Prueba de color

miércoles, julio 22, 2015



 
El fotógrafo belga Harry Gruyaert es un maestro del color, y una exhibición que se muestra actualmente en la Maison Européen de la Photographie, en París, lo celebra. Constructor de imágenes complejas, Gruyaert es a la vez un artista de ideas sencillas y, quizá por eso, arriesgadas. 

Suya es la street photography donde hay pocos rostros pero mucho movimiento, mucha acción desplegada por varios cuerpos -casual pero precisamente sincronizados-, con una paleta de colores saturados por la luz del crepúsculo y las sombras más intensas e inteligentemente aprovechadas para potenciar el contraste. 

También son suyos los cielos apocalípticos sobre las playas desangeladas de la costa belga, y suyo el abandono y la precariedad de ciertas zonas del mundo, captados sin literalidad ni sensiblería sino con misterio. Suya también es una idea como esta: “el color es más físico que el blanco y negro, que es más intelectual y abstracto. Delante de una foto en blanco y negro tenemos más ganas de entender lo que pasa entre los personajes; con el color debemos ser inmediatamente afectados por los distintos tonos que expresa una situación.” 

Cartier-Bresson dijo que la fotogarfía en blanco y negro es más estética y permite una mayor armonía en las escenas. Antes, Paul Strand había sido aun más dogmático: “color y fotografía no tienen nada que hacer juntos”. A la fotografía en blanco y negro la acompaña una cierta aura de depuración, una jerarquía asociada a una creatividad mayor y un grado de romanticismo que, al tratarse de la street photography, hace referencia a viejos maestros, desde Eugene Atget hasta la recientemente descubierta Vivaen Maier, pasando por la galaxia principal de la Agencia Magnum.

Harry Gruyaert, hombre de 74 años (de una generación posterior a la de los nombrados pero a la vez heredero ineludible) y también socio de Magnum desde 1981, no aborda el mundo desde la transposición que genera el blanco y negro sino que lo encara en su diversidad cromática: se deslinda de una tradición con mucho peso y asume su postura apelando a la emoción elemental que producen los colores tal como los percibimos. Se trata de una simple elección artística y no de un intento transgresor, por eso no está ahí su más intrigante apuesta. Lo que alguna vez le generó rechazo en su entorno fue haber considerado que su trabajo más fotoperiodístico fue el que hizo sacándole fotos a la pantalla de un televisor. 

A inicios de la década del setenta, cuando la televisión se instalaba en las salas de los hogares y la señal a color reemplazaba al blanco y negro, Gruyaert hizo de eso un tema. El artefacto trajo consigo los discursos de espectáculo y consumo de la sociedad de entonces, los pulsos en la política internacional, las primeras hazañas del hombre y la tecnología. Gruyaert vivía en Londres y en su casa tenía un televisor maltrecho que emitía una señal distorsionada y con los colores alterados. Vio en eso la posibilidad de captar una cromática que no permitían ni las películas ni las formas de impresión del momento. Se instaló frente al televisor y pidió a un asistente que moviera la antena para alterar aún más los colores. Clac. Clac. Imágenes congeladas de anuncios publicitarios, de shows de animales, de noticieros, de películas, redifusiones de la llegada del hombre a la luna, los Juegos Olímpicos. Gruyaert jugó a captar el espíritu de la época, pero -de alguna forma- preparando las escenas y, sobre todo, sin salir de su casa. A ese, su primer cuerpo de trabajo, al que llamó TV Shots, lo considera su serie más fotoperiodística.


Los fotoperiodistas que se precian de serlo –los de entonces y los de ahora- no conciben su oficio sino en el terreno de los hechos, frente a las cosas y los hombres, respirando el aroma turbio de la realidad. A Gruyaert su experimento, más propio del arte conceptual, le significó que en Magnum dudaran seriamente de su candidatura. Si al final lo aceptaron –como aceptaron a Martin Parr, de quien también dudaban por su fetichisación de lo kitsch en los sectores populares- fue porque entendieron que más allá de ese trabajo inaugural –quizá desatinado, quizá provocador, quizá realmente incomprendido- había un maestro del color que mejor hacía cuando iba a caminar por la calle.

Publicado en la revista Qué pasa

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