Ai Weiwei, la marca
martes, febrero 02, 2016
Le Bon Marché es una de las tiendas de departamentos más
lujosas de París, pertenece al grupo LVMH (Louis Viutton Moët Hennesy) del
empresario Bernard Arnault, una de las fortunas más grandes de Francia. Como es
de imaginarse, al interior todo es destellos. Las marcas de moda más fastuosas
del mundo tienen su esquina allí, y ahí también se expone ahora mismo la obra Er Xi, Air de jeu (Zona de juegos
infantiles), del artista y activista político chino Ai Weiwei, un trabajo
realizado exclusivamente para la tienda.
Ai revisita el Shan Hai Jing o Clásico de las montañas y los
mares, un conjunto de relatos mitológicos para niños que tiene más de dos mil
años de existencia. París es para él como una mitología, otro mundo. Lo dice
cada vez que recuerda que su padre, el poeta Ai Qing, vino a la capital
francesa para estudiar arte y al regresar le transmitió un imaginario
alimentado por las letras de Rimbaud, Apollinaire, los surrealistas. Ai no ha
mencionado a Émile Zola, pero cabe recordar que el escritor francés, en Au Bonheur des Dames, describió a Le Bon
Marché como “el templo dedicado a la locura del gasto en la moda”.
El artista comisionó a artesanos de la provincia de Shandog,
especializados en cometas, la elaboración de más de treinta criaturas salidas
de ese cosmos mitológico, por ejemplo el Wu celeste, conde de las aguas, un ser
cuadrúpedo con ocho caras humanas, o el Heluo, un pez que tiene una cabeza y
diez cuerpos. Son piezas bellas, delicadas, monumentales, con estructuras en
madera de bambú y recubiertas, en su mayoría, con tela de seda blanca. Una
decena de ellas se exhibe en las vitrinas que dan a la calle, como para que
quien va de paso las mire como se miran los maniquíes ataviados con la
colección de temporada. “Es parte del paisaje urbano –ha dicho Ai-. Está
diseñado para quien no tiene que prestar atención. La gente no sabe lo que pasa
ni quién es el artista”. Al artista no le importa si su obra no es admirada, le
basta con que figure como adorno en la galería. Ai ha señalado, además, que le
atrae la idea de que su trabajo sea “asociado con perfumes o carteras para
damas”; en otras palabras, como una mercancía.
En el atrio central de la tienda, colgando del techo por
encima de dos secciones de perfumería, se exhiben, como suntuosos objetos de
ornato, las piezas mayores de la obra, unos veinte seres fantásticos que
combinan bien con la sobria blancura del entorno. En una esquina están a la
venta bolsos de lienzo color crema (15 euros) que llevan impresos, con trazos
de ilustración china, el rostro de Ai Weiwei circundado por diez colas de pez.
En el documental Ai Weiwei Never sorry, al artista le
preguntan si no le molesta ser considerado una marca. Él responde que no si eso
significa ser una marca reconocida por defender la libertad de expresión y la
transparencia de la información. En el caso de esta exhibición, la conocida
lucha del disidente chino no logra ese resultado. La atractiva grafía de su
nombre, exhibida en grandes letras negras alrededor de las obras, figura en
consonancia con las que dicen Dior, Channel, Givenchy. Una mujer que caminaba
por el lugar, al observar la obra Dragón en cuatro piezas, asentada en una
suerte de pasarela, comentó: “debe ser para la fashion week”.
“La mitología representa un mundo paralelo al nuestro (de
las personas), que corresponde a nuestros sueños, nuestros miedos, nuestra
historia –dice Ai-. Para mí, las significaciones y los rasgos de carácter de
los seres mitológicos de esta exposición encuentran su correspondencia al
interior del Bon Marché, reflejando los sentimientos y las motivaciones que nos
conducen en nuestra vida cotidiana.” El catálogo de la exposición abre con una
cita de Ai que dice: “Nunca hubiera podido imaginar que una gran tienda como
esta permitiría una reflexión tan seria sobre el arte”. Queda por saber la
cantidad de público que ha emprendido un estudio crítico en medio del shopping. En Mitologías, Roland Barthes
escribe: “Es el lector de mitos el que debe revelar su función esencial. ¿Cómo,
hoy, recibe el mito? Si lo recibe de manera inocente, qué intención hay en
proponérselo?”.
Tomando en cuenta que cuando Ai Wei Wei huyó de la cerrazón
del comunismo chino y se instaló durante un tiempo en Nueva York, a inicios de
los ochenta, se dedicó a hacer fotografías de billetes de dólares, y que en
1994 comenzó su serie de vasijas de barro de la dinastía Han (dos mil años de
antigüedad) intervenidas con el logo de Coca-Cola, la exposición en Le Bon
Marché (piezas de manufactura artesanal instaladas en un templo de alta
sofisticación) podría verse como su consagración en eso de plantear oposiciones
apologéticas usando los símbolos del capitalismo. Quizá el leitmotif más
reconocible en el trabajo de Ai Weiwei es el choque de contrarios, la
licuefacción de universos disímiles, más que en una licuadora, en un acelerador
de partículas.
Para darle un color diverso a Er Xi, Air de jeu, en la tienda también se exhiben otras icónicas,
antiguas obras del artista: las imágenes de su dedo de honor apuntando a
monumentos históricos, los taburetes de tres patas, una pared forrada de
selfies, su bicicleta, con un volante que hace un guiño al porta botellas de
Duchamp. Y como para resaltar aún más la marca, en una de las vitrinas se
muestra una figura en cartón de él mismo, a tamaño real, de cuerpo entero.
La posibilidad del rubor en la marca Ai Weiwei está
desechada. Por el contrario, el artista juega con honestidad –¿brutal?- por las
dos bandas. Antes de venir a París e inaugurar su fastuosa exposición estuvo en
la isla griega de Lesbos, donde en enero instaló un taller para que artistas
chinos y alemanes produjeran obras relacionadas con la crisis de los refugiados
en Europa. “Como artista, tengo que estar relacionado con las luchas de la
humanidad... Nunca separo estas situaciones de mi arte”, dijo al inaugurar el
taller. Luego de estar en París volvió a Lesbos, llevándose una ya famosa serie de selfies junto a Paris Hilton. La semana pasada, el artista retiró sus obras
de dos exposiciones en Dinamarca, en protesta por la reforma aprobada por el
Parlamento de ese país, que limitará el acceso a la reagrupación familiar y
permitirá confiscar dinero y pertenencias a los solicitantes de asilo para
costear su estancia allí. En los estatutos de la marca debe decir eso: elogio
de lo antagónico.
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