¡Hasta cuándo!

lunes, marzo 31, 2008


(Así lucía el escenario desde que yo llegué a la Plaza de Toros, a las 10h00. Como se ve, estaba montado para que tocara directamente Molotov, con tres micrófonos al frente, amplificadores para guitarra y bajo y una batería al fondo como back line, lo cual deja entender que de antemano hubo la intención de no permitir tocar a Papá Changó, a pesar de que había un contrato firmado)

Es, desde todo punto de vista, inaceptable que porque a los empresarios encargados de organizar conciertos con bandas internacionales simplemente no les da la gana de proveer lo necesario para que las bandas locales participen de los mismos, éstas no puedan hacerlo y a pocos les importe que así suceda.
Se había anunciado a la banda quiteña Papá Changó como teloneros del concierto de Molotov, presentado el sábado pasado. Eran alrededor de las 11h30 y los colegas Changó se movían agitados por detrás del escenario. Yo había llegado temprano para retirar mi pase de prensa, por lo que pude acceder al escenario y fijarme que todo estaba dispuesto, con anticipación, para que quien se subiera directamente fuera el cuarteto mexicano y no los quiteños. Digo esto porque no vi sobre la tarima el set de percusión que utilizan los Changó, y no lo vi o, mejor dicho, me fijé en que no estaba, porque es en lo primero en que me fijo cuando con mi banda vamos a dar un concierto.
Yo soy percusionista y suelo tener problemas con mis instrumentos a pesar de que siempre los pedimos con suficiente anticipación en los raider técnicos que entregamos a los empresarios que nos contratan para los shows. Por eso, cuando llego al escenario, generalmente para hacer la prueba de sonido, y veo que mis instrumentos no están debidamente instalados sobre él, pienso que en adelante habrá problemas. Y así sucede. Por eso, cuando vi la tarima de la Plaza de Toros sin esos instrumentos y noté que lo que sí había estaba llevado hacia el centro del escenario como para que toque un grupo compacto de rock y no una banda numerosa de fusión, pensé que la decisión de no permitir tocar a Papá Changó había sido tomada con conciente premeditación y alevosía.
Alrededor de las 12, hora para la que estaba anunciado el inicio del concierto, todo estaba confirmado: Papá Changó no iba a tocar porque a los empresarios les importó un carajo alquilar los equipos solicitados por la banda. Ellos, que viajaron de Riobamba durante la madrugada luego de otra actuación y apenas alcanzaron a descansar para presentarse en este concierto, intentaron salvar la tocada llamando de su cuenta a una empresa que alquila equipos de amplificación para este tipo de eventos, pero ellos no tenían todo lo requerido porque la mayoría ya estaba alquilado en otro acto y alcanzaron a traer lo que les quedaba. Para intentar completar el back line acudieron a otro proveedor, pero éste no iba a poder llegar a tiempo, con lo que los esfuerzos por resolver por cuenta propia lo que debía haber sido resuelto con solvencia por la empresa organizadora, quedó en eso: la sempiterna iniciativa de las bandas independientes por solventar con sus propios recursos lo que el aparataje del espectáculo no está dispuesto a solventar…porque se trata, simplemente, de la banda local.

No es un prejuicio de mi parte ponerlo en estos términos. Se trata de un testimonio en primera persona.
Afortunadamente he podido participar de manera directa en situaciones de este tipo (cuando con mi banda abrimos el concierto de los mismos Molotov, en el año 2005, tampoco se nos proveyó del equipamiento necesario a pesar de que en el contrato pactado se habían establecido los requerimientos necesarios. La diferencia fue que, “para nuestra fortuna”, la empresa de alquiler de sonido, a la cual también acudimos ante la emergencia, sí tenía todo lo necesario para ese momento, por lo que sí pudimos presentarnos. Evidentemente, la factura por el alquiler la tuvo que pagar el organizador irresponsable) y también he sido receptor casual de las expresiones con las que los empresarios demuestran su lógica respecto a la participación de las bandas locales en este tipo de eventos.
Como dije, había llegado temprano a la Plaza y andaba en el área de backstage asentando unas notas en mi libreta, cuando escuché a uno de los empresarios decir lo siguiente mientras abría la puerta de una especie de corral, donde, presumiblemente, mantienen a una parte del ganado en épocas de faena: “esto nomás está de darles a los Papá Changó como camerinof –con una sonrisa ladeada y arrogante- … mucha huevada, vienen aquí a hacerse los espaciales si ellos son los locales nomás…a los extranjeros sí hay que darles lo que piden, pues, no a estos manes que se creen los no se qué…).
Por esto, entonces, porque el escenario estaba montado de forma que parecía no iría a modificarse para el uso de otra banda, y porque en la consola de salida que se había alquilado para el concierto habían disponibles solamente 14 canales, los cuales se copan nada más que con el microfoneo para la batería y la percusión de Papá Changó (recordemos que son 10 miembros con instrumentos de viento, cuerdas, teclado y voces), me atrevo a afirmar que el no permitir tocar a la banda quiteña estuvo planificado con premeditación y alevosía, y junto a esto me lanzo a corroborar que el cobarde desinterés de los empresarios les impidió anticiparles esto a los músicos y plantear alguna solución conjunta (lo cual, dependiendo de las voluntades, suele tomarse como camino posible si lo que interea es no desaprovechar el escenario y la convocatoria), y solo revelarlo sobre la hora porque, “ante lo inminente de los hechos”, poco se podía hacer.
Nada en realidad. Era mejor no presentarse que hacerlo en condiciones precarias y poner la reputación en juego frente a su propio público. De ahí que, ante lo ocurrido, había que hacer los reclamos justos y anticipar que las cláusulas del contrato, que aseguraban el pago total pactado previamente más un 50 por ciento por la cancelación intempestiva de la presentación, se irían a hacer respetar a como diera lugar. Quedaba también dar cuenta de lo sucedido a los periodistas presentes y esperar que en sus medios publicaran alguna nota problematizando el suceso, y así se hizo. El manager de la banda quiteña habló personalmente con los periodistas, pero de lo revisado hasta hoy, en un periódico apenas se apunta el detalle, como dejando claro que aquello, o es parte de las costumbres o es un pormenor de terciaria importancia para la opinión pública, mientras que en otro al menos se cita el incidente con un subtítulo anticipatorio, aunque más pesa la reseña breve que la reflexión.
En esto los medios también tienen bastante responsabilidad. Tanto en la obra como en la omisión.


Queda, entonces, seguir la pista para que lo estipulado en el contrato se reclame y se concrete, como es de esperar que los colegas de Sudakaya, a quienes tampoco se les permitió tocar en Guayaquil el viernes 28, igualmente abriendo el concierto de Molotov, también tomen las medidas pertinentes para intentar revertir otra manifestación del absoluto irrespeto que los empresarios del espectáculo están acostumbrados a infligir a los actores culturales locales. (Quisiera aclarar que, por un lado, al parecer ni los mismos Molotov ni su equipo de producción tuvieron que ver en que esto se haya dado así, por lo que la exigencia del rendimiento de cuentas y los reclamos deberían ser dirigidos específicamente a las empresas organizadoras –que, entiendo, son diferentes para Quito y Guayaquil- y, por otro, que no tengo mayores detalles respecto a lo sucedido con Sudakaya en Guayaquil, por lo que no puedo pronunciarme más ampliamente sobre eso).

Hasta aquí el relato de lo ocurrido este fin de semana, no obstante, no lo más importante que le compete al tema.
Siempre he pensado que los actores del ámbito musical local (músicos, productores, difusores, inclusive empresarios), de entre todos los sectores de la gestación cultural y artística, somos los más desorganizados y desenfocados al momento de tratar temas de interés común. Sin embargo, con cierto peso adjudico este hecho a la inherente y para nada desestimable, al contrario, loable forma de trabajar en nuestra realidad, es decir, en la que el autosustento y los mecanismos de financiamiento y producción propios son la tónica general de una seudo industria, a la que el amigo Edgar Castellanos ha llamado acertadamente “independiente por default”. Quiero decir que el intentar y el lograr plasmar nuestros proyectos con el esfuerzo particular de los allegados al mismo, y de nadie más, nos ha conducido a encerrarnos en un cerco donde el horizonte de la gestión asociativa, de la coparticipación y de la búsqueda de eso que entre los ámbitos cohesionados se entiende como el bien común, se ha extendido solamente hasta la vinculación con intereses creativos o específicamente productivos. Me refiero a los acercamientos que tienen por objetivo contar con la participación de determinado músico en la producción discográfica de otra banda, o en la invitación a compartir el escenario para otorgarle un plus interesante a las presentaciones en vivo. Pero en lo referente a la cohesión con afanes de incidencia política y de planteamiento de normativas que beneficien al movimiento de la música de producción local, nada se ha hecho en conjunto. Y digo nada, ni siquiera digo poco.
Si los cineastas lograron establecer una ley de cine que les otorgue fondos de producción de los presupuestos estatales, y erigir un Consejo Nacional de Cinematografía como órgano de relacionamiento entre los productores audiovisuales independientes y el Estado, fue porque entendieron la necesidad de unirse, discutir y plantear a la oficialidad sus requerimientos para empezar a hacer de la producción cinematográfica una construcción que de cuenta tanto de las capacidades de la realización local en el mercado mundial, cuanto de un discurso que hable de las culturas de un pueblo desde las artes, así como de un área de importante potencialidad para la generación de empleo y de revitalización de la economía desde otras áreas que no sean las tradicionales.



Desde su óptica, las personas vinculadas al arte contemporáneo y al teatro también han empezado a discutir sobre sus intereses, con lo que quedamos solamente nosotros pareciendo sentirnos cómodos ante el estado de cosas por la inacción que demostramos. Por lo tanto, asumiendo en primera instancia que no se trata de un asunto de comodidad pues la estructura política oficial y la organizativa privada no nos favorecen como gestores culturales y, en segundo lugar, aceptando que de lo que se trata es de que la apatía nos ha conquistado como conglomerado creativo, debemos plantearnos con carácter de urgente e impostergable alguna forma de organización conjunta. Me parece que, ante estos hechos y frente a otros que seguramente constarán en las memorias funestas del trajinar de las bandas, resulta definitiva la unión de todos los trabajadores relacionados con el ámbito musical para plantear, ante la Asamblea Constituyente, y, más pertinentemente, ante la mesa 9, que trata lo relacionado a la soberanía cultural, un conjunto de propuestas que nos represente como sector cultural y establezca parámetros de incidencia política en la nueva Constitución que está por redactarse, en lo referente a la producción y difusión, a la relación con las empresas de espectáculos, los medios de comunicación y las instituciones públicas y privadas que algo tienen que ver con el mundo de la música en el Ecuador.
Poniéndolo en temas concretos, me parece que deberíamos preocuparnos por exigir que de manera oficial se establezcan decretos que incentiven la participación de la música de producción local en las parrillas de programación de las estaciones de radio y televisión; que se obligue a los empresarios de espectáculos a incluir en sus eventos a bandas locales y a proveerles de equipamiento de igual calidad al que se otorga a las bandas extranjeras, y que, de no hacerlo, se atengan a reconocer multas significativas que les represente un perjuicio en razón del irrespeto de los contratos, y que no sea solamente que les importe un carajo el incumplimiento porque, al fin del día, las multas no sobrepasan los cuatro sucres, como – según me comentó alguien allegado al tema- establece la ley actualmente.
Puestas así las cosas no nos queda sino actuar, dejar la pasividad y organizarnos en el esfuerzo de exigir lo que nos corresponde como agentes culturales que somos y tomar la iniciativa desde nuestras propias lógicas de asociación, desde nuestras posturas éticas y estéticas, y desde un posición soberana de creación y difusión frente a los intentos de colonización de las industrias culturales, porque de lo contrario, nadie nos lo va a dar haciendo.

Esperemos noticias. Parece que en los próximos días habrá convocatorias importantes para la acción.

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5 comentarios

  1. Una pena lo que ha ocurrido; en realidad es vergonzoso. Tienes razón, hay que unirse y convocar.
    Ojalá la convocatoria tenga acogida y duración; muchas veces somos entes de un primer hervor y nada más. Un tanto folclóricos e inmediatistas. LO importante sería lograr una verdadera unión y exigir los derechos, en este caso, de los músicos ecuatorianos.
    Lo otro es "normal" en el Ecuador, acostumbrado a minimizar al compatriota y agrandar al extranjero, injusta y torpemente.
    Te felicito por la crónica, es clara y frontal, además de dar alternativas y provocar una reacción.
    saludos

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  2. Hermano:

    Uno de los problemas mayores que deben enfrentar los músicos es que las instituciones que los defienden existen mucho antes que los cineastas se organicen (hablo de SAYCE y la asociación de intérpretes de Pichincha) pero nunca han funcionado para nada, cuando a los músicos se les ocurra una solución para hacerle Bypass a estas instituciones se podrá pensar en arreglar algo. Como antecedente hace unos años se trató de pasar en el congreso una ley que no protege a los músicos, pero que les permitía asociarse independientemente de SAYCE, por supuesto el congreso la vetó (ya que entre otras cosas los diputados roldosistas apoyaron a Gustavo Pacheco que era presidente de SAYCE y esposo de la ilustre diputada Silvana). El acabar con las instituciones caducas es a mi parecer el primer planteamiento.

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  3. penoso, y ya ha ocurrido otras veces...

    me da risa la "crónica" del comercio.com, con todo y nombres de las bandas cambiados, con lo de "n estruendo y melodía"

    la plena que todo esto tiene que acabarse en algún momento...

    así como también las bandas que hacen de todo por tocar... no porque no esté bien, sino que eso da lugar a mal sonido y todo lo demás que ya se ha hablado de sobra en la escena ecuatoriana...

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  4. y lo de las leyes...

    es sumamente necesario... no se si a través de las instituciones caducas -como alguien bien dijo por ahí- sino implementando y exigiendo cumplir reglas, en otros países es casi norma que por cada artista extranjero que se presenta en un concierto un músico local debe abrirlo... con sus respectivos contratos y todo

    y las radios... a ellos les importa nada más la música que les "timbre" rentabilidades, el resto no existe, no es música, así ya pasamos a terrenos de la desesperación...

    en canadá por ejemplo la escena indie es tan fuerte y hoy en día tan importante gracias al gobierno... tiene programas específicos para esto y una plataforma con figura privada como la CBC Radio (la radio3.cbc.ca es de lo mejor) desde donde nacen documentales, videos, películas, discos, conciertos...

    ¿qué sería lo mínimo que deberíamos pedir a nuestro gobierno de la revolución ciudadana?...

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  5. De cierta forma el asunto pasa por lo legal, más allá de cualquier otra impresión. Si no se respeta el contrato, pues hay que darle vida a una instancia que asegure el cumplimiento de las cláusulas. En eso está el podería y la defensa, en genarar este espacio de reclamo y exigencia.

    Ahora, en ocasiones creo que la falta no es sólo de empresarios, sino que estas deficiencias se secretan y esparcen, por ósmosis, la culpa al propio artista extranjero. Por ejemplo, recuerdo que Lucho Rueda de fue de golpes en el escenario con uno de los roadies de Molotov, cuando se presentaron en Guayaquil hace ya algunos años, porque les quitaron toda salida y de la nada dejó de sonar Trifulka, que seguía tocando. Claro, si desde acá no existe el mínimo respeto a un contrato firmado, ¿por qué lo deben tener otros?


    Un saludo

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