Barthes enamorado*
sábado, septiembre 19, 2015
Uno se topa con fotos de archivo, con fotos que se incluyen
en sus libros, con fotos de afiches que promocionan los eventos que a lo largo
de este año celebran el centenario de su nacimiento, y siempre se lo encuentra
vestido de pantalón y camisa. A veces con corbata y chaqueta. A veces con
cardigán. Siempre con el peinado impoluto. Siempre con el cigarrillo encendido.
Uno lo ve así, a esta altura del verano, con 37 grados que asfixian, y se
asfixia uno por él, tan bien acomodado en sus serias prendas Hermès.
Pocas son las fotos que muestran a Roland Barthes en traje corto, en terno de
baño, en calzoncillo. Quizá no le gustaba compartir su intimidad externa, pero
la interior la desgarró -con más y menos enfado, con más y menos tormento- en
los casi cuarenta libros que llevan su nombre y en las tantas veces que impartió
un seminario. O es que quizá, simplemente, en la época del año en que se viste
ligero, él se desconectaba de todo para dedicarse a escribir.
Una agenda suya, abierta de par en par en las páginas de comienzos
de junio, lleva una anotación que da ese indicio: “tiempo para escribir”. La
agenda corresponde al periodo en que Barthes escribió Fragmentos de un discurso amoroso (1974-1976) y hace parte de una
muy escueta exposición (con acuarelas del autor, manuscritos y libretas de
notas sobre la gestación de ese libro) que se presenta actualmente en la
Biblioteca Nacional de Francia. La exposición es escueta, pero el resto del
homenaje es sustancioso: empezó en enero con la publicación de una biografía
escrita por Tiphaine Samoyault y avanzará hasta el final del año con coloquios,
jornadas de estudios y más publicaciones en los cinco continentes.
Barthes, profesor durante los años sesenta y setenta en
l'Ecole pratique des hautes études (EPHE) y en el Collège de France, en París, había
adoptado un método de producción intelectual mediante el cual transformaba sus
vivencias personales en el sustento de los cursos que impartía. Como en el caso
de Michel Foucault, esos cursos se convirtieron, de manera sistemática, en
publicaciones, pero a diferencia de él, investigador en el sentido estricto del
término, el saber de Barthes, como recuerda Tiphaine Samoyault, “surgía de ese
nudo entre vida, subjetividad y escritura.”
En 1970 Barthes publicó el ensayo S/Z, cuyo origen fue un
curso sobre Sarrasine, la novela corta de Balzac. En camino inverso, esa suerte
de divertimento autobiográfico que fue Roland
Barthes por Roland Barthes (1975) dio origen a un seminario sobre “el
léxico del autor”. En ese libro Barthes optó ya por la estructura fragmentaria
y alfabética que se volvería en él un distintivo estético. Organizado por
secuencias breves precedidas de un título (de Activo/Reactivo a El monstruo de
la totalidad), el libro puede leerse sin ningún orden: en cualquier extracto
nos encontramos al personaje Barthes hablando del lenguaje, la escritura, la
ideología, el inconciente, el cuerpo, el deseo. Barthes contándose a sí mismo.
Menos disperso, más entregado a una misma y extrema pulsión,
es el Barthes que dedica su seminario en la EPHE, entre 1974 y 1976, a los
estados, los sueños y los fantasmas a los que se somete el alma enamorada. Del
seminario nace Fragmentos de un discurso amoroso,
que se publica en 1977 y, rápida e inesperadamente, se convierte en un
best-seller, superando incluso a Mitologías
(1957). Mientras en el mundo rondaba la idea de un amor libertino y se
luchaba por tumbar los tabúes de la sexualidad, Barthes parió un manifiesto
sobre el amor romántico. Son ochenta fragmentos ordenados alfabéticamente,
surgidos con vehemencia de lo que Barthes llamaba “ataques”, que se pueden leer
de corrido como una novela fraccionada, o de manera aleatoria como un ensayo
experimental e incluso como un diccionario temático. El primer fragmento es
“Abismarse: ataque de anonadamiento que se apodera del sujeto amoroso, por
desesperación o plenitud.” De entrada, Barthes muestra el fondo turbio al que se
puede caer. El último extracto es “Verdad: todo episodio de lenguaje llevado a
la ‘sensación
de verdad’
que el sujeto amoroso experimenta pensando en su amor (…) Sé más sobre mí que
todos los que ignoran sólo esto de mí: que estoy enamorado.”
Muchos no lo supieron sino hasta años después. El abismo de Barthes
se llamaba Roland Havas, un estudiante suyo que nunca le fue recíproco.
Precisamente, de ese tormento surgió Fragmentos
de un discurso amoroso: no un tratado sobre el amor sino una declaración amorosa. “No estoy de acuerdo en que
se pueda escribir una disertación general sobre el amor –dijo Barthes-, sino
que cuando tenemos ganas de escribir a propósito del amor, tenemos que apuntar
directamente a la persona a quien estamos ligados, más o menos de manera
consciente, por un deseo amoroso.”
Y así se fue Barthes, prematuramente, dejándolo todo en el
texto, con la amargura de un amor no correspondido. El 25 de marzo de 1980,
cuando tenía 65 años, fue atropellado por un auto frente al Collège
de France. Iba a impartir un seminario.
Una versión de este artículo fue publicada en la revista Qué pasa.
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