La
imagino traviesa, encrispada de lo bandida, deseando que su enlucido de
maquillaje no se le cuartee a causa de las sonrisas que repartió por delante y
por detrás después de pedirle que repitiera gua-ti-ta, ce-vi-che, para ver si a
alguien más le había resultado tan gracioso, tan sabido como a ella. El actor
habrá querido, esta vez sí, no ser él, y habrá deseado ser más arrogante para
inventar que estaba cansado y así no participar en la rueda de prensa y en lugar de eso quedarse en su suite para aprovechar del jacuzzi. Pero consciente de que sí tuvo que ser él mismo, el actor habrá deseado que aquél secreto pasadizo del filme pudiera funcionar a la inversa, y
en ese momento y en ese lugar poder escabullirse, chorreándose por encima de la
silla, para ir a dar, aunque fuera, tres metros bajo tierra.
La
imagino de nuevo a ella, cuando pensó con premeditación y algarabía en hacer lo
que hizo, volviendo a la redacción de su medio con la papa caliente, lanzando
con dos golpetazos de cabeza su melena hacia los costados y ofreciéndole al
jefe el resultado de la hazaña. Lo imagino a él pensando en aceptar del editor
la sugerencia de hacer un loop con el esfuerzo del actor para repetir lo que
le pidieron: una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces la imagen clave, la
esencia de la noticia, lo que a la reportera le enseñaron a buscar, lo que ella
cree que es, cada vez que se levanta, el propósito de su existencia. Rewind y
va de nuevo. Música de fanfárrea de fondo y, si se puede, unos globitos
saltarines cortesía del cubículo de postproducción. El mago del montaje vuelto deejay y
ella de pie detrás de él, con las manos apoyadas en el espaldar de su silla,
con la espalda ligeramente inclinada para mirar bien la pantalla y aplicándole
cada tanto un toquesín en los hombros por gratitud y por camaradería. Si le
preguntaran qué es trabajo en equipo, describiría esa escena. Si le preguntaran
a qué se dedica, diría que a ser sabida.
La
nota se pasará en horario estelar y, al frente y por detrás de las pantallas, habrá un montón de gente que se cagará de la risa. La misión se considerará
cumplida y del evento mismo, de sus protagonistas, de sus representaciones, de
su importancia o de su fatuidad, apenas quedarán esquirlas. El medio confirmará, por que así lo cree y porque en esa lógica su verdad es la que cuenta, que lo que ofrece es lo que a la gente le interesa, que lo que le da de comer es lo que su triste
paladar es capaz de degustar. Y no más que eso, para qué, si con la dosis
adecuada la mayoría no se queja. Adioses, fade
out a negro, mañana volveremos con más.
En
pocos días se presentará el resultado de una investigación sobre el periodismo
cultural en Ecuador. Es un trabajo que inicialmente realicé para una tesis y que, en una versión ampliada, desarrollé en coordinación con el Centro Internacional
de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL) y en
particular con la investigadora Pamela Cruz. No es un manual de consejos ni
mucho menos, es algo –ojalá- más útil que eso: un análisis de porqué el
periodismo cultural en el Ecuador es como es, de cuáles son sus lógicas de
producción, cuáles las representaciones que reproduce y cuál el lamentable
panorama de su perseverancia. Loop, loop, rewind y va de nuevo.
Es
un trabajo académico que creó su base con una investigación en la sala de
redacción de uno de los medios escritos más grandes del país, pero que a partir
de eso analizó casos concretos y extendió sus herramientas al resto de medios de
prensa. El resultado, que llevará por título El Periodismo cultural en los medios ecuatorianos, no se presenta
–de ninguna manera- como un aliciente y peor como una lección de excelencia, pero
creo que tiene la virtud de ser el primero en el Ecuador en abordar ese campo
con algo de profundidad.
En
un artículo de 2006 llamado Periodismo cultural, el ensayista mexicano Gabriel
Zaid apuntó lo siguiente: “¿Qué es un acontecimiento cultural? ¿De qué debería
informar el periodismo cultural? Lo dijo Ezra Pound: la noticia está en el
poema, en lo que sucede en el poema (…) Pero informar sobre este acontecer
requiere un reportero capaz de entender lo que sucede en un poema, en un
cuadro, en una sonata; de igual manera que informar sobre un acto político
requiere un reportero capaz de entender el juego político: qué está pasando,
qué sentido tiene, a qué juegan Fulano y Mengano, por qué hacen esto y no
aquello. Los mejores periódicos tienen periodistas y reporteros capaces de
relatar y analizar estos acontecimientos, situándolos en su contexto político,
legal, histórico. Pero sus periodistas culturales no informan sobre lo que dijo
el piano maravillosamente (o no) (…) Informan sobre los calcetines del
pianista”.
Aunque
en respuesta a esta sentencia periodistas como Leila Guerriero han matizado
diciendo que también se debe entender
cuándo es necesario informar sobre los calcetines del pianista, mi modesta
experiencia en este campo, en el Ecuador, me permite pensar que mientras al
gran aparato mediático le interese nada más que la lógica del rewind y va de nuevo, la cultura y sus
representaciones seguirán significando un amasijo inservible al que es más rentable
explotarle con cháchara que penetrarle con dudas.