Oscar: callejeando por la libertad. El arte interventor

jueves, marzo 13, 2008


Justo cuando venía cuestionándome que porqué será que el diseño gráfico expuesto en las vías públicas de esta ciudad es tan poco atractivo, cae en mis manos el documental Oscar.
Decir poco atractivo es un eufemismo para no decir que es mediocre, anodino y casi casi patético. Me refiero a los letreros de negocios particulares, a las vallas promocionales de productos o servicios variados, a los logotipos institucionales y comerciales; en definitiva, a gran parte de toda la contaminación gráfica a la que se expone uno cuando sale a la calle. Digo a gran parte y lo recalco, porque también hay cosas simpáticas, atractivas y sugerentes en lo composicional, en lo simétrico, en lo ilustrativo, en lo tonal y en lo demás referente a los elementos que pueden hacer (y lo hacen) de una composición gráfica un producto comunicacional estéticamente agradable a la vista y a la retentiva, que es lo que persiguen con su exposición, en definitiva.
Pero resulta que últimamente, andando en el auto tal como anda Oscar, me he pasado los trayectos fijándome en todos esos anuncios tan poco agraciados y tan tan inapetentes que he llegado a pensar que el fenómeno podría deberse a que en la familia del propietario de tal o cual negocio (porque son éstos de entre todo lo exhibido en las vías publicas los que se llevan la corona al mal gusto) habrá algún prospecto de estudiante de diseño que medio medio manosea el Illustrator y al que recurrieron por aquello del amor filial para que se hiciera cargo de la imagen gráfica del negocio. El problema es que cuando pienso en eso prolongo la idea y me perturbo imaginando a una sobrepoblación de potenciales estudiantes de diseño escondidos frente a sus computadores en algún rincón de esa ciudad que voy recorriendo en auto. Luego me va peor porque los imagino graduándose y disputando una plaza en este mercado laboral tan atestado de diseñadores gráficos que me animo a augurarles un futuro tan poco prometedor para ellos en calidad de individuos como para el diseño como forma creativa de comunicación masiva. La cosa se bifurca y comienza a agarrar caminos aún más complicados cuando me pongo a pensar en los centros de enseñanza de estas disciplinas y en su responsabilidad respecto a los productos que se observan en el exterior. Pienso en los profesores, en los recursos materiales y teóricos y termino confundido cuando me pongo a divagar sobre si se tratará de un tema de talentos y capacidades personales. Y por ahí me quedo sin respuesta.
Pero hoy, justo cuando más vueltas le daba a la pregunta, se asomó frente a mí Oscar, el subversivo de la gráfica pública.
Oscar Brahim también recorre las calles, pero de Buenos Aires. Es taxista, porque de algo tiene que vivir, y lo hace con las justas y con una familia de cuatro miembros más entre esposa e hijos que son parte de su batallón de asalto.
Él es un artista nato y autodidacta. Es un guerrillero urbano contrariado, como dice, por los “imperativos de la gráfica publicitaria que son agresivos y no sugieren, que le dicen al individuo cómo vivir, como bichos enfermos”. Va en su taxi navegando el pavimento reverberante de la temporada veraniega en Argentina. Analiza las publicidades de mediano y gran formato –especialmente éstas- y en el acto idea el plan de intervención que les aplicará. Lo anota en su cuaderno, llega a su casa de villa cumbiambera donde duerme en el mismo colchón con su familia entera, abre un armario donde tiene apertrechados cientos de afiches enrollados que de algún sitio los consiguió (bueno, se sabe de dónde los obtiene, de esas mismas vallas que luego interviene. Anda con un estilete en el bolsillo y cuando se topa con alguna imagen que piensa le servirá, le mete navaja al contorno y la va archivando hasta que se presente la oportunidad de reutilizarla con el nuevo discurso que les imprime), les aprovecha los elementos indicados y vuelve a la calle armado. Lleva también botes de pintura, pinceles, brochas, dotaciones de cinta adhesiva y por sobre todo atestaciones de denuncia política y malestar en la cultura. Agarra los recortes de afiches, les unta pegamento en la parte posterior, toma los botes y los pinceles, tal vez algo de cinta adhesiva y sobre las publicidades de Movifon, Coca Cola o Burguer King arma collages o intervenciones sencillas con posturas concisas: rebeldía, resistencia, reivindicación, odio. Para él, la publicidad con su esfuerzo insaciable por incitar el consumo representa el fascismo de la contemporaneidad. Aniquila libertades y promulga por sobre todo la ideología totalitaria de la compra-venta y la adquisición sin sentido.
También ultraja las efigies de las vacas sagradas de la cultura popular: sobre los rostros de Maradona, “la bruja” Verón o Juan Domingo Perón pinta máscaras o los desenmascara. De su humor y de su bronca nadie se salva.




Mientras todos quieren vender productos, discursos y moral, él quiere “utilizar la gráfica para combatir”, para “pelear por la libertad”. Lo dice frente a auditorios universitarios y junto a académicos estudiosos de su arte y su arrojo anarquista. Es un personaje público que acude a las instituciones oficiales de la enseñanza para contar sus experiencias y compartir sus ideales pero jamás tranza con ellas porque es un antisistémico convencido y declarado. Menos tranza con las agencias de publicidad a las que jode y que son las mismas que lo buscan para ver si lo convencen de que en vez de joderlos les colabore con el ingenio de sus servicios. Pero nada, menos tranza con ellos. Hacerlo significaría, como insiste, traicionarse a sí mismo, y eso es lo que menos está dispuesto a hacer. A las agencias no les queda más que empezar a idear sus campañas previendo las arremetidas que les asentarán los pinceles y los retazos de afiches de Oscar. Están intentando vislumbrar las intervenciones que les dará y cómo eso podría potenciar sus intenciones insidiosas de venta. En definitiva, la estructura comercial de la publicidad está empezando a operar en función del sabotaje libertario que Oscar se ha resuelto a sobrellevar en esa Argentina que se desmorona de a poco.

Es el momento de la crisis, De la Rúa renuncia a su cargo como presidente, se viene el corralito bancario, la gente sale a las calles, asalta supermercados y destroza agencias bancarias. Argentina se desmorona de a poco. En Oscar se incrementa la enjundia de la acción política, se apega a la temática de la crisis y abofetea a sus responsables lanzándoles también globos llenos de pintura.


Y encima por esas época aparece en el cosmos el suceso que trastrocará para siempre las relaciones en la geopolítica mundial. El 11 de septiembre nos puso en peligro a todos según el discurso antiterrorista, y nos convertió, a cada individuo del planeta, en potenciales terroristas por no comulgar del mismo cáliz imperialista. Por eso, dice Oscar, habrá que pintar, a cualquier modelito de afiche publicitario, como un Bin Laden más. Y mientras tanto, su situación económica se va más a pique como la del país todo. Cae enfermo, se desmorona de cuerpo pero no de conciencia, pero el cuerpo reclama. Tiene que dejar el taxi y volverse comerciante de a pie. En su carta de renuncia anota como razón la siguiente causa: “Renuncio al trabajo como taxista por amor al arte”.
La dueña de casa está por desalojarlo por no haber pagado tres meses de renta, pero Oscar sigue alterando la publicidad ordinaria porque la detesta, lo dice, le parece nefasta. Su esposa está por explotar del desespero, pero lo apoya y lo admira. Es un cuento de amor exquisito en un tercer mundo al que reviven con su lucha cotidiana.
A Oscar se lo ve cansado, pero igual carga afiches y pintura para atestar el golpe cuando el momento sea el indicado. Ha intervenido su propia casa con billetes de juguete para que cuando la dueña venga a cobrarle se tope con la puerta forrada de dinero. Es su respuesta ante la desconsideración. Pero sabe que eso no mejorará su destino. Aún así lo hace, porque los artistas como él, mientras más se indignan ante las cosas, más se deciden a activar la ciudad para lograr sobrevivir en ella.

Por cierto, se trata de un documental que se llama Oscar. Lo dirige Sergio Morkin. Es completamente recomendable. Me sirvió para, al menos, imaginar maneras de sobrellevar la contaminación gráfica que abarrota las vías públicas de Quito con su desaliño y su insustancia.

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5 comentarios

  1. dos cosas:
    el diseño es tan malo en la calle porque hay pésimos diseñadores que saben de su condición de pésimos diseñadores y cobran $5 por logotipo, afiche y demás, cagándole la vida a quienes han estudiado mínimo 3 años para ser un diseñador que al menos cumpla, a la gente (dueños de negocios) no les interesa si esta bien o mal, sólo si lo tienen y lo poco que les costó...

    y lo de Oscar... ese relato me deja un chance sin alma, valiente el tipo, verdadero, intacto, me hace sentir miserable...


    saludos

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  2. Es cierto, como en todo, en el mundo de la gráfica y el diseño los bajos precios por servicios prestados ponen en riesgo el trabajo profesional de quienes han dedicado parte de sus vidas a formarse en ese campo. Y, claro, frente a ofertas irrisorias para levantar la "imagen" gráfica de los negocios, los propietarios prefieren tomarlas y sentirse satisfechos por tener un letrero colgado aunque difícilmente una imagen (como signo: significado/significante) construida.

    Saludos también.

    Por cierto, el documental está disponible en la oficina de Cinememoria (Quito), la corporación que organiza cada año el festival de cine documental EDOC.

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  3. El documental es excelente, hace algún tiempo en la revista Soho leí sobre un grupo de jóvenes que manchaba de pintura la propaganda de los políticos. No sé en qué habrán terminado.
    Pero este Oscar se pasó con su forma de hacer arte y protestar al mismo tiempo. Haciendo un recorrido por la fría capital te topas con barbaridades, cosas vulgares, hasta con faltas de ortografía, y de ínfima calidad estética. Como en muchos otros campos los dueños de los negocios se contentan con poco, con lo que cuesta menos, y de creatividad, cero.

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  4. Leí tu nota acerca de Lanata; tiene razón en muchas cosas, sus opiniones son contundentes, y solamente ese hecho ya lo diferencia del resto.
    Creo que en su presentación no hubo modelos sino profesores enojadísimos, según me han comentado.
    Ya puse tu link en mi página, que me gusta mucho, especialmente los temas sobre música.
    saludos.

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