficina Europea de las Naciones Unidas.
Con excepción de Marina Silva, ninguno se presentó y nadie explicó por qué no estuvieron.
Al arrancar el encuentro nos enteramos con extrañeza de que se hablaría del papel de los jóvenes frente a los problemas ecológicos, y en gran medida del llamado Pacto Mundial de los Jóvenes por el Clima, un proyecto a través del cual estudiantes de diversos países redactaron 17 propuestas para entregárselas a los negociadores durante la Cumbre.
Pese a que el título de la conferencia parecía extraviado en el verdadero contenido que ésta tendría, el encuentro arrancó bien. Dos jóvenes presentaron una campaña de crowdfounding para realizar un documental sobre la necesidad de permitir a los horticultores franceses utilizar y reproducir por su cuenta las semillas mejor adaptadas a sus tierras, y no obligarlos a usar unas genéricas sujetas a patentes. El documental serviría para que el caso fuera tomado en cuenta en la Asamblea Nacional a través de un sistema de presentación de iniciativas ciudadanas. Era un ejemplo concreto de cómo los jóvenes podían involucrarse en un proceso de democracia participativa relacionado con un tema de interés ambiental.
Luego de que intervinieran dos personas vinculadas al Pacto Mundial de los Jóvenes y entre lo más destacable anunciaran que las preocupaciones de los estudiantes harían parte de un programa de educación ambiental en las secundarias francesas, llegó el turno de los participantes del panel, una suerte de formación alterna a la originalmente anunciada.
El fotoperiodista Reza habló de los proyectos que lleva adelante para que niños de países en guerra cuenten sus historias con imágenes. Marina Silva mencionó que, en lo últimos 10 años, Brasil logró recuperar 27 mil kilómetros cuadrados de selva amazónica deforestada, y que eso fue, en un 80%, gracias al trabajo que durante su administración realizó con estudiantes secundarios. El biólogo Gilles Boeuf, consejero científico de la ministra francesa del ambiente, hizo un barrido multitemático tan erudito como desarticulado, como si no hubiera preparado nada pero pudiera improvisarlo todo. Dijo cosas que seguramente interpelaron a la mayoría: “al planeta le importa un comino si se salva o no, lo que hay que salvar es el bienestar del ser humano en el planeta”, y otras que quizá a unos les sonó a un nuevo emblema, pero que a varios nos supo a un viejo sueño traicionado: “hay que acabar con el sistema económico actual, que consiste en ganar dinero destruyendo la naturaleza.”
Y es entonces cuando entró en escena Daniel Ortega, cuya presencia se justificaba –se lo entendería en el momento- por ser joven y ministro del ambiente, y por eso –es de suponer- apto para reemplazar como ponente a María Fernanda Espinosa, que finalmente llegó a la sala, pero que prefirió quedarse entre el público.
Las experiencias presentadas hasta ese momento, los testimonios, las interpelaciones provocadoras se estancaron en el discurso mecanizado del flamante ministro, joven por sus treintaypico y quizá impetuoso en sus intensiones, pero un apparatchik como los usuales en sus maneras y hasta en su lenguaje, y sobre todo en su despropósito de querer meternos el cuento. En suma, alguien a quien, en el marco de esa cita, su juventud no le significaba ninguna ventaja.
Como en muchas de las 390 conferencias públicas organizadas en relación a la Cop21, aquella también adoleció del escaso tiempo para presentar las ponencias, entre tres y siete minutos, lapso en muchos casos insuficiente para las ideas que se pretendía transmitir; aunque exagerado en otros para lo poco que estaba en juego.
Transcribo casi integralmente la intervención del ministro Daniel Ortega. Casi porque, apenas empezada, se terminó la pila de mi grabadora, y mientras activaba la función para grabar en mi teléfono celular, perdí unas cuantas frases introductorias.
“Reciban un abrazo desde el Ecuador, el país de la mitad del mundo, el país de los desafíos, país en el que se construye el buen vivir, país en el que consagramos en nuestra constitución los derechos de la naturaleza (…) Sin duda avanzamos y estamos dejando atrás un pasado cargado de exclusiones, de injusticia y de olvidos. En este empeño, los jóvenes del Ecuador jugamos un rol determinante, los jóvenes jugamos por el presente y por el futuro de las nuevas generaciones, y de la patria. En el Ecuador las juventudes luchan por tener espacios desde los que podemos ser actores en la generación de conocimiento y de construcción de nuevas visiones del mundo, de interpretación de las múltiples crisis que enfrenta la humanidad, de construcción de respuestas audaces e innovadoras, de incidencia en las decisiones políticas, de movilización. No es ni mucho menos una situación sencilla para los jóvenes asumir este desafío. Tenemos que perseverar e idear formas creativas para alcanzar estos espacios y mantenerlos, en eso tenemos ventaja. Y cuando hablamos de tener una visión de futuro desde la mirada de la juventud, queremos decir que es necesario también advertir las amenazas que se ciernen sobre la humanidad cuando se ha impuesto la ilógica y sin razón del consumismo y del crecimiento económico infinito, que como dijo nuestro presidente en el escenario de la Cop la semana pasada, no solo que es imposible sino que es indeseable. Está demostrado que el crecimiento y la acumulación de bienes se relaciona con la felicidad de un pueblo, sin embargo la visión de nosotros los jóvenes está en la línea de entender la humanidad frente a una gran disyuntiva: continuar por el camino de la depredación y la muerte o emprender el camino de la armonía con la naturaleza y el respeto a la vida. Que requerimos forjar un nuevo sistema que establezca la armonía con la naturaleza y entre los seres humanos. Vamos a compartir con ustedes los resultados de la Cumbre de los jóvenes integrados por el cambio climático, que se desarrolló como parte del proceso que ejerce el Ecuador de la presidencia pro tempore de la CELAC. Quisiera terminar con algunos elementos que son de importancia para el advenimiento de este Pacto Mundial de Jóvenes por el Clima. Desde el Ecuador los jóvenes consideran que el mundo enfrenta una serie de injusticias climáticas, y el tiempo es ahora para una Corte Internacional de Justicia Climática, y el acuerdo de París es el espacio ideal para resarcir una deuda ecológica que debe pagarse, aunque sobre todo no debe seguir aumentando, y hay dos alternativas para poder hacerlo: una es la compensación de los servicios ambientales que se provee por parte de los países en desarrollo, como la captación del CO2 en nuestros bosques, pero también aquellos países que no quieren explotar su petróleo, para que sean compensados por no hacerlo. Y la segunda es con un impuesto global al barril del petróleo exportado, que podría generar casi 50 mil millones de dólares al año. Espero que estas propuestas puedan ser consideradas por este Pacto Mundial de Jóvenes, y cuenten desde el Ecuador para acompañarlos en la lucha.”
El ministro Ortega habló en español y fue traducido al francés por Gilles Boeuf, pero Gilles Bouef recortó, alargó y acomodó los pasajes muy a su salsa, no con segundas intensiones sino porque, como se puede leer, no se lo pusieron fácil; de modo que no es exagerado decir que el mensaje pasó, además de todo, trastabillado.
Qué más da, era tan solo otra intervención entre las miles incluidas en una cumbre que, por principio, ha jugado contra el tiempo y ha dejado residuos en el aire.
Entre las varias preguntas que provocaba la ponencia del ministro Ortega a medida que la presentaba, retuve una por si se daba la oportunidad de plantearla. Le hubiera pedido que me explicara en quién pensaba cuando habló de “la juventud ecuatoriana”, que si en ese ente homogéneo persiguiendo ideales nobles, como él lo dibujaba, incluía, por ejemplo, a los miembros del colectivo Yasunidos y a los miles de jóvenes que pusimos nuestras firmas para apoyar una consulta popular sobre la explotación de crudo en el Parque Yasuní. O que si no nos incluía porque pensamos que el modelo extractivista que incentiva el gobierno ecuatoriano no es la única vía para el desarrollo. Hubiera querido aclararle, además, que esos jóvenes que decidimos firmar ya no nos encontramos frente a la disyuntiva que él describió en su intervención, porque estaba claro que escogimos “emprender el camino de la armonía con la naturaleza y el respeto a la vida”, pero que esa voluntad no fue reconocida como sustento del debate democrático, y que por lo tanto sus líneas recitadas con orgullo sobre que en Ecuador “las juventudes luchan por tener espacios desde los que podemos ser actores en la generación de conocimiento y de construcción de nuevas visiones del mundo, de interpretación de las múltiples crisis que enfrenta la humanidad, de construcción de respuestas audaces e innovadoras, de incidencia en las decisiones políticas”, resultaban, viniendo de un joven funcionario como él, por lo menos afrentosas.
Eso hubiera querido decirle, pero la organización de la conferencia ni siquiera dejó tiempo para las preguntas.
El encuentro sobre la conciencia planetaria fue eso.

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